lunes, enero 20, 2025
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La leyenda negra es un cuento para incultos y mala gente. ¿Acaso no saben que los habitantes de la América precolombina realizaban sacrificios humanos y practicaban la antropofagia?

En los últimos años, los historiadores se han puesto las pilas y han publicado varios libros sobre la conquista de América, sacando a la luz la verdadera historia de la gesta sin igual que España protagonizó en el Nuevo Mundo. Gracias a ellos, la leyenda negra está perdiendo parte de su color oscuro y tenebroso, pero aún hay mucho trabajo por hacer. Y eso nos corresponde a todos. Siempre podemos compartir lo poco o mucho que sabemos para crear conciencia.

La teocracia de los mexicas/aztecas estaba basada en el sacrificio y la antropofagia como medio de calmar a sus múltiples dioses ansiosos de sangre. Había ciertas fiestas en las que se inmolaban niños, doncellas o jóvenes. La víctima era colocada en la piedra sacrificial; después, el sacerdote hundía en el pecho un cuchillo de obsidiana y le extraía el corazón para ofrecérselo al dios Huitzilopochtly o a otros del panteón precolombino. En el juego de pelota se sacrificaban esclavos. Estos morían también en los combates a muerte a los que eran obligados los prisioneros de otras tribus. Estas matanzas rituales se realizaban durante todo el año. Sólo había un periodo de cinco días, durante el Nemontemi, entre el 28 de enero y el 1 de febrero, en los que no corría la sangre.

Los aztecas eran temidos y odiados por el resto de las etnias. Este descontento propició que los tlascaltecas se pusieran del lado de los conquistadores y los ayudaran en la toma de Tenochtitlan.

La conquista española del continente americano acabó con estas prácticas, y ahí están los códices y las referencias de los evangelizadores.

El jesuita canario P. Anchieta, que dedicó su vida a evangelizar a los indios de Brasil, narra una espantosa anécdota. Un día fue a visitar a una de sus feligresas, una viejecita india que estaba medio moribunda a causa de una larga enfermedad: —¿Cómo está, cómo se encuentra? —Mal, muy mal, contestó la india, no tengo apetito. —¿Quiere que le hagamos un caldito, algo que la reanime?, preguntó el buen Jesuita. —Ah, señor Padre, si pudiera comerme un bracito de niño, me repondría enseguida, estoy segura, respondió la india. ¡Y lo dijo como lo más natural del mundo!

Jean de Lery habla en sus crónicas de los tupinambás de Brasil y dice a este respecto que a los prisioneros que capturaban los trataban muy bien y “tras haberles engordado como cerdos en chiquero, los matan finalmente a mazazos y se los comen con gran ceremonial”.

Los relatos de Pedro Cieza de León son aún más crudos. Habla el cronista de las costumbres de los indios de Arma, un pueblo que los incas tenían bajo su dominio. “Son tan amigos de comer carne humana estos indios que se ha visto haber tomado indias tan preñadas que querían parir y con ser de sus mismos vecinos, arremeter a ellas y con gran presteza abrirles el vientre con sus cuchillos de pedernal o caña y sacar la criatura; y habiendo hecho gran fuego, en un pedazo de olla tostarlo y comérselo con tanta prisa, que era cosa de espanto” [1].

Entre los grandes logros de los jesuitas y los franciscanos hay que destacar el haber erradicado en poco tiempo la práctica de sacrificios humanos y el canibalismo. Relata el antropólogo Arthur Bordier que los otomíes vendían carne humana en las plazas, y que en los mercados comanches siempre había una buena provisión de carne humana cocida o hecha tasajo.

Los españoles se encontraron con otros pueblos que practicaban la antropofagia, entre ellos, los natagaimas, los guauros, los tamagales y los pijaos, que habitaban la zona centro oeste de la actual Colombia. Pero el gusto culinario de los pijaos era aún más refinado. La carne de niño asado era su gran deleite. Estos hechos los recoge el doctor en Historia de América, Manuel Lucena Salmoral y precisa que los asaban en barbacoas y los llevaban en el morral para comer durante el camino. De esta información se hace eco el hispanista argentino Marcelo Gullo Omodeo [2] en su libro Nada por lo que pedir perdón. La importancia del legado español frente a las atrocidades cometidas por los enemigos de España [3]. Gullo Omodeo denomina a los pijaos “pueblo gourmet”.

Refiere el antropólogo alemán Hans Disselhoff que cuando nacían los hijos de las mujeres prisioneras embarazadas, los engordaban hasta la adolescencia y luego  los comían en gran festín. A este respecto, el inca Garcilaso de la Vega refiere que cuando las mujeres ya no servían para la reproducción, las mataban y las cocinaban.

Los indios de Chile también comían el corazón de sus enemigos. Los crees y los siux de Norteamérica, los dayaks de Borneo, los tolakis de las islas Célebes, los bambaras de Mali, Costa de Marfil, Burkina Faso y otros países de África, los bantúes de Gabón, los italones filipinos o los nativos de las islas Salomón también practicaron la inmolación y el canibalismo.

Cuando Colón llegó a La Española, a Puerto Rico y a Jamaica también tuvo que lidiar con tribus que practicaban el canibalismo, como los caribes. Estos devoraban a los hombres; a las mujeres las violaban, las embarazaban y cuando nacían los niños los comían con gran fiesta.

Los hechos que acabamos de referir muestran la crueldad natural del hombre primitivo, dependiente de dioses sangrientos y númenes que condicionaban su existencia. Reconozco que es desagradable hablar de esto, pero forma parte de nuestra realidad, y es importante que el público tenga conocimiento de estos hechos y que puedan utilizarlos como argumento contra quienes hablan de aquellos pueblos como si fueran pacíficos y hospitalarios, viviendo en paz en comunión con la naturaleza en una arcadia feliz que nunca existió.

Los defensores de la leyenda negra contra España omiten todos estos datos. Por eso es necesario airearlos.

El canibalismo también se practicó en Europa y otras partes del mundo. El cristianismo prohibió la antropofagia y dar muerte a seres inocentes; pero estas prácticas estaban tan arraigadas que tuvieron que pasar siglos hasta hacerlas desaparecer.

En América, la evangelización acabó con la barbarie, igual que había hecho en Europa y en otras tierras donde España puso el pie. El catolicismo devolvió a los seres humanos la dignidad inherente al derecho natural que les corresponde por el hecho de ser criaturas divinas hechas a imagen y semejanza de Dios.

NOTAS:

1 CIEZA DE LEÓN, P. Primera parte de la Crónica del Perú., 1550. Cronistas de las culturas precolombinas, F.C.E., México, 1963.

2 El hispanista argentino, Marcelo Gullo Omodeo, es uno de los máximos detractores de la leyenda negra y un gran defensor de la Hispanidad y la gesta española en América; denunciador de la idea del paraíso feliz poblado por gentes ingenuas y hospitalarias. 

3 GULLO OMODEO, Marcelo, Nada por lo que pedir perdón. La importancia del legado español frente a las atrocidades cometidas por los enemigos de España, Ed. Espasa, Madrid, 2020.

(Datos de mi libro La dignidad de la vida humana, La Regla de Oro Ediciones, Madrid, 2012).

 

Magdalena del Amo
Periodista, psicóloga, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.
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