En estos momentos de incertidumbre geopolítica y el planeta convertido en un tablero de Monopoly en el que magnates y corporaciones juegan el reparto del mundo, con todas las instituciones corrompidas y los valores agonizantes, la circunstancia vaticana añade un punto más de expectación al que nadie es ajeno: ni los políticos, ni la curia, ni los fieles, sobre todo, los conocedores de algunos hechos que podrían calificarse como delicados. Es paradójico que los líderes políticos no católicos, de perfil laicista, comunista, anticlerical, practicantes del sacrilegio, divulgadores de la cristofobia, que incluso se han atrevido a legalizar la blasfemia, estén más preocupados por el próximo pontífice, que los católicos de la Iglesia militante.
Sobre el Vaticano, la historia del Papado y la curia en general se extiende todo un velo de misterio y encubrimiento, cuyo germen se remonta a los propios inicios de la Iglesia más poderosa de todos los tiempos. Historia, leyenda, mito, simbología, tradiciones ancestrales e influencias de otros credos se entretejen formando un corpus de doctrina en cuya ejecución no faltan las conspiraciones, las rencillas, las traiciones y los complots que tanto han servido de inspiración a la fantasía de novelistas y cineastas. La película Cónclave, estrenada unos meses antes del ingreso del papa Francisco en el Hospital Gemelli, aquejado de una grave enfermedad, parece una coincidencia. ¿Pero y si no fuera un hecho casual? Podría ser una de esas sincronicidades junguianas, pero no vamos a añadir más intriga al asunto. Intriga que se acrecienta con la escasa información y el secretismo, cuando no los bulos oficiales. Me refiero en concreto al comentado mensaje de audio hace un par de semanas en el que el pontífice agradecía a los fieles sus oraciones. Enseguida se empezó a especular sobre su autenticidad; si se trataba, en realidad, de sus palabras o era un mensaje creado por la inteligencia artificial, dado que él, no podría haberlo grabado debido a necesitar ventilación mecánica durante la noche y cánulas nasales durante el día. También se ha barajado la posibilidad de que fuese su voz grabada en otro momento. Algunos informadores llegaron al extremo de preguntarse si el papa estaría vivo o muerto. Estas especulaciones han propiciado que las noticias del Vaticano empezasen a ser más fluidas, aunque no exentas de duda, incluida una fotografía medio de espaldas.
Para sorpresa de todos, oficialmente, el papa está mejor; y aunque su recuperación será lenta, según el equipo médico, tiene previsto continuar su pontificado. Esto no es una buena noticia. No es que deseemos su muerte, pero no le vendría mal un retiro para reflexionar sobre el daño que le ha hecho a la Iglesia en todo este tiempo y arrepentirse. Si su misión era “confirmar a los cristianos en la fe”, como era su cometido, ha hecho todo lo contrario, sustanciado en una Iglesia desconcertada, confusa y al borde del cisma. Pero parece que la quiere “estropear” un poco más y quizá dejar bien atado a su sucesor para dar continuidad a su obra, que nunca debió ser iniciada. Seguramente nos llevaremos alguna sorpresa más, de la que ya se habló hace tiempo, y no por boca de enemigos declarados, sino afines a la Iglesia.
La noticia publicada en noviembre de 2023 en la revista católica conservadora Remnant sobre la modificación de las reglas del cónclave y la eliminación del requisito de los dos tercios, aparte de otras innovaciones que darían lugar a un sinfín de críticas y malestares, desmentida por la propia oficina de prensa del Vaticano en su día, vuelve a ser tema de actualidad. ¿Cierto? ¿Falso? El tiempo lo dirá. pero, de momento, dejamos el signo de interrogación, aunque, como hemos expresado, mucho nos tememos que habrá sorpresas y no precisamente para bien. Ojalá nos equivoquemos.
Sea como fuere, en las últimas semanas la agitación de la curia vaticana es grande. Siempre ha ocurrido en estas circunstancias. A lo largo de la historia, la elección de los papas estuvo rodeada de intereses varios, y ha habido conspiraciones, tramas, traiciones, sobornos, simonías, luchas de todo tipo e incluso asesinatos. Y no nos referimos a Juan Pablo I, cuyo pontificado duró solo 33 días, número masónico por excelencia que hay que tener en cuenta. Se ha escrito mucho sobre la causa de su muerte, y a estas alturas ningún especialista duda de su asesinato. Sabía que tenía que hacer una criba y resolver dos graves problemas, puestos sobre el tapete en la investigación encargada por Pablo VI, que atentaban –textualmente– “contra el sexto y el séptimo mandamiento”. ¿Traducción? Muy claro, se refiere al tema de los abusos sexuales y al asunto lobby gay de la curia, y a la cuestión de las finanzas de la Banca Vaticana. Dos huesos duros de roer, casi fosilizados por el tiempo, que le costaron la vida.
Pero ha habido otros papas asesinados. En el siglo X, un periodo oscuro para la Iglesia, varios pontífices fallecieron a manos de su sucesor o de sus partidarios. El dato no viene de un moderno escritor de bestsellers, sino del historiador alemán Ludwig von Pastor, en su libro de consulta sobre la historia de los papas. Estos hechos suelen ser materia codiciada por los especialistas y estudiosos, pero muy desconocidos por el gran público. La Iglesia siempre ha procurado ocultar las evidencias, y es razonable, aunque en nuestro afán por descorrer velos, no nos gusten las barreras que impiden llegar a la fuente.
