Si en un artículo anterior exponíamos la nula importancia de la vida en la India, en China es aún más grave. Los gobiernos comunistas desposeen a sus ciudadanos de sus derechos y, lo que es peor, de su dignidad, y acaban robándoles su alma en un par de generaciones convirtiéndolos en meros robots andantes y hablantes. La barbarie practicada en el país amarillo es extrema, y viene ya de lejos, según nos cuentan las crónicas.
Los misioneros que llegaron al Catay en el siglo XVI se quedaron sorprendidos por el auge de la prostitución, la corrupción y el infanticidio. El médico de la armada francesa, Jean-Jacques Matignon, dejó escrito que los chinos asesinaban a sus hijas y asfixiaban a sus hijos con almohadones, o los ahogaban. Estas prácticas eran denunciadas por los misioneros que a menudo pagaban con su vida la denuncia de estos comportamientos.
El evangelizador san Giovanni Freinademetz escribió que los chinos tenían costumbre de abandonar, intercambiar o vender a sus propios hijos y apunta que «uno de nuestros mejores cristianos, antes de su conversión, había matado a su hija, arrojándola contra las piedras simplemente porque lloraba demasiado».
En el siglo XIX, los monjes deambulaban por las calles recogiendo niños vivos que habían sido abandonados por sus padres. Esta situación se sigue repitiendo. En la actualidad, para casarse y tener hijos es necesario el permiso de la Administración, y si alguno de los contrayentes padece alguna enfermedad o tara hereditaria, la autorización es denegada. Y a pesar de ser uno de los países con la economía más boyante, el artículo 49 de la Constitución obliga a las parejas a someterse a los planes de planificación familiar. En 1979, el gobierno implantó una ley restrictiva de natalidad que se prolongó durante 36 años; solo se permitía un hijo por matrimonio en las ciudades, y dos en el rural. Después de tener el primer hijo, la mujer estaba obligada a colocarse el DIU. Si una mujer ya había tenido un hijo y se quedaba embarazada de nuevo, los guardianes de la ley enviaban a los llamados «escuadrones de la muerte», los cuales secuestraban a la mujer, la llevaban a abortar y, de paso, la esterilizaban.
Si por alguna circunstancia el niño nacía, al matrimonio se le retiraba el bebé y se le daba muerte o se le recluía en un orfanato, donde los internos llevaban una vida atroz, sobre todo, las niñas. La infracción de esta ley se pagaba, además, con multas, prisión, aislamiento social y esterilización forzosa.
Los niños que nacían fuera de la ley no tenían derecho a sanidad ni a ningún tipo de asistencia social. Eran seres sin derechos. A lo largo de estos años, el número de niños asesinados es altísimo, sobre todo en zonas rurales [1].
Los funcionarios de hospitales que ayuden a las mujeres a evitar la esterilización o el aborto son sentenciados a muerte [2].
Haciendo un poco de historia, nos encontramos con datos realmente escalofriantes e inconcebibles en Occidente, a pesar de estar ya completamente inmersos en la Cultura de la Muerte: En 1997, la Administración Clinton aprobó 385 millones de dólares para asignar a organizaciones –entre ellas, la IPPF– dedicadas a la distribución de anticonceptivos en cien países. También eliminó la prohibición de usar órganos y tejidos de bebés abortados en investigación, lo cual estaba prohibido. Esto contribuyó al aumento de la ratio de abortos para obtener tejidos fetales, cosa de la que ya el doctor Nathanson había advertido.
China recibió dinero del Fondo de las Naciones Unidas para el Control de Población (UNFPA, por sus siglas en inglés) para sus planes de control demográfico de un solo hijo por familia, esterilizaciones y abortos. El UNFPA, como el resto de organismos internacionales de la ONU, padece una auténtica obsesión antinatalista. Fue cómplice del gobierno chino en la implantación de su política de natalidad. Es más, la ONU le otorgó el premio para la población a Qian Xinzhong, jefe del programa chino de control de la natalidad «por su contribución a la «comprensión de problemas de control de la población». Apoyó sus políticas coercitivas y le facilitó los métodos de análisis de datos. Pero lo más grave es que nunca denunció los abusos y siempre mantuvo en secreto la vulneración de los derechos humanos hasta que algunos periodistas y organizaciones humanitarias lo sacaron a la luz.
Durante años, los católicos de Vietnam, entre otras ocupaciones humanitarias se dedicaban a recoger de los contenedores los cuerpos de niños abortados para enterrarlos o incinerarlos y evitar así que fueran echados a los cerdos como alimento. Esta noticia debería haber hecho estremecerse al mundo. Sin embargo, la información sobre economía, política, el deporte, el famoseo y otros asuntos mundanos suele copar los espacios de noticias; una prueba más de la crisis moral que estamos viviendo.
