Por Alfonso de la Vega (Autor de Misterios ocultos de El Quijote)
Hoy se celebra en España el día del libro. En Cáceres coincide con la festividad de San Jorge, su patrono. Pero la elección precisamente del 23 de abril en homenaje al libro se debe a la conmemoración del fallecimiento de Cervantes. En esa misma fecha de 1616 aunque con diez días de diferencia, correspondientes a la existente entre los calendarios gregoriano y juliano, fallecieron dos grandes maestros de la literatura universal, Miguel de Cervantes y William Shakespeare.
Resulta curioso o paradójico pero, pese a lo que pudiera parecer, la figura de Cervantes no deja de ser equívoca y el conocimiento de su genial obra por desgracia demasiado superficial entre el gran público, cuando su poder educativo es extraordinario y especialmente necesario en los actuales momentos de crisis. Situaciones en las que es preciso preguntarse de modo acuciante cuál es el sentido de la vida y qué valores tanto a escala individual como social y política debemos adoptar para poder salir con bien e incluso crecidos de ellas. Y los grandes maestros tienen respuestas y nos las muestran. Actúan como lo cuásares iluminándonos desde la remota oscuridad del tiempo y por muy nublado que esté nuestro firmamento nunca deberíamos desdeñar su mensaje humanístico.
A demanda del hispanista inglés lord Carteret, conde de Grandville, el polígrafo valenciano Gregorio Mayans y Siscar publicó en 1737 la que sería primera biografía de Cervantes, intercalada con un conjunto de consideraciones acerca de sus obras. En su dedicatoria al noble inglés, Mayans explica el desvío de los literatos hacia Cervantes, persona digna de mejor siglo, porque aunque dicen que la verdad en que vivió era de oro, yo sé que para él y para algunos otros fue de hierro. Los envidiosos de su ingenio y elocuencia le murmuraron y satirizaron. Los hombres de escuela incapaces de igualarle en la invención y arte le desdeñaron como a escritor no científico.
Y prosigue sabiamente don Gregorio en lo que constituye toda una lección acerca de la naturaleza humana y la estulticia de buena parte de nuestra aristocracia y fuerzas vivas: Muchos señores que si hoy se nombran es por él, desperdiciaron su poder y autoridad en aduladores y bufones, sin querer favorecer al mayor ingenio de su tiempo. Los escritores de aquella edad (habiendo sido tantos), o no hablaron de él o le alabaron tan fríamente, que sus silencios y alabanzas son indicios ciertos, o de su mucha envidia, o de su poco conocimiento.
Y no sólo se trata del interés de un aristócrata inglés por Cervantes, que de algún modo lo rescataría de un cierto olvido en el que había caído aquí. Los paralelismos entre Cervantes y Shakespeare no finalizan con la simple anécdota de la fecha de su muerte. Cervantes entrega su cuerpo a la Orden Tercera tras días antes de su muerte imitando a la figura arquetípica de Don Quijote. Ambos la criatura y su autor mueren de acuerdo a la ortodoxia. No sin antes proclamar la fe en Dulcinea, su Dama, y el universo de valores metafísicos que ella representa para el caballero. En La Tempestad se hallan influencias españolas: la Historia de Nicephoro y Dardano, incluida en Las Noches de invierno, (Madrid 1609) por Antonio de Eslava. También la de una relación española en América, surgida hacia 1526, la de Sebastián Hurtado un capitán español de cuya mujer, Lucía Miranda se enamoró un cacique de la región del Paraná, del primer establecimiento español del Río de la Plata.
En el final de La Tempestad, Próspero, ¿trasunto de Shakespeare?, se despide de la magia y de la vida de un modo que recuerda el propio final de Don Quijote y de Cervantes.
No sería la primera vez que el autor inglés se «inspirase» en un texto español. La Fierecilla domada se asemeja mucho a un famoso apólogo de la colección el Libro del Conde Lucanor: El titulado De lo que aconteció a un mancebo que casó con una mujer muy fuerte y muy brava.
Si para cierta tradición erudita anglosajona Sir Francis Bacón sería el verdadero autor de obras shakesperianas como la citada, entre los muchos estudiosos de la obra cervantina no faltan profesores como el doctor Alfred Von Weber Ebenhoff, de Viena, que alientan otras audaces polémicas relacionadas con el genio español. Basándose en los diferentes sistemas ya aplicados a las obras de Shakespeare, Von Weber empezó a analizar las obras de Cervantes. En el curso de sus investigaciones explica que habría descubierto una prueba material desconcertante: según él, la primera traducción inglesa de Shelton, presenta correcciones a mano del propio Bacon. ¿Acaso esa versión inglesa sería el original de la novela y Cervantes habría publicado una versión en español? Supongo que se trata de una especulación fruto de la conocida fabulación inglesa siempre amiga de lo valioso ajeno, pero no deja de ser curioso como reconocimiento de mérito.
El pensamiento político de Cervantes sigue vigente en lo fundamental. Y ojalá nuestros infinitos políticos que se amontonan y medran en la Insula barataria actual respetasen los consejos de Don Quijote a Sancho, convertido en buen gobernador.
El Quijote como obra universal, genial, constituye un faro para la Humanidad lúcida sensible y doliente.