viernes, octubre 4, 2024
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De la picaresca a la escuela de negocios

Artículo de Alfonso de la Vega

Si por algo son conocidas nuestras Letras en todas partes del universo mundo es por nuestra singular aportación a la Literatura universal gracias a la llamada picaresca. Contribución original y singularísima al mejor conocimiento de la naturaleza humana en general y a las grandes conquistas de la civilización en particular. No hay timo, estafa, abuso o mohatra que no haya sido descrita por nuestros grandes autores del Siglo de Oro.

Valbuena Prat realizó una primera antología para la colección Obras Eternas de Aguilar en la que están recogidas muchas de las grandes obras del género de autores como Cervantes, Quevedo, Mateo Alemán, Espinel o Torres Villarroel. Sin olvidar joyas de gran valor científico y taxonómico como el Estatuto y leyes de los ladrones que nos traslada el Doctor Carlos García en su La desordenada codicia de los bienes ajenos. O las primeras obras del género de carácter anónimo como el Lazarillo, ese pobre estafado, apaleado y humillado de linaje desconocido y sin padrinos protectores que tanto se asemeja al propio pueblo español. Aunque falta otra memorable: La Celestina.

Pero el género se renueva hoy con la globalización y dentro de la pertinaz monarquía si no en el fondo si con nuevos nombres y tecnologías que vienen a poner novedosas notas de sabor y color en el panorama de nuestra sin par cleptocracia coronada. La realidad cotidiana de estos reinos no hace sino aportar y renovar meras acotaciones o matices al genial Rinconete y Cortadillo o El Coloquio de los perros de nuestro gran maestro Cervantes. Pero casi todo lo que nos pasa está ya ahí. Todas las supercherías, felonías, mohatras, desfalcos de nuestros próceres e instituciones del reino han sido ya retratadas por tal obra ingente de descubrimiento de los ignorados continentes antípodas de la conciencia en tarea descomunal que no tiene parangón conocido.

Por eso ya no nos deben sorprender las revelaciones que siguiendo la técnica de la novela corta por entregas del pasado siglo publican los medios mohatreros del régimen, semejantes en sectarismo y parcialidad pero diferenciados según monipodios o garduñas. Bandas bien organizadas que se disputan el control sobre escribanos, plumillas, golillas, o corchetes para asegurar su propia impunidad y perjudicar la de las contrarias. Y es que un escándalo tapa al anterior y será fatalmente tapado por el siguiente en un vertiginoso carrusel de embustes, complicidades, saqueos y desfalcos que nos asolan sin tregua ni cuartel.

Cuando un heroico nuevo Quevedo glose las hazañas y peripecias de la Monarquía y pertinaz del socialismo en particular podrá sacar a la luz gran parte del devenir, o mejor dicho degradación, de nuestra Cultura desde los Austrias a los Borbones.

La picaresca española es un brillantísimo género literario de gran interés no solo para el Arte sino también en el plano sociológico. Permite comprender la realidad del reino, muchas de las vicisitudes del pueblo llano, lejos de la teórica acción bienhechora de la Escuela de Salamanca y sometido en la práctica a los caprichos del amo.

Las actividades non sanctas del Lazarillo, del buscón, de un Rinconete… nos mueven hoy a cierta simpatía por su ingenio, o en solidaridad entre humillados y marginados o con compasión por sus peripecias y padecimientos. En cambio, las actividades de los políticos actuales recuerdan más las actividades de la garduña u otras peligrosas sociedades delictivas. Incluso el mismo Monipodio mantenía un cierto sentido del honor que hoy resulta inencontrable entre nuestros más encumbrados próceres. Gentes que perpetran sus maldades contra el pueblo como los hipócritas pastores lobunos de El Coloquio de los perros.

Pero si durante los tiempos de nuestro Siglo de Oro la Economía era una materia parte de la Moral, más tarde se independizaría para pretender ser una ciencia exacta, inspirada en la mecánica newtoniana y con el nivel de abstracción necesario para identificarse con modelos matemáticos neutros, abstractos, ajenos a toda ética. E incluso a la propia realidad económica entendida como historia y no como teoría pretendidamente científica.

Vinieron los temibles piratas anglosajones a teorizar y empezó la promoción del encubrimiento de la delincuencia so pretexto científico. Sustituir la misión de la economía clásica de asignar bienes y servicios para mejor satisfacer necesidades sociales reales en un entorno ético por el globalitario de crear valor para el accionista, sea un pícaro, un narco, un rufián, un mercader de armas o de niños u órganos. Un fabiano eugenista. O un usurero monopantos. Un dólar o una libra de beneficio lo es independientemente del origen de la ganancia. Al cabo, todos los dineros se juntan redimidos en el paraíso fiscal, más bien noveno círculo del infierno para sus víctimas.

