jueves, diciembre 12, 2024
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Carta perdida al abuelito

Por Alfonso de la Vega

Dedicatoria: A los niños desamparados, bajo custodia de la administración víctimas de agresiones sexuales, acosos o malos tratos, que esperan que la Justicia o algún raro benefactor les defienda

 “Nadie mejor que Chéjov ha representado el fracaso de la naturaleza humana en la civilización actual, y más especialmente el fracaso del hombre culto ante lo concreto de la vida cotidiana”  (M Kropotkin)

Érase una vez en que el gran escritor y humanista ruso, el médico Antón Chejov, se preocupaba por la suerte del pueblo ruso y en general de la sociedad y de la condición humana.  Tras una crisis de conciencia, Chejov realizó una larga peregrinación iniciática a la remota y maldita isla de Sajalin. Viaje geográfico hacia el fin del mundo que tenía su trasunto en otro esotérico al fondo o las antípodas de su propia conciencia.  Al cabo, tras la búsqueda de sí mismo, explicaba: Yo todo lo que quería decir honradamente: ¡Echad una mirada hacia vuestras vidas y ved qué lamentables y desastrosas son!

Su estancia en la isla maldita provocó una reacción personal ante los horrores que veía. Le hizo aumentar su simpatía con los desheredados, con los humildes, con la humanidad que sufre. Chejov pensaba que las cosas no tendrían porqué seguir siendo así siempre, que era posible el progreso y confesaba a un amigo: Dentro de trescientos o cuatrocientos años, toda la tierra se convertirá en un jardín florido, y la vida será entonces extraordinariamente fácil y agradable. 

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Pero el liberalismo humanista de Chejov, semejante al genuino español: el de la libertad de conciencia y de expresión, “la libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos…”, los derechos civiles y la protección de los débiles, ha sido traicionado, Y convertido en otro, el anglojudío, llamado ahora neoliberalismo, que en la práctica representa todo lo contrario. El pensamiento único. El despotismo de los poderes económicos oligárquicos que controlan a los media, cada vez más imposibilitados para ejercer su misión de contribuir al control del Poder. El abuso de los poderosos grupos financieros contra los débiles y desamparados. En resumen, la libertad de los llamados “mercados” contra la libertad y el bienestar de la gente.

¿Cómo iniciar una vida nueva? La voluntad es el principio del cambio. El querer. Pero, ¿Qué pasa con el saber que permita conseguir ese querer?

El pequeño Iván, protagonista de uno de sus cuentos más tristes y humanos de Chejov, escribe una carta a su abuelo que vive en una lejana aldea: Ayer me gané una regañina. El amo me sacó al patio, tirándome del pelo, y me zurró, porque cuando les estaba meciendo al niñito en la cuna me quedé dormido sin querer… de comer tampoco hay aquí nada. Por la mañana te dan pan para tomar el kascha , pero no té ni schi. Se lo zampan los amos. … querido abuelito: ¡Hazme una merced en nombre de Dios! ¡Sácame de aquí y llévame a la casa de la aldea! ¡Ya no puedo aguantar más!… ¡Llévame de aquí porque me voy a morir!  

Y continúa suplicando su rescate: ¡Ven querido abuelito! ¡Por el amor de Dios te lo pido!… ¡Ten piedad de mí! ¡De este desgraciado huérfano! ¡Todos me pegan y tengo tantas ganas de comer!… Además, ¡Tengo una tristeza tan grande que no te la puedo contar!

Me he acordado de este conmovedor cuento chejoviano reflexionando sobre la situación de España y Occidente. Se palpa hoy la creciente sensación de desamparo, desvalimiento, de indefensión de mucha buena gente y no solo de desgraciados niños separados de sus familias. Nunca habría pensado que pudiéramos caer a estas simas de inconsciencia, de cobardía, de barbarie.

¿Qué hacer? Es posible que el voto a quien se considera menos malo sea otra suerte de carta desesperada al abuelito en busca de ayuda o salvación. O el recurrir a la Justicia. No sabemos si las sociedades podrán recuperar a sus instituciones, reconstruirlas a su servicio. El tiempo lo dirá.

Pero ¿Qué pasó con el pobre y desamparado niño?

Antón Chejov continúa su triste narración. Tras acabar de escribir la carta, el pequeño Iván plegó la hoja escrita en cuatro dobleces y la introdujo en el sobre comprado la víspera… después de meditar un momento, mojó la pluma y escribió las señas: Para el abuelo que está en la aldea”. Luego se rascó y, tras un instante de cavilación, añadió a lo escrito: “Para Konstantín Makarich”.

Una hora después de introducir la preciosa carta por la ranura del buzón, mecido en sus dulces esperanzas, el niño dormía profundamente. Soñaba con una estufa caliente y que, junto a ella, su abuelito leía la carta de su rescate…

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