El New Yok Times informaba en 1992 de un grupo de mujeres chinas embarazadas a quienes obligadamente provocaron el parto prematuro a pesar de la oposición de sus familias y de los médicos. Las feministas chinas disidentes de los planes gubernamentales de control de la natalidad nunca fueron apoyadas por las feministas occidentales; muy al contrario, fueron ignoradas.
Aunque hechos como este no suelen ser noticia, la administración Clinton deportó en varias ocasiones a mujeres chinas que pedían asilo político escapando de un gobierno que las obligaba a abortar una y otra vez. A pesar de la presión de algunos congresistas y de un juez del estado de Virginia, no se consideró motivo de asilo.
La organización cristiana Coalición Internacional por la Vida trabajó durante muchos años en favor de los chinos huidos a Estados Unidos, buscándoles refugio en Ecuador y otras naciones para evitar que fueran deportados. Es paradójico que el país del sueño americano, que parece haber inventado la libertad y los derechos humanos, no diese protección a personas que huyen de la persecución. Posiblemente se deba a la presión que los lobbies abortistas ejercen sobre los gobiernos.
Las feministas y sus adláteres son cómplices del gobierno chino en el asesinato de millones de niñas, por el mero hecho de tener un sexo femenino, y del abuso físico y psicológico al que son sometidas sus madres. Da la sensación de que todos hemos asumido las políticas chinas antinatalistas y nos conformamos con adoptar niñas de ese país. En este sentido, los chinos son tratados como animales.
Cuando alguno de estos escándalos sale a la luz, el gobierno chino mata al mensajero, en lugar de pedir perdón y justificar ante el mundo lo injustificable. ¡Qué vergonzoso que el Premio Nobel de la Paz no haya podido acudir a Suecia porque el gobierno lo había encarcelado por denunciar la falta de libertades! Paradójicamente, por lo mismo que se le había concedido el Nobel.
El plan de control de la población de «un hijo por familia»
terminó en 2015. Pero la sociedad china ha sufrido tanto emocionalmente que su alma colectiva nada en lágrimas y sangre. ¡Qué cobardía el silencio internacional ante el genocidio!
Hace unos años, considerábamos escandaloso que los países más civilizados del mundo cerrasen los ojos ante los crímenes chinos y criticábamos duramente que en las calles hubiese niños abortados, mientras los transeúntes pasaban sin inmutarse hasta que eran recogidos por voluntarios de la organización Iglesia necesitada para darles cristiana sepultura y que no acabasen como alimento de animales. Hoy, no veo gran diferencia entre aquella sociedad y la nuestra. No arrojamos a la calle a los bebés abortados, pero dejamos morir a los imperfectos que nacen vivos y existen mafias “legales” que comercian con tejido fetal ¡¡¡vivo!!!, para experimentación, vacunas y cosméticos, además de echar a la alcantarilla o al basurero los restos “inservibles” que los aborteros succionan del vientre de sus madres. No nos diferenciamos tanto de los chinos. ¡Debería caérsenos la cara de vergüenza!
NOTAS:
1. Según la US Census Bureau, en 1985 se habían practicado 100 millones de intervenciones forzosas, entre esterilizaciones y abortos. Contra el cristianismo, Eugenia Rocella y Lucetta Scaraffia, Ed. Cristiandad, Madrid, 2008.
2. Las feministas de género silencian vergonzosamente la situación de las mujeres en China, y los miles de niñas asesinadas en virtud de las políticas que ellas defienden.
China es un país de esclavos sin alma, ese es el modelo que quiere el puerco del Foro Económico Mundial para todo el mundo o al menos para occidente, el mundo está gobernado por auténticos delincuentes que son una mafia criminal a los que no les importa matar para conseguir sus objetivos ya que no tienen alma porque se la han vendido a Satanás por poder, fama y dinero, este mundo ya parece el infierno. En organizaciones como la ONU o la OMS se hacen ritos satánicos, pero a nosotros se nos ha dicho que la primera fue creada para los derechos humanos y la segunda para velar por nuestra salud, eso es una gran mentira, las Naciones Unidas y la mafia de la Salud fueron creadas para el nuevo orden mundial desde el principio, la ONU ya la querían crear después de la primera guerra mundial con el nombre de Liga de las Naciones pero no se la aprobó el congreso, cosa que hicieron después de la segunda contienda con las Naciones Unidas, este mundo está gobernado por la mafia que adora a Lucifer.
China se diferencia bien poco de Europa,donde la esclavitud es real y palpable.Solo la esclavitud sexual alcanza cifras escandalosas en Europa.A veces vemos fuera lo que no queremos ver dentro.
En Europa contratan a chinos en talleres clandestinos.En Europa los negros inmigrantes,son esclavizados en condiciones infrahumanas y sueldos muy bajos.Meterles en hoteles de lujo es otra cortina de humo.
En cuanto a la política,ese comunismo que tendrá que desaparecer,la ha convertido en la segunda economía mundial,mientras que el Régimen Stalinista de la CEE,sobre todo en España…arruina mata y nos deja fuera de cualquier ranking de economía.