miércoles, marzo 12, 2025
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Torreciudad en la pugna actual

Por Alfonso de la Vega

La escaramuza actual por el control del santuario de advocación mariana de Torreciudad se enmarcaría dentro de la pugna entre el Opus Dei y la Compañía de Jesús, que se presenta de modo enconado, hoy con Bergoglio como principal actor. Aparte de la disputa con el obispado protegido por Bergoglio por la cuestión del desglose de la propiedad, las cuentas financieras o el importe del canon que debe aportar el santuario al obispado, según algunos autores habría otros aspectos a considerar en el conflicto: pudiera tratarse de una especie de venganza por la ya lejana derrota experimentada por el padre Arrupe y sus compañeros iniciada primero por Juan Pablo I y luego rematada por Juan Pablo II. Para ello se arbitró la famosa mafia de San Galo responsable de la abdicación forzada de Benedicto XVI y del consiguiente ascenso a la cucaña vaticana del siniestro Bergoglio, primer jesuita en alcanzarla, blanqueando al tradicional papa negro en la sombra.

En efecto, nunca la Compañía había tenido a uno de sus miembros como Obispo de Roma. En este reinado Bergoglio siempre ha evitado los títulos de Sumo Pontífice, Vicario de Cristo, etcétera, se ha proyectado sobre la Iglesia la decadencia moral de la Orden y bajo el pretexto de la sinodalidad se ha absolutizado el ejercicio del poder. Se ha querido imponer tal neologismo con rasgos pseudo teológicos como si fuera una característica o nota tradicional de la Iglesia: Una, Santa Católica y Apostólica. Una institución que no puede ser «democrática» en el sentido de su misión, programa o razón de ser, salvo que se quiera trasformar en otra cosa nacida tras el concilio vaticano II y socavando la tradición y la doctrina. Quizás lo más patente es su labor de demolición doctrinal, del sistema judicial para poder “misericordiar” a capricho del jefe, y de la misma diplomacia. Los resultados son catastróficos, pero coherentes con la deriva de la Compañía.

La historia del vasco P Arrupe y su política de subversión comunista favorecedora de la organización terrorista ETA y de la teología de la liberación es desde luego muy inquietante pero muestra la indudable deriva comunistoide la Compañía desarrollada más tarde por Bergoglio, tras su anterior paso por la corrupta logia P2 o la Guardia de Hierro y posterior cambio de socios de cordada, en especial los neomarxistas del Partido Demócrata.

En la pugna de la SJ con el Opus Dei existe un aspecto evidente de común lucha por el control del poder y del dinero del Vaticano pero también importantes aspectos ideológicos. En la ideología del Opus puede encontrarse un aspecto achacado habitualmente al protestantismo, al menos desde Max Weber, en el sentido que el triunfo personal en el capitalismo viene a ser como una especie de reconocimiento divino, de modo que la moral del trabajo viene a poder santificar a la persona y a su obra. Aunque no vendría mal aclarar de qué clase de trabajo estaríamos hablando en cada caso. Viene a la memoria la ironía de Cervantes cuando explicaba las reglas de Monipodiocosa nueva es para mí, que haya ladrones en el mundo para servir a Dios y a la buena gente” se sorprende uno de los pillos menos avisados. A lo que contesta otro más experimentado: “señor yo no me meto en tologías. Lo que sé, es que cada uno en su oficio puede alabar a Dios”.

Durante la etapa de los llamados tecnócratas, cuyo líder principal fuera Carrero, casi todos ellos miembros de la Obra, se produjo un importante desarrollo económico español que colocaría España entre las naciones más industrializadas y prósperas del mundo. El presidente Carrero murió en extraño atentado junto a la embajada de EEUU , y años después el ex ministro López Bravo conocido miembro supernumerario en un sospechoso accidente de aviación que algunos achacaron habría sido causado por ETA.