Y con la teoría, su liturgia: las escuelas de negocios. En realidad la cosa ya estaba inventada por Monipodio y demás mártires de la causa, pero conviene encubrir la naturaleza delictiva de ciertas actividades con un aparato metodológico y matemático adecuado que las disimule.

Si un Iñaki, o un Jordi, o un Koldo, o un Guerra, o un tito Berni, o un Roldán, o una Begoña u otros como los que el amable lector tiene en mente, obtenían grandes tesoros ya no es por su ingenio ni otros nobles personales méritos sino  por la naturaleza mohatrera del tinglado, por el chantaje moral en un universo degradado en el que apenas nadie cumple o hace cumplir las razones de ser de las infinitas instituciones que al cabo promueven el engorde de la gusanera. Ahí tenemos a toda una señora esposa del excelentísimo señor presidente del gobierno reuniéndose con «empresarios» y agentes arrebatacapas para parir oportunidades de negocio y solicitar un lucrativo qué hay de lo mío. Es el mundo pervertido de los partidos, quizás convertidos en las instituciones más degradadas y traidoras del reino junto a la que debiera poner orden y no lo hace. Todas van a lo suyo particular y en detrimento de la Patria.

En ocasiones hay graciosas curiosidades sobre la evolución del significado de las palabras: la gloriosa “Marca España” mercancía averiada promocionada por nuestros próceres del Monipodio eterno, parece olvidar que en el lenguaje de germanías rescatado por Quevedo la palabra marca significa puta, ramera, iza, manceba, moza de partido.

La típica doble moral de otros tiempos ha pasado de la religión, hoy tan de capa caída social con el pícaro Bergoglio, a los filantrópicos sermones de próceres del socialismo español. Dejaremos para otra ocasión el pintoresco cuadro de la cornudería y las celestinas o Estacios para centrarnos en la delincuencia económica propiamente dicha, aunque en la práctica ambas especialidades sean difíciles de separar. Y desde ese punto de vista conviene recordar el escalafón de las germanías felizmente recuperado por nuestros próceres.

Agoreros y gentes de bien pensar y mal vivir auguran que pintan bastos para la lucrativa banda. Parece que se ha levantado la veda. La cosa, el tinglado, se descompone a la vista del más topo. El  jayán de popa principal quiere tregua para sí e intenta mantener los trastes de mangonear en el bunker de la Moncloa mientras otros jaques no tan adelantados en el escalafón o con menos suerte también piden acogerse a sagrado. Pero no un bajamanero cualquiera, que ya decía el pícaro Guzmán de Alfarache: “quien se precie de ladrón procure serlo con honra, no bajamanero, hurtando de la tienda una cebolla y trompos a los muchachos”. Ni fragute ni menos santiguador de bolsillos, cachuchero, gomarra, alcatifero, desmotador, murcigallero, mulciglero o murcio. ¿Piedad por el “descarriado” descubierto?, ¿solidaridad entre compadres? Hay que descartar que todo un excelentísimo señor devenga en aguilucho, pero el desocupado lector tendrá su propia opinión y no es cosa de cambiarla a estas alturas. Sin embargo, sabido el ventor, quedan cosas aún por averiguar: ¿Quién fuera el aliviador, azorero, caleta, palanquín?

Se abre un abismo para el virtuoso joven de talante virginal, espíritu puro y pensamientos elevados que se inicia en los arcanos de los partidos del Régimen. Ante él, como visión de diabólico tentador, se despliega la carrera completa dentro de la cofradía: de jorgolino a trainel, luego a mandil o mandilandín si porta espada. Aquí, el ameno y florido jardín se bifurca: la honesta aspiración a rufezno por un lado. La carrera de ciertas armas de otro. De ahí a espadachín. Luego, previa oportuna iniciación, a jaque. La naturaleza de esa esperanzadora iniciación varía. Se debe probar coraje y desenvoltura para la causa: ¿pelearse con otros matones?, ¿liquidar a un corchete o justicia? Y ya demostrada la valía el jaque puede devenir en jaquetón. O jayán: el que, según Quevedo, es respetado por todos los demás. Tal como cierto descuidero, comendador de bola según otros, que le escolta. Aunque con la globalización del crimen, la cosa se complica y pierde su rancio sabor local.

La Naturaleza se renueva por el fuego dicen los alquimistas. Oro de alquimia. El progreso es el progreso. Dónde estén ministerios, comisiones y puertas giratorias para cohechar con corbata y sin despeinarse que se quiten las formas más arriesgadas de picaresca y delincuencia.

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