domingo, noviembre 9, 2025
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No rebuzna de balde el señor ministro

Por Alfonso de la Vega

En esta Monarquía un escándalo tapa al inmediato anterior. El ministro de la Corona para Asuntos Exteriores, un tal José Manuel Albares, ha pontificado que a lo largo de la historia común entre España y Méjico “ha habido dolor e injusticia” hacia los pueblos originarios mexicanos y que es “justo reconocerlo y enmendarlo”. Quien desde luego no parece tener propósito de enmienda es el gobierno de Su Majestad. Este personaje o se cree lo que dice o no se o cree. Si lo primero es un ignorante que no merece la poltrona. Si no, es un felón cobarde que tampoco la merece. Pero mientras afirmaba esta sandez calumniosa, en Méjico siguiendo su acreditada tradición filantrópica propia de los indígenas, asesinaban a tiro limpio a un alcalde opositor a la presidente comunista. 

El motivo de estas estupefacientes declaraciones del excelentísimo señor ministro no se sabe bien si se debe a frivolidad, simple ignorancia estulta, intoxicación por peyote, hongos zapotecas, o lo mismo obedece a evitar alguna incriminatoria declaración sobre las andanzas en relación con los cárteles que no dejan de producir “dolor e injusticia”. En todo caso es un homenaje a los demonios. Claudia Scheinbaum ha prometido «dar continuidad a la Cuarta Transformación», en el estilo falsario de la Agenda 2030. No tiene sangre indígena precolombina pero reivindica las delicias del remoto pasado tiránico y antropófago de los aztecas y parece lamentar que los españoles hubiesen acabado con su genocidio, pero también hace honor a su personal genealogía centroeuropea. A diferencia de su protector ANLO sus orígenes familiares tampoco estarían relacionados directamente con España aunque sí con el PCUS de la antigua URSS. Una jázara de carácter intolerante y despótico que suele mostrar una mueca dura, soberbia, altiva. Hazaña suya fue la profanación y casi demolición de un modesto templo católico. La presidente comunista de Méjico había exigido a España una petición de perdón, a la que se ha plegado de modo ignominioso el gobierno de Su Majestad que no pierde ocasión de humillar a España ante el silencio real. Pero este asunto no es una simple cuestión de gobierno sino de Estado, de carácter geoestratégico, patriótico e histórico por lo que don Felipe nunca debiera tolerar que un ministro de la Corona perpetrara tal atropello al honor de España. 

Esto de la memoria histórica da mucho juego en la tergiversación y el embuste impune. Una de las formas actuales de combatir a España y sus referencias históricas es el indigenismo como falaz mito de un idílico adanismo contra la civilización occidental. En efecto, nos ataca un indigenismo hostil, una deformación histórica interesada para promover sus devastadores fines, jaleado por globalistas financieros sionistas, curas trabucaires, comunistas, echacuervos y arrebatacapas. Que curiosamente acusa a España de barbaridades sin atender a que si la colonización de la hoy Hispanoamérica la hubieran perpetrado los anglosajones los pocos indígenas que no hubieran sido exterminados estarían en jaulas para solaz de turistas gringos o como carne de cañón de los experimentos genéticos de organizaciones malignas. Y, claro está, tampoco habría mestizos, grupo modal demográfico en muchos países de habla y cultura española, porque los anglosajones no se mezclaban con los pueblos que colonizaban. Su supremacismo racista no se lo permitía. Ni tampoco se molestaban en llevar su propia civilización a las gentes sino que se limitaban a montar las redes de comercio y especulación en complicidad con tiranos, caciques, reyezuelos o rajás que las sometían.

En realidad, el tema del indigenismo anti español no se suscribe solo a América. Aquí, se ha perpetrado una llamada Ley de Memoria Histórica tergiversadora y demagógica. Algunos miembros de varias taifas españolas también se han montado su propia “película indigenista”, una deformación histórica interesada para promover sus devastadores pero lucrativos fines caciquiles. En cierto modo una segunda fase del proceso de desmembramiento nacional ya padecido cuando el imperialismo anglosajón y sus instrumentos consiguieron desmembrar los virreinatos de España.

Al principio el antiespañolismo era cosa de criollos más que de indígenas o mestizos. O de comunistas más o menos opulentos o narcotraficantes como ahora. Los indígenas y mestizos lucharon por el rey. En realidad no eran tontos y sabían bien quienes les protegían y les posibilitaban una vida relativamente próspera. En general, la independencia americana resultaría una catástrofe para indígenas y mestizos, con gran pérdida de rentas y protección social. Así como la causa de una fragmentación en  repúblicas clasistas, ineficaces, dependientes del agio, presa fácil del gigante norteño. Poco tiempo después de la independencia promovida por un grupo de oligarcas más o menos encanallados al servicio del Imperio británico, las cosas se estropearon de forma fulminante. 

El moderno Méjico “independiente” pronto demostraría su incompetencia y perdería enseguida gran parte del antiguo territorio de Nueva España a manos de los hipócritas y oportunistas invasores gringos. Lamentablemente por ser una tierra tan querida por los españoles Méjico ha venido a resultar un estado fallido cuyo germen acaso ya se encontraba desde que interrumpiera la ingente labor civilizadora de España. Si aquí, según sostiene Gonzalo Fernández de la Mora en ensayo famoso, uno de los grandes lastres y dramas nacionales es lo que llamaba la envidia igualitaria, tan astuta y lucrativamente explotado por las repugnantes zurdas locales, allí la cuestión de hispanofobia posee un componente racial, y en cierto modo racista: el del mestizaje y su envidia del blanco. Esa guerra civil en la propia sangre a la que se refería Madariaga en un conocido texto que reproduje en otro artículo reciente.

A mi me también me ha llamado la atención en Méjico que muchos mejicanos actuales, con nombres y apellidos de origen español, se identifiquen con los aztecas, «la sociedad más monstruosa de todos los tiempos», según Antonio Escohotado. Un pueblo genocida, que perpetraba habituales sacrificios humanos incluidos los de niños pequeños, caníbal, comparable a los nazis. Un pueblo que ni siquiera era autóctono de Méjico como otros a los que había sojuzgado gracias a su salvajismo, ferocidad y crueldad. Los aztecas procedentes del N.O. de América habían protagonizado un éxodo similar al de los judíos en busca de la tierra prometida dos o tres siglos antes de la llegada de nuestros gloriosos antepasados. No suele hacer mucha gracia que se recuerde esta cuestión y menos aún en el lugar de la famosa matanza perpetrada por el gobierno priista de Ordaz y Echeverría, la plaza de las Tres Culturas en la capital mejicana. Yo lo hice durante una visita a la ciudad con gran disgusto del guía local.

Desde el punto de vista histórico la estulticia e ignorancia culposa del gobierno de la Corona resulta escalofriante. Un gobierno saturado de nulidades o «presuntos», se permite juzgar a auténticos héroes, gente esforzada, sacrificada que llevase la civilización a tierras de salvajes caníbales y degenerados. Todo al revés, como la actual Monarquía. Es justo reconocerlo.

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