viernes, mayo 17, 2024
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El mal de los despiertos

Siguiendo el dogma de la psicología del mal, que es el que siguen las administraciones públicas en la aplicación de sus programas gracias a diseños skinnerianos con el fin de hacer de la tortura psico-emocional la norma de la que no es posible huir y así imponernos la indefensión aprendida, la problemática que llega a nuestros consultorios no es la misma de 2019. Los casos clínicos de quienes se tragaron todo el cuentazo de la plandemia y de sus maravillosas vacunas (las cuales se llevaron a no pocos de ellos por delante), son de sobra conocidos: ideas delirantes asociadas al bozal de perro, a la necesidad de distanciarse un metro del vecino, de insistir en protegerse de un virus que su mafioso presidente se sacó de la manga un 13 de marzo de 2020 y otras estupideces sin sentido, todo ello sin tener en cuenta el comportamiento patológico, casi esquizofrénico (quizás tener una sociedad así fue el objetivo) y una tremenda falta de análisis lógico que les hizo creer en supersticiones más cercanas a las de la edad media, propias de una secta diabólica.

El otro tipo de patología es el de los llamados despiertos, que se dieron cuenta de toda la farsa y cayeron en trampas no sé si peores que las que les ponían sus sucios gobernantes e informantes, sicarios a cargo del billetón del gobierno de España y de los partidos políticos. Los grados de ansiedad y depresión están tan disparados, lo cual es comprensible ante el aislamiento al que se vieron sometidos por familiares y amigos, que sí creyeron y creen en toda esa sarta de mentiras, que muchos presentan auténticos casos de agorafobia, adicción a las redes sociales y alta sensibilidad a ciertos mensajes. Sus mentes funcionan en un constante estado de alarma, de vigilancia y de supervisión de los nuevos peligros que van surgiendo y que los medios oficiales ocultan, pero que ciertas redes revelan, hasta el punto de que se filtran ciertos mensajes que inducen al catastrofismo absoluto, en la línea de su indefensión aprendida: “No puedo hacer nada para cambiar un mundo que no me gusta, pero vivo en él.” Conclusión y frase favorita de ellos: “No quiero seguir  viviendo.”

Una de las ideas más extendidas en este sector de la población es la asociada al suicidio. Dado que no saben qué hacer con sus vidas o se encuentran en un estado de permanente aburrimiento por la rutina que impone el sistema (el esfuerzo desmedido por sólo sobrevivir sin ninguna gratificación, en un ambiente hostil en el que nadie valora y nunca es suficiente lo que haces, menos puedes expresarte porque si lo haces eres del sector de los apestados), muchas personas pierden ese vínculo con su sociedad y sus reglas, las cuales cumplen por simples razones de miedo, dado que ya se sabe qué ocurre con quienes osan desafiar al nuevo “Führer” de la Moncloa y nadie se va a preocupar por ti si te dejan en una cuneta como un perro. La competitividad ha llegado a tal extremo que ya no es ni sana, ya no depende de la inteligencia, sino de la maldad que se lleva en el alma. De hecho, muchos creen que quien vive bien es por su adoración al mal, mientras que los que apuestan por el bien son una sarta de tontos; pero, como muchos aun conservan la conciencia, ya se han salido de la mente del sistema.

Al no haber una correspondencia con el resto, con el entorno, con la cultura, con sus costumbres, la cuales dejan de ser motivación para su día a día, tampoco tienen esa conexión con ellos mismos, pues habían caído en la trampa de identificar aquellos aspectos de la sociedad que les relacionaban con lo agradable de la vida (no se habían trabajado interiormente en el grado adecuado y, como siempre ocurre, la factura siempre nos llega). La falta de identidad, el haber creído en un modelo social que les dio una patada y que no admite críticas ni críticos, les genera una sensación de frustración, rabia, desesperación, incomprensión, desagradable asombro y autodestrucción, todo ello junto a la inevitable falta de un norte, de una razón que no sea sobrevivir en la jungla donde hay que huir de los demonios.

