Por Alfonso de la Vega
Dios ha nacido en el exilio. Recuerdo la lectura en mi juventud de este bonito libro del exiliado rumano Vintila Horia. Tradicionalista, encarcelado por los nazis en Austria, condenado por supuesto fascista en su Rumanía natal, huido de los comunistas, viajero por varios países, refugiado y acogido finalmente en España.
Nostálgico de la Tradición espiritual perdida, influido por Rene Guenon, acaso por Jules Evola y por su amigo Giovanni Papini, Vintila Horia, fue un personaje muy poco común en esta época traicionada, tan poco amiga de Tradición y metafísicas.
Su libro de divulgación Encuesta detrás de lo visible sobre la siempre difícil problemática de la Metapsíquica sigue manteniendo interés, y aún ahora medio siglo después de su aparición puede considerarse uno de los más sugestivos publicados en español sobre la materia. Sobre todo, a mi parecer, porque no se queda solo en la mera fenomenología.
Para un exilado de su tierra natal como él, la figura de Ovidio despierta singulares emociones. Según Vintila la época del poeta romano exiliado por orden del emperador acaso presenta similitudes con la actual. Los más sensibles percibían también entonces una vaga especie de angustia de fin de ciclo, una desmoralización porque los viejos dioses ya no servían y el vacío que dejaban resultaba angustioso para la humanidad más inquieta.
Pero en medio de tal creciente desolación surge la esperanza del nacimiento de un personaje salvador procedente de una remota y medio salvaje región del Imperio. Alguien, o mejor un poder espiritual, una divina voluntad capaz de hacer cambiar las cosas y recuperar la esperanza.
Hoy también buscamos un cambio esperanzador que vuelva a colocar al Espíritu destronado en su lugar. Se acerca la Navidad, una esperanza renovada de que la Humanidad ni estaba ni tampoco hoy está abandonada a su suerte.
Hoy parte de las esperanzas de redención político social se depositan mejor o peor en un personaje tan equívoco como Trump. En Portugal existe el mito del sebastianismo, según el cual, el heroico rey don Sebastián muerto o cautivo tras el desastre de Alcazarquivir, regresará para rescatar a la Nación. Pero aquí, en España ni a los más nostálgicos cortesanos se les ocurre intentar un mito similar de un supuesto emeritismo real redentor.
Parafraseando a Vintila Horia pudiera producirse un El rey ha muerto en el exilio. En efecto, se ha sabido que la salud del rey exiliado se encuentra muy deteriorada, tanto que incluso se teme un no muy lejano fatal desenlace.
Cabe señalar que algunos procesos mentales de Su Majestad exiliada acaso pudieran ser como los de Ovidio según expresa Vintila. Es el momento para el repaso a los errores que han llevado a su caída en desgracia. Porque, a diferencia del cervantino patriota morisco Ricote, no le ha llevado al exilio ni el patriotismo ni la libertad de conciencia sino malos hábitos, aún más deplorables en quien por su alta posición más obligado estaba a dar ejemplo con su conducta. La constatación del progresivo olvido de los supuestos antiguos amigos, en especial de los más beneficiados por su reinado. Sin esconder aquí la lamentable, cruel e incoherente conducta de su propio heredero, un imbel altivo, manipulado y obtuso que sin virtud ni mérito conocido se permite tratar a su padre como a un apestado mientras disfruta de los privilegios del trono heredado.
Con su dilatada experiencia erótica, con permiso de la Bárbara Rey u otras amantes, sería muy interesante una obra emérita de contenido similar a la del Arte de Amar o las Heroidas, en las que Ovidio recoge supuestas cartas de amadas.
Pero el Emérito exilado no es Ovidio. Sus habilidades hasta ahora demostradas son otras y poco tienen que ver ni con las del poeta romano ni con las del escritor e intelectual rumano.
¿Llegará el tardío perdón del ingrato hijo y con él el deseado regreso a Hispania para morir? No lo sabemos, pero de momento parece ser que no. Ovidio murió en la nostalgia del exilio.
Tampoco sabemos nada aún de esa esperada esperanza contra toda esperanza salvo que el calendario de Adviento nos muestra que vuelve la Navidad a rescatarnos de nuestro propio exilio en este oscuro mundo material.