El Vaticano ha anunciando la aprobación por parte del Papa León XIV de la beatificación de 124 mártires de la diócesis de Jaén, asesinados durante el «terror rojo» de la Guerra Civil Española entre 1936 y 1939. Este reconocimiento se suma a los más de 2.000 mártires de este conflicto ya beatificados bajo los pontificados de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
La decisión del Papa León XIV no se limita a España. Según distintas informaciones del mes de junio, el pontífice también ha aprobado la beatificación de 50 mártires franceses fallecidos en campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial, ampliando el alcance de esta iniciativa a otras víctimas de persecuciones religiosas. Este gesto refleja la voluntad de la Iglesia de reconocer el martirio en contextos históricos diversos, como se evidencia en el decreto firmado el 20 de junio de 2025, que también incluyó un milagro atribuido a la intercesión de un sacerdote español del siglo XIX, abriendo la puerta a su futura beatificación.
En un reciente hilo, la cuenta de X de Universitarios Católicos detalla conmovedoras historias individuales que ilustran el calibre de estos mártires. Entre ellos destaca Isabel María Aranda Sánchez, abadesa de las clarisas de Martos, quien, tras sobrevivir milagrosamente a una grave enfermedad en 1914, fue brutalmente asesinada en enero de 1937. Su relato, que incluye torturas extremas y su firme resistencia frente a sus verdugos, subraya el testimonio de fe que la Iglesia busca exaltar.
La religiosa que próximamente será beatificada es la madre Isabel María Aranda Sánchez, abadesa del convento de las clarisas de Martos.
Al estallar la Guerra Civil en 1936, en Martos había tres conventos de monjas: el de las trinitarias, cuya abadesa era Francisca Espejo… pic.twitter.com/nHPdEdv4CP
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Otro caso notable es el de Francisco de Paula Padilla Gutiérrez, apodado el «Kolbe español», quien se ofreció en lugar de un padre de seis hijos antes de ser fusilado en abril de 1937, evocando el sacrificio de San Maximiliano Kolbe.
Otro de los sacerdotes fusilados ese 3 de abril en Mancha Real es conocido como el «Kolbe español», porque se ofreció en lugar de otro preso, por un hombre de Jamilena llamado José, padre de seis hijos.
El sacerdote era Francisco de Paula Padilla Gutiérrez, de Marmolejo, de 44…
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Obdulia Puchol Merino, una laica de 36 años ejecutada en diciembre de 1936, también es recordada por su dedicación a los pobres y su afiliación a Acción Española, lo que le costó la vida tras ser degollada mientras oraba. Estos relatos, junto con los de numerosos sacerdotes como Francisco Solís Pedrajas y José Herrera Cano, asesinados por su labor pastoral y social, muestran la diversidad de los mártires: clérigos, religiosos y laicos que enfrentaron la violencia por su compromiso cristiano.
Obdulia Puchol Merino solo tenía 36 años cuando derramó su sangre en defensa de su fe el 8 de diciembre de 1936, en el cementerio Monte Lope Álvarez de Martos.
Había nacido en Martos el 4 de mayo de 1900 y con 24 años contrajo matrimonio con José Martínez Baeza, pero muy pronto… pic.twitter.com/gJcs6rK5lM
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El hilo sitúa estos martirios en el marco del «terror rojo», un periodo de violencia documentado por historiadores que se extendió desde 1936 hasta el fin de la Guerra Civil. Según datos históricos, aproximadamente 6.800 miembros del clero y religiosos fueron asesinados, con un pico durante el verano de 1936. La persecución incluyó la destrucción de propiedades eclesiásticas y la ejecución de sacerdotes, monjas y laicos, a menudo tras torturas y juicios sumarísimos. Lugares como el cementerio de Mancha Real se convirtieron en escenarios de masacres, donde decenas de prisioneros fueron fusilados en una sola noche, muchos de ellos cantando himnos o absolviendo a sus compañeros antes de morir.
La beatificación, tercer paso en el proceso de canonización católica (tras «Siervo de Dios» y «Venerable»), no requiere un milagro en casos de martirio, como establecen las reformas eclesiásticas de 1983. Esta excepción permite que figuras como las 124 de Jaén sean reconocidas por la heroicidad de su muerte más que por intervenciones milagrosas.