El afán es, por ende, protegerse.  Estos sujetos se sobreinforman de todo lo que acontece, de las teorías que demuestran como los de arriba siguen con su  plan mesiánico y destructivo, a pesar de que el interés de muchas de estas noticias es simplemente crear catastrofismo y terror, para manipular emocionalmente. Los análisis de los hechos nos hablan de desastres, de muerte, de nuevas plandemias, nuevos encierros, dolor, nuevas vacunas asesinas, nuevas regulaciones legales para hacer que la esclavitud en la que viven muchas personas ya sea peor que la de cualquier época que nos imaginemos, con fechas y hechos que están por venir, de planes de manipulación hasta en lo más nanométrico y otras amenazas frente a las cuales el sujeto siente y es consciente de que no puede hacer nada, pero, al mismo tiempo, siente que son ciertas. Si ha vivido tal pesadilla en el año 2020, todos los problemas familiares por simplemente no querer pincharse, si se ha resistido y se ha aislado, sin que existan ni tan siquiera confidentes de sus frustraciones y temores, las cuales no puede contar a nadie porque si lo hace se considera que entra en el rango de la locura, va a ser muy difícil que ello no vuelva a ocurrir, según su perspectiva. Muchas de estas personas sufren en realidad de un gravísimo cuadro de estrés postraumático, en el que con solo revivir en un uno porciento lo experimentado, creen que la pesadilla continúa y cualquier información asociada les abre los ojos y les pone en alerta.

Las conductas agorafóbicas (de miedo al miedo) llegan a manifestarse de diversos modos: no querer salir de casa, no desear relacionarse con nadie, entrar en pánico y querer vender la casa y todas las propiedades para largarse de su realidad, evitar entrar en contacto con ciertas personas, no enfrentarse a ciertas situaciones que se consideran muy desagradables o pensar que el peligro puede surgir en cualquier momento. Su intensidad es también especialmente elevada, hasta el punto de que no es soportable por parte de quien la sufre y llegar a concluir que permanecer en dicho estado de alarma es lo mejor y más inteligente.

Lo que nos contamos los profesionales de la salud que recibimos a este tipo de pacientes nos pone los pelos como escarpias. No son pocos los casos en los que la ideación de suicidio se vuelve tan frecuente que es permanente, lo cual nos conduce a casos de depresión mayor de tal calibre que ni los mismos psiquiatras son capaces de entender, encerrados en su pseudociencia de los sicarios. Basta con echar un vistazo a las cifras de suicidados en España, casi 4.000 cada año, el 75% de las cuales es de varones (qué extraño que de esto no hablen desde el gobierno, tanto que se preocupan por nuestra igualdad y derechos), en un entorno en el que la salud mental brilla por su ausencia: en los sometidos porque ya fueron anulados como seres humanos y quedaron sin alma, en los despiertos porque viven en un infierno que, desafortunadamente, es real, pero hay que saber salir de él, a pesar de todas las trampas y engaños del enemigo.

El empoderamiento del ser, de su voluntad, de su acción, de su conciencia (lo cual no es negar lo evidente), la superación de sus miedos, de sus traumas pasados y pretéritos, el hecho de asumir la fuerza interior y de su seguridad frente a quienes les han embrujado con hechizos de magia oscura, son indispensables. Hay que reforzar la sociedad civil en España, una sociedad catapultada en el sinsentido, la superficialidad, el absurdo, el pesimismo y en el no hay ya un mañana. 

Sí lo hay, y existe porque nadie lo ha escrito. El sentido de nuestra vida no les pertenece a cuatro cobardes ignorantes ni zafios, el sentido de la vida es de cada uno de nosotros y sí, si es posible recuperarlo con tratamientos que nos fortalezcan desde dentro para expulsar a los demonios y fantasmas que nos acaban invadiendo, víctimas de tanta brujería de la muerte.

Hay una salida y ésta está en ti. ¿Deseas encontrarla? Nosotros te ayudamos.

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