domingo, noviembre 9, 2025
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Un escándalo semitapado

Por Alfonso de la Vega

La tan oportuna, o inoportuna según se mire, dimisión de Mazón anunciada precisamente el mismo día en que el Supremo comienza el juicio contra el Fiscal General del Estado viene a tapar un escándalo mayúsculo ya que no hay calamidad o humillación que la Monarquía socialista nos ahorre ¡La novedad de todo un proceso penal contra el Fiscal General del Estado que desde luego no parece que se haga por capricho porque de ser así no sería menor escándalo!

Cuesta trabajo pensar que con esa dimisión forzada después de todo un año de poder hacerlo no se encuentra aquí otra vez la pérfida e hipócrita labor del PP de Feijoo como esforzado cirineo cuya misión es ayudar a llevar la pesada cruz de los desmanes socialistas. 

Una muestra del grado de degeneración en el que nos movemos ha sido el bochornoso espectáculo de un grupito de togados, es de suponer que nutrido con muchos de sus propios subordinados, aplaudiendo de modo entusiasta al presunto antes de entrar en el juicio. Una forma de inapropiada solidaridad con el delito que se suponen deben combatir, o al menos una acción altamente imprudente, tanto por lo de «la mujer del César» cuanto porque lo mismo cabría la remota posibilidad que fuese condenado, corporativismos aparte.

La defensa del procesado la pagamos todos: un abogado del Estado que ha pedido la nulidad de las actuaciones. Al fiscal también lo pagamos todos pero en este caso es el defensor bis y pide la absolución de su jefe, faltaría más, pues no ve delito.

Pero este lamentable espectáculo tiene la paradójica virtud de mostrar la perversión intrínseca del proyecto de Sánchez para desactivar completamente lo que queda de autonomía del Poder Judicial y conseguir un poder dictatorial único con triplicidad de funciones y en su absoluto beneficio. Es decir, asegurar la impunidad de la (presunta) delincuencia político financiera que reina en el régimen.

La cosa cada vez está más chunga de manera que podemos imaginarnos que el Tribunal se enfrenta a un grave dilema. Como diría Hamlet, entre tanto olor a podrido, ¿Qué es mejor: absolver al acusado y ya de perdidos al río; o bien condenarlo para intentar recuperar parte de la credibilidad perdida?

Ya veremos cómo termina el asunto.

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