En el ya famoso asunto de Íñigo Errejón hay un punto clave que, bajo nuestro punto de vista, es fundamental: que ya sabía todo el mundo lo que hacía. Llegados a ese punto hay varios tipos de reacciones de los personajes que tiene a su alrededor: los que no lo cuentan para protegerle y para protegerse, y los que no lo cuentan hasta que les haga falta para protegerse. Por lo que parece, el segundo grupo es más poderoso que el primero, aunque suponemos que no más numeroso.
Ahora nos encontramos con que el asunto de Errejón ha saltado a la palestra en el momento más oportuno, con Sánc-HEZ tocado y casi hundido por todos los asuntos de corrupción que tiene a su alrededor que podrían provocar su propia imputación en alguno de ellos, o incluso en todos.
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Por lo que estamos viendo tiene que haber una lucha entre clanes de los servicios secretos en España tremenda y el vencedor será el que tenga mejores padrinos. En condiciones normales, en otros tiempos, Sánc-HEZ tendría que haber salido «por patas» de Moncloa hace mucho tiempo, pero sus padrinos deben ser muy fuertes y, de momento, está bastante protegido.
O eso parece porque, ¿y si Sánc-HEZ se ha rebelado a sus padrinos y estos, ya hartos del antiguo apadrinado, se quieren deshacer de él? Porque la situación en España parece ser esa ya que parece que, en estos momentos, el socialista se está defendiendo como gato panza arriba.
Y es que son ya demasiados los casos de corrupción que le salpican, por no entrar en los encierros, en la farsemia y en los banderillazos asesinos. Su mujer, su hermano, Ábalos, antigua mano derecha de Sánc-HEZ, Delcy, mascarillas, Air Europa… y todavía no se ha entrado en el reparto de dinero de los brebajes asesinos, que ahí debe de haber auténticas millonadas.
Mientras tanto se van sacrificando peones para despistar y para proteger al «amado líder». ¿A cuántos se recurrirá? Porque la coincidencia de maniobras del despiste, como la de Errejón, cuando más falta le hace a Sánc-HEZ es tan sumamente obscena que nos extraña que buena parte de la gente en España no se esté dando cuenta de ello.
¿Hay guerra entre lo que podríamos llamar «sombreros blancos» y «sombreros negros» entre bambalinas? Esa es la sensación que da, pero también da la sensación que al presimiente se le va acabando el tiempo y las maniobras de despiste.