Por Alfonso de la Vega
Hay que reconocer que las peripecias judiciales en el reino de don Felipe representan todo un hallazgo en el ya tan trillado género de la novela negra. El “asesino” ya no es el tópico mayordomo, ni la amante ambiciosa, ni el heredero impaciente, ni el estafador descubierto, ni uno de los muertos “resucitado” como en Diez negritos, ni la insospechada frágil viejecita envenenadora. Las pequeñas células grises de Hércules Poirot han descubierto que ¡Es nada más y nada menos que el fiscal en jefe!
«La justicia se administra en nombre del rey» lo que favorece el logro auténticos hallazgos que no se les hubiera ocurrido ni a la minerva privilegiada de una Ágatha Christie, de un sir Arthur Conan Doyle, Dashiell Hammett, Andrea Camilleri, Umberto Eco…,
Acaso a lo que más se parece la peripecia institucional contemporánea española es a un relato del gran Chesterton, pero no del astuto P. Brown. Como dicen que la realidad imita al arte no estaría de más que recordáramos la sugestiva trama de la famosa obra de Chesterton El hombre que fue jueves, publicada en 1908, y que posee algunas facultades visionarias acerca del funcionamiento de ciertos servicios e instituciones, y, en cualquier caso, ratifica el aforismo unamuniano según el cual la realidad es paradójica o se manifiesta en paradojas.
En el Londres neblinoso, un departamento contra-anarquista de Scotland Yard recluta al poeta Gabriel Syme. Luego, un poeta anarquista llamado Lucian Gregory establece contacto con Syme y lo lleva a una reunión anarquista local. Pero en vez de al verdadero anarquista Gregory, el agente Syme se vale de su ingenio y habilidad para lograr ser elegido como el representante local en el Consejo Central de Anarquistas mundial. Dicho Consejo está formado por siete hombres, cada uno tiene el nombre de un día de la semana; a Syme se le da el nombre de “Jueves”. El policía multiplica sus esfuerzos por desbaratar las intenciones del Consejo. Así, descubre que cinco de los otros seis miembros son también policías, espías o agentes encubiertos; todos igual y misteriosamente empleados y asignados para derrotar al Consejo de los Días. Pero descubren también que luchan unos contra otros y no contra anarquistas de verdad.
Un plan paradójico y genial de Domingo, el séptimo. En una conclusión vertiginosa y bellamente surrealista los seis campeones del orden dan con el inquietante y caprichoso Domingo, el hombre que se hace llamar «La Paz de Dios». Y Domingo resultaba ser en realidad el mismo hombre que los reclutaba «para luchar contra los anarquistas”, ninguno de los seis logra identificarlo ya que hablaba desde una oficina oscura. ¿Pero qué pretende realmente Domingo, ese hombre de paz? ¿Para quién o quiénes trabaja el Uno? Cualquiera sabe, ¿la usura internacional, la oligarquía agiotista, la UE, la agenda 2030? ¿O acaso solo para sí mismo como forma impune de engordar su hacienda y ponerla a buen recaudo?
Desde luego que el malo, o uno de los malos lugartenientes de la peligrosa banda sea el propio fiscal en jefe que debe combatir el crimen en nombre del rey resulta un hallazgo prodigioso incluso para esta esperpéntica corte de los milagros o de las maravillas.
El gran Pirandello, el famoso fabricante siciliano de pasta y Premio Nobel, sostenía que el hecho estético debe estar integrado por la actividad práctica que ha llegado a ser una misma cosa con él. La ejecución es la concepción misma, viva y actual, se trata de crear una realidad que, al igual que la imagen misma que vive en el espíritu del artista, sea a un tiempo, material y espiritual: una apariencia que sea la imagen, pero hecha sensible. La actividad práctica, la técnica, el trabajo, deben ser espontáneos y casi inconscientes. La ciencia adquirida no puede ser utilizada por medio de reflexión, la técnica tiene que haber llegado a ser casi un instinto del artista… El escritor plasma en diez páginas lo que debería estar reunido en una mirada; el pintor superpone las propias ideas sucesivas en una imagen que se divide como el acto espiritual que la ha concebido. En los dos casos el cuadro tiene necesidad de comentario: el del pintor para se comprendido, el del escritor para ser visto”…
Y el fiscal para ser procesado por los delitos que el debe combatir en nombre de la ley. Pero imaginemos la representación.
Fiscal al acusado:
«Me ha ordenado mi jefe, que es Su Excelencia, que debo decir que Su Excelencia es inocente. Así que obligado por la obediencia jerárquica dejo la ley en suspenso para poder defenderle.»
(Risas)
Defensa (la otra, porque en este caso habría dos defensas):
«Señorías, ya lo decíamos nosotros: no hay ley, ergo no hay delito. Su Excelencia debe ser absuelto».
En efecto, el hecho jurídico debe estar integrado por la actividad práctica que ha llegado a ser una misma cosa con él. La ejecución es la concepción misma, viva y actual, se trata de crear una realidad que, al igual que la imagen misma que vive en el espíritu del jurista, sea a un tiempo, material y espiritual: una apariencia que sea la imagen, pero hecha sensible. En resumen: el Estado soy yo, la Ley soy yo, el delito soy yo. Y si las cosas no se acomodan a las ideas que tenemos los socialistas sobre las cosas, ¡tanto peor para las cosas!
¡Visto para sentencia!
¡Telón!