jueves, julio 10, 2025
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Boda plutocrática en Venecia

Por Alfonso de la Vega

El magnate Jeff Bezos se ha casado en segundas nupcias con una chica mucho más joven que él y pinta de Barbie recauchutada. Con algunos habituales del famoseo como invitados la boda se ha celebrado en Venecia, la hermosa ciudad de los canales, convertida para tan grande ocasión en una especie de parque temático casi cerrado, lo que habría dado lugar a protestas de los perjudicados tanto turistas como vecinos locales. El Arte y la Cultura como precioso escenario o tramoya subordinada a la libido caprichosa de los poderosos. El evento ha significado otro caso de ostentación de riqueza casi obscena, de otro prosaico y tópico “qué no falte de ná”. La noticia en sí misma no merecería más comentario salvo para la esforzada prensa del higadillo si no fuese porque no deja de tener su interés simbólico revelador acerca de la situación de la civilización occidental y especialmente de sus más encumbradas élites. Y es sobre este punto que me gustaría hacer una breve reflexión.

El estado actual de Occidente habría dado la razón a Platón y sus conocidos planteamientos sobre la democracia como portal de la demagogia y la antesala de la tiranía. Como es sabido, Platón prefería la forma aristocrática de gobierno, cabe aclarar que no la del linaje o herencia sino la verdadera élite del mérito, de los mejores. Hoy Occidente finge ser una organización de democracias pero en realidad es una plutocracia unificada y apenas disimulada. Incluso en la reciente toma de posesión presidencial del lenguaraz belicista figuraban como en estrecho marcaje muchos de los plutócratas más famosos o visibles, entre ellos el mismo Bezos objeto de este comentario.

Nos encontramos con unas élites cuyos méritos no son propios en cuanto a desenvolvimiento espiritual, a intelectualidad, dotes artísticas o gracias a virtudes personales pero cuya distinción social se basa en la fortuna, es decir sobre una superioridad de carácter exterior y de orden cuantitativo. La cantidad sobre la calidad.

Y esta misma máxima en última instancia es el fundamento de la idea democrática, incluso sin la perversión actual para justificar la tiranía más acuciante. En efecto, la cantidad se prefiere a la calidad. La democracia se justifica o legitima por el número, no por la naturaleza de las acciones políticas. Estamos viendo que incluso contra la propia ley natural, el derecho de gentes o el sentido común, se entroniza cualquier barbaridad por muy aberrante que tal hecho resulte ser. Pero esa mayoría paradójicamente ahora se ve subordinada a veces a intereses particulares de ciertas minorías capaces de manipular hechos y discursos. Es la negación de la élite en el sentido aristocrático del término al que antes hemos hecho alusión. E incluso de la jerarquía en el genuino significado de la palabra. Hay palabras acuñadas tras la Ilustración que suenan muy bien, Igualdad, Democracia, Progreso, Socialismo… incluso poseen un cierto poder hipnótico que disimula o encubre su vaciedad en muchos casos. Convertidas en dogmas su capacidad de sugestión es tan notable que en manos de demagogos o mercenarios habilidosos comprobamos que hacen estragos.

Para que la democracia sea útil, es decir para lograr algo parecido al pretendido “bien común”, deben darse una serie de condiciones. Alguna homogeneidad social, un cierto nivel básico de bienestar general, una opinión pública informada y rectamente formada, transparencia y ausencia de trampas tanto ex ante como ex post de las votaciones. Aquí en España lo único que medio funciona a base de esfuerzo y heroico sacrifico personal es lo que pueden o les dejan hacer a miembros honrados del aparato del Estado pese a estar sometidos a los «partidos elegidos demócratas». Ahora se potencian leyes y mañas contra las propias poblaciones originales imponiendo invasiones, mezcolanzas raciales y multiculturalismos devastadores. La opinión es muy fácil de manipular cuando los media dependen de los plutócratas o de sus políticos mercenarios a su servicio. Con las sugestiones adecuadas se pueden crear realidades virtuales que enmascaran lo que en realidad sucede.