En cambio, en su aspecto político social la SJ, al menos desde el P Arrupe, juega con la explotación y tergiversación del pobrismo evangélico, y favorece una forma de comunismo en la que los jesuitas serían la vanguardia y la clase dirigente. Su modelo pudiera ser el de las famosas experiencias históricas fruto de su traición a España de las reducciones esclavistas de Paraguay, pero ahora con nuevas tecnologías.

No viene mal recordar estas cuestiones para tratar de deslindar qué traiciones evangélicas son personales del propio Bergoglio y cuales de la Compañía, para mejor comprender el alcance de lo que pasa, así como las posibilidades del futuro sin Bergoglio.

Quien lo comprendiese muy bien para su desgracia fue el infortunado y noble Papa Juan Pablo I, muerto en muy extrañas circunstancias precisamente dos días antes de que fuese a hacer pública su opinión sobre el estado de la Compañía de Arrupe. El papa estaba convencido de que las ideas revolucionarias que habían echado raíces entre los jesuitas, sobre todo los jóvenes, a menudo desafiantes a la frente a la Tradición y la Doctrina representaban un gran problema para la Iglesia, Sobre todo por sus innovaciones en el campo doctrinal, por ejemplo con Karl Rahner, pero también por su asimilación con el mundo.

De su documento sobre los jesuitas cabe espigar algunas frases muy reveladoras, y aún más viniendo de quien vienen, un Papa y hombre lúcido y sincero, sacrificado por servir al evangelio, que pueden seguir siendo aplicadas a Bergoglio y su corte pontificia más íntima: “se preocupan de los grandes problemas económicos y sociales que hoy atraviesa la humanidad… más en la solución de estos problemas deben saber siempre distinguir las tareas de los sacerdotes religiosos  de aquellas que son propias de los laicos. Los sacerdotes deben inspirar y animar a los laicos hacia el cumplimiento de sus deberes, pero no deben sustituir estos, descuidado su propia tarea específica en la acción evangelizadora”.

El Papa Luciani sigue quejándose de los jesuitas “fascinados por la doctrina marxista, dedicados a la política, a la sociología, a lo social, más que a Cristo mismo, para luego radicar este error en un hecho: “el abandonamiento de la sólida doctrina”. Les recuerda que “San Ignacio exige de sus hijos una firme doctrina”, les recomienda, unas líneas después el ser fiel a una “doctrina sólida y segura, plenamente conforme a la enseñanza de la Iglesia”, luego invita a “no permitir que las enseñanzas y publicaciones de los jesuitas causen confusión y desorientación en medio de los fieles”, y añade “recuerden que la misión encomendada al Vicario de Cristo es la de anunciar, de manera adecuada a la mentalidad de hoy, pero en su integridad y pureza el mensaje cristiano, contenido en el depósito de la revelación”. Para seguir con un contundente  “No dejen caer esas tradiciones loables (ligadas a una severa disciplina religiosa), no permitan que tendencias secularizadoras vengan a penetrar y turbar su comunidad, porque el necesario contacto apostólico con el mundo no significa asimilación con el mundo, de hecho se exige aquella diferenciación que salvaguarda la identidad del apóstol, de modo que sea verdaderamente sal de la tierra y levadura capaz de hacer fermentar la masa”. Ahora a estas inquietudes ajenas a su misión se ha añadido otras como el NOM, la Agenda 2030, la del cambio del clima climático climatizable, las vacunas eugenésicas, el multiculturalismo religioso, etcétera…

Sabemos lo que pasó. El pobre Papa bueno murió en muy extrañas circunstancias y su sucesor probablemente entendió que para su propia protección debiera tomar partido. Así lo hizo, prefirió al Opus a la Compañía y también sufrió un atentado que casi le lleva a la tumba, Benedicto fue amenazado con escándalos para obligarle a abdicar y Bergoglio subió al solio pontificio para poner en valor para el accionista los logros mundanos del concilio Vaticano II.

Al parecer el reinado negro de Bergoglio ya estaría llegando a su fin lo que abre una posibilidad de esperanza si la Iglesia recuperase el sentido evangélico de su misión, misión básica establecida por su Fundador, en vez de la política, como explicaba el Papa Juan Pablo I a los jesuitas.

 

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