viernes, noviembre 22, 2024
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Un cuento para adultos

Érase una vez un país, que en realidad era una compañía privada y cuyos ciudadanos creían ingenuamente que era su patria. Su presidente, un enfermo mental y un psicópata, fue elegido por muy oscuros maestros especializados en las artes de la magia negra para regir sus destinos, de acuerdo con planes para gobernar todo el planeta. Tanto era así que se autodenominó el innombrable, en honor a su guía espiritual. 

En aquellos turbios tiempos, ensombrecidos por el hambre y la miseria que tanto quería evitar su amado líder, así como su clima infernal, se obligaba a que la mansedumbre confiara ciegamente en él, el cual se disfrazó con el más hermoso rostro posible y una voz melódica y pausada, propio del mejor hechicero negro.

¿Merecía obediencia ciega? ¿Era mejor hacer caso omiso a sus estupideces y sus reacciones en forma de berrinche y de insoportable soberbia? Tan lejos llegó, que no sólo quiso esclavizar a sus súbditos a su divina voluntad, sino que llegó a ordenar a ciertos jueces para que hicieran lo que él consideraba correcto. Era como Bonifacio VIII en su bula Unam Sanctam de 1308, sólo que en una religión que no era la cristiana. 

  • ¿O es que ambos eran de la misma, tan antigua y cruel como el olvido de los hombres? -Se preguntaban algunos.

El hecho es que se les hacía creer que fue elegido por el infinito amor de su pueblo, un pueblo bueno, noble, obediente y servil, a pesar de haber sido encerrado sin motivo alguno, haber sufrido todo tipo de ruinas, chantajes, engaños, haber dado la orden de matar con venenos sacados de las mentes más viles imaginables y destrozado la sociedad, así como la infancia, la cual fue aborregada para la sociedad perfecta, la sociedad sin disidencia y sin dolor. 

Fue así como Espanta se convirtió en el modelo perfecto, donde esclavitud es igual a libertad, salud a enfermedad, alegría a sufrimiento y vida a muerte, pues los pobres espantados vivían como si fuesen zombis por su orden y las personas que lo acompañaban. Fue nombrado Hombre Rey, grado 18 de la secta de los Iluminatii y cada vez que hablaba, cada vez que abría su boca, era como la serpiente, repetitiva, simplona, con mirada perdida, pero eso sí, con el veneno siempre listo.

La obediencia, la obediencia era la madre del cordero. 

  • Ante los impuestos, obediencia.
  • Ante las vacunas, obediencia.
  • Ante el hambre, mucha más, ya los iremos matando de inanición para que la acepten poco a poco y sin medida…

Sin soportar ni la más mínima insolencia, lo tenía todo listo. Todas las normas, todo el rigor para poder controlar hasta con quién se podía hacer el amor, todo lo permitido para el placer desenfrenado, para así disfrutar mejor del espectáculo, todas las medidas persecutorias de los que desinformaban y alertaban de su verdadera identidad, todo lo que le ordenaron hacer y que no podía ejecutar porque, oh sorpresa, el pueblo se le podía echar encima. Consciente del odio que le tenía, que era por cierto el mismo que sentía hacia ellos, o se protegía o sería castigado de una forma mucho más dolorosa que sus desgraciados súbditos.

Pero, algunos de ellos se dieron cuenta del absurdo de sus medidas; la mayoría sin pies ni cabeza, diríase que fueron elaboradas por un retrasado mental, creaban más problemas que soluciones y, desesperadamente, buscaban una vía de escape: el bárbaro se consolidaba y el pueblo languidecía.

Fue así como comenzó lo que tanto se temía.

  • Ya va siendo hora de desobedecerlo, vamos. ¿No veis como nos engaña? ¡Su voz es falsa, su rostro es una máscara y muchos ya hablan de su monstruoso aspecto!
  • Sí, yo se lo he visto, y créedme, que nunca miento, os lo juro, se parece al del mismo demonio.
  • Yo propongo no hacer caso a nada de lo que diga, propongo asambleas por toda Espanta para que nos organicemos y comencemos a elegir nuestros propios gestores entre nosotros.
  • ¡Pero yo aún creo en el partido azul!
  • ¡Partido azul! – Gritó con una risotada que se escuchó por toda la sala – Pero, ¿cómo no te has dado cuenta de que todos son iguales? Tienen la misma voz, dicen lo mismo y se reúnen allí enfrente y ninguno se mata. Deciden por nosotros como si fuésemos ganado y nos engañan. ¡Partido azul, verde, morado, amarillo o negro! ¡Eso negro, porque así es el color de sus amos!

Callado y avergonzado, no tuvo más remedio que bajar la cabeza ante la mirada del resto de la asamblea.

  • ¿Entonces, cuál es la solución?

Un silencio, tan profundo y denso como la niebla corrió por toda la sala. Nadie supo dar la respuesta, pero estaba en el aire, se podía sentir cuál era.

  • Ya lo hemos dicho… A partir de ahora hablaremos con todos los conocidos para hacer una red de desobediencia tan grande que nuestro inmundo líder no sabrá qué hacer, informaremos de sus actos de maldad a toda la población, dejaremos de mantener su costosa administración y nos ayudaremos unos a otros para poder sobrevivir a su venganza. No hay peor enemigo que un monstruo encerrado y rabioso; creedme si os digo que él lo pasará mucho peor que nosotros. Porque nosotros defendemos la verdad y él se basa en el inmundo conocimiento que nace de la muerte.

Fue así, como un líder espantando, como un ser que vive en las sombras, tuvo que rendir cuentas porque el pueblo se las exigió una por una, sin dejar ninguna sin justificar, al igual que él les hizo antes. El tiempo siempre pasa factura a quienes lo traicionan. “Que nadie os engañe con palabras vanas pues por causa de estas cosas, la ira de Dios viene sobre los hijos de la desobediencia a sus principios” (Efesios 5:6)

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