Pero si no nos dejamos embaucar por las palabras y si se define la democracia como el gobierno del pueblo por sí mismo, tal cosa en la realidad resulta una quimera, una incoherencia admitir que los hombres pueden ser a la vez gobernantes y gobernados. No es solo una cuestión abstracta o teórica, no hay más que ver los logros de esa pretendida democracia actual con su sufragio general que dudo mucho hayan sido queridos por los supuestos gobernados gobernantes sino más bien para mayor granjería y negocio de las élites. Cuesta creer que la gente desee dedicar un 5% del esfuerzo nacional a comprar armas como las élites imponen. O quiera la precariedad laboral, la incertidumbre sobre el futuro, la imposibilidad de planificar el futuro de una familia tradicional, el hundimiento moral y la degradación personal, el abuso de reglamentación burocrática junto a la desregulación de lo fundamental para los poderosos, el desmantelamiento del tejido industrial y de las empresas estatales, las privatizaciones cleptocráticas, el crecimiento del sector servicios, la especulación desenfrenada, las locuras ecologistas, las deslocalizaciones hacia Asia o África, la desaparición de los pequeños empleos para los no cualificados, los trabajos basura combinados con una inmigración ingobernable e inintegrable, dado el desmantelamiento nacional y la deslocalización que han sido y siguen siendo las señas de identidad del neoliberalismo, y el aumento de una delincuencia rampante, agravada por la invasión africana y acentuada por el consumo de drogas o la degradada alienación woke. Curiosamente cuando se produce una reacción social ante atropello, se califica de “fascista”, “populista” o “xenófoba”. Para reprimirla y combatir a la disidencia también se emplea a jueces corrompidos. Son formas de privatización o apropiación particular del Estado. Es la corrupción en todos los ámbitos incluido el entendimiento. Y hablando de entendimiento la paradoja es que, como ya preveía Platón, todo ello resulta un logro del sufragio universal, de la “democracia”, cuando el votante carece de criterios espirituales, morales o técnicos y resulta fácilmente manipulable.

Bezos es un miembro de las nuevas élites autocráticas que se apoyan en la democracia, un beneficiario del globalismo, de la deslocalización y de la introducción de grandes sistemas de distribución responsables de la ruina del pequeño y mediano comercio. Con la globalización, antiguas élites que patrocinaban el famoso “prohibido prohibir” se han pasado a la exhaustiva reglamentación de la vida, la censura, o la represión a ultranza de todo lo se le oponga. Se fomenta una radical dualidad social, la de los poseedores de todo versus la de los parias a su servicio. Por eso la clase media que mantenía el orden social y la civilización está siendo arrumbada. También consecuencias en la ordenación del territorio: las pequeñas fábricas o empresas provinciales que hacían prosperar las pequeñas ciudades o pueblos han desaparecido bajo los golpes de la deslocalización provocada por la globalización. La agricultura se sabotea desde el poder y la tierra fértil se vacía para ser ocupada por espantosos anti ecológicos cachivaches termodinámicamente fláccidos a mayor granjería de mercaderes y monopolistas sin escrúpulos.

Visto lo visto, tal parece que las élites estuviesen dominadas por la Hybris, la falta de medida en las actuaciones, la pérdida de compostura. La codicia sin barreras junto con la ambición de poder para mantenerla parece ser su pasión. Para ello la democracia actual les permite manipular la psicología de las masas dirigiéndolas hacía sus propios intereses y evitando las siempre peligrosas históricas erupciones de desenfreno de las muchedumbres, dada la escasa virtud de los grandes grupos capaces de menguar o anular el criterio de la persona individual. Con un partido socialista o popular se domestican y anulan los anhelos vitales del pueblo y se coloca la collera para que siga dando vueltas a la noria hasta que ya no quede agua que sacar.

Como memoria histórica se puede mirar con cierta nostalgia la hoy relegada ingrata labor de educación tradicional de las élites. Por ejemplo, durante nuestro siglo de oro obras como la de Fajardo Saavedra y su Idea de un Príncipe político christiano. O de un Gracián, un Quevedo, un Huarte de San Juan o una Escuela de Salamanca…

Sit transit gloria mundi.

 

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