La Teofilantropía de Bergoglio

Por Alfonso de la Vega

Bergoglio sigue con su matraca de la fraternidad universal y apenas si desperdicia ocasión para reclamarla, venga o no a cuento. Hombre, desde luego que eso de la fraternidad está muy bien, como corolario evangélico y deseo de genuina filantropía sobre todo mientras se escucha la novena, pero la de Beethoven.

Ahora bien, lo del dogma de la filantropía en el sentido bergogliano es más propio de una especie de secta de la Ilustración, la de los teofilántropos cuya fundación se debe según unos a Valentín Haüy y según otros a Juan Bautista Chemin Dupontes, miembro de una logia masónica francesa de la época.

La Teofilantropía promovía un culto sencillo, más bien discursivo sin apenas liturgia. Se postulaba el amor a Dios y a las gentes, la fraternidad universal, el «panfilismo», la naturaleza o las virtudes del paganismo grecorromano. Se suele considerar como una especie de reacción al proceso de radical descristianización provocado por la revolución o a un intento de sustitución del propio Cristianismo.

Uno de sus sacerdotes pioneros y más entusiastas fue un español que se llamaba Andrés Santa Cruz que fuera partidario de la Revolución Francesa con su famosa «Libertad, Igualdad, Fraternidad», aunque luego se terminó desencantando de ella por sus crímenes. Escribió una especie de catecismo titulado El culto a la Humanidad. No lo he podido leer pero al parecer se trataría, según explican los que le han visto, de una especie de código de tolerancia, en que se enaltece la moral y se afirma la existencia de Dios y la caridad universal, sin más dogmas.

La Teofilantropía pretende ser una religión razonable, con ciertas ventajas de las religiones antiguas pero sin sus inconvenientes, que permitiría unir y reconciliar a hombres e Iglesias, sin teologías que los separan, solo con el doble dogma de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma. Una especie de religión horizontal, social, de carácter más histórico y contingente que puramente espiritual o vertical.

Una cosa simple, acomodaticia o conveniente desde un punto de vista social, para partidarios simples o con otros intereses diferentes a la espiritualidad propiamente dicha.

El culto teofilantrópico fue bienquisto por el Directorio que pretendió que sustituyese al Catolicismo por ser más manejable para el poder político y económico. Según las ideas políticas de Platón el proceso de degradación del orden genuinamente aristocrático en el sentido griego a timocracia, democracia, demagogia y tiranía incluida el gobierno de los mercaderes, al cabo debería ser restaurado mediante una autocracia tradicional o con principios basados en el Intelecto. En efecto, desde un punto de vista epistemológico el error de movimientos pretendidamente sustitutivos del universo espiritual como la Teofilantropía se encuentra en tratar de que la Razón que atiende a lo mensurable propio de este mundo material tridimensional sustituya al Intelecto la facultad más elevada del hombre que se ocupa de las realidades trascendentes.

Sin embargo, pese al apoyo político, acaso por ser algo demasiado racionalista y no conmover la integridad del ser humano, la Teofilantropía fue declinando aunque más tarde ha habido algún intento de reflotarla por gente relacionada con la masonería o el ocultismo francés finisecular decimonónico. O bien ahora como el actual aunque camuflado intento de prestidigitación bergogliana.

No sé si Bergoglio habrá leído al cardenal Newman quien distinguía entre dos tipos de asentimiento: el asentimiento nocional y el real. El asentimiento nocional se refiere a la aceptación de proposiciones abstractas y universales. Está más relacionado con la lógica y la teoría, y no tiene la misma fuerza práctica que el asentimiento real. Se basa en la comprensión de conceptos y nociones, pero no siempre ni necesariamente involucra una experiencia personal o un compromiso emocional. El asentimiento real se refiere a la aceptación de proposiciones que están directamente relacionadas con la experiencia concreta y personal. Es más poderoso o intenso ya que se basa en vivencias y realidades prácticas. De manera que, según el cardenal Newman, el asentimiento real tiene una vertiente práctica que implica un compromiso fuerte con la verdad y una influencia directa en la conducta y la formación personal. Este asentimiento es fundamental para el desarrollo de las competencias éticas y para la madurez vital de una persona. El culto teórico a la Razón no sin cierto grado de panfilismo de la Teofilantropía no movería las conciencias como pueda hacerlo la experiencia de lo numinoso.

La Teofilantropía puede entenderse como una posible «solución horizontal» a ciertos problemas históricos. Desde es punto de vista resultaría útil o conveniente. Pero no deja de ser incoherente amén de escandaloso desde el compromiso institucional de una tan importante teórica autoridad religiosa como Bergoglio, quien debiera defender sus propios dogmas y teología, los del Catolicismo, suponiendo que de verdad creyese en ellos.