Entre los eclesiásticos rige la ley del silencio, obligados a obedecer la consigna de no criticar a sus superiores, y mucho menos al papa. La obediencia debida abolida para las fuerzas del orden en muchas naciones, sigue vigente en la Iglesia en virtud de los votos. Pero no todos lo cumplen. También tienen prohibido alentar ciertas conversaciones entre los fieles, susceptibles de menoscabar su fe. Sin embargo, al lado de las luces siempre existen las sombras, como en todo lo manifestado en este plano dual.
Ideológicamente, el mundo político está dividido en dos frentes: conservadores y progresistas; y esto es extensible a la Iglesia, más en concreto a la curia romana, que es quien mueve los hilos del Vaticano, con muchos conflictos de intereses que poco o nada tienen que ver con la auténtica Iglesia de los fieles, de los sacerdotes, los seminaristas, las monjas, los misioneros, las catequistas, los mártires que están siendo perseguidos y asesinados, los devotos de la Adoración nocturna y tantos buenos cristianos que siguen el mandato de “aquel que no tenía dónde reclinar la cabeza”, completamente ajenos a las intrigas de los “emperadores” del Vaticano.
Sin entrar en honduras filosóficas o de carácter económico, centrándonos en el ámbito ético-moral que debe regir las sociedades, las ideas conservadoras se podrían sintetizar en el respeto a la tradición, la propiedad privada, la defensa del ser humano y los valores que nos ennoblecen, la defensa de la religión, el matrimonio, la familia, la libertad y el derecho a la vida por encima de cualquier interés y circunstancia. Por el contrario, el progresismo de hoy se sustancia en la promoción y cumplimiento de la Agenda 2030, es decir, una dictadura contra el ser humano basada en un corpus de normas sobre la defensa del multiculturalismo, lo sostenible, el cambio climático, la manipulación, la restricción de libertades, el control de la natalidad, la eugenesia, el aborto, el homosexualismo, la eutanasia, la desaparición de la polaridad sexual, la familia y la religión. La Agenda 2030 promueve todo lo distópico del Foro de Davos.
Lo realmente escandaloso es que el jefe supremo de la Iglesia defienda esta Agenda malévola. De todos es sabido que el papa Francisco es de ideología progresista-comunista-woke, lo cual choca frontalmente con la doctrina de la Iglesia y sus mandamientos. Basta una simple vista de pájaro a sus once años de pontificado, en los que, aparte de la recepción a deportistas y gente de la farándula siempre dio preferencia a miembros de las élites globalistas, como la familia Rothschild, amén de políticos “zurdos” condenados por corrupción, como Cristina Kirchner; abortistas y perseguidores de la Iglesia, como la vicepresidenta del gobierno de España, Yolanda Díaz, a Pedro Sánchez y nada menos que a ocho de sus ministros; narcodictadores como Nicolás Maduro, a quien incluso le regaló un santo. Así como suena. Estos días de ingreso en Gemelli firmó el decreto de canonización del beato venezolano José Gregorio Hernández Cisneros, lo cual ha creado controversia por la duda del milagro requerido. También en estos días de hospital nombró gobernadora del Vaticano a la monja franciscana Raffaella Petrini, en contra de la Constitución que él mismo redactó, donde se especifica que debe gobernar un cardenal.
Según algunos analistas críticos, el papa Francisco ha regido la Iglesia de manera autocrática, saltándose el Derecho Canónico. Es como si le gustara provocar y hacer uso de su poder absoluto. Hay que recordar que abusó de la confianza y la conciencia de los fieles, cuando los manipuló diciendo que vacunarse era un acto de amor, cuando ya se sabía científicamente que los inóculos causarían muchas muertes y efectos adversos irreversibles. Como así fue y es. Los descontentos dicen que ha hecho lo que le ha dado la gana. Y si se revisa su doctrina, declaraciones, nombramientos y destituciones, se entiende el caos existente en la Iglesia.
El papa Francisco es comparable a los líderes políticos que, salvo excepciones, han laicizado las sociedades y las han dejado huérfanas de Dios, a base de desdibujar la tradición y las verdades de fe. Quizá no sea tan pronto como pensábamos, pero el futuro cónclave es un enigma. La Iglesia necesita un papa que, aparte de aplicar guillotina y fumigar el Vaticano, luche por el acercamiento de las almas, y eso se consigue a través de las ideas y la coherencia. Deberá corregir el desaguisado del elefante en la cacharrería. Nuestra esperanza es que en el próximo cónclave sí esté presente, de verdad, el Espíritu Santo. Pero si las alianzas para configurar frentes progresistas parece que ya están acordadas, no nos quedará más remedio que rendirnos ante las profecías de san Malaquías y otros místicos que hablan de un último papa que pondrá a la Iglesia en manos de la Bestia. Es estremecedor. Aunque como contrapunto tenemos la de Juan XXIII para estos tiempos. En sus profecías, publicadas en 1977, se alude a efemérides importantes de nuestra historia, fácilmente constatables. Gil-Terrón desgrana y analiza, por ejemplo, sucesos anteriores a 1977, como el final de Hitler, la primera bomba atómica o los asesinatos de John y Robert Kennedy, pero también hitos históricos, como la caída del Muro de Berlín, el nacimiento de la Unión Europea o el atentado de Juan Pablo II, hechos posteriores a la publicación del libro. Eso le da credibilidad a la profecía que aún no ha sido cumplida, referente al fin de la situación actual emanada de un globalismo totalitario, impuesto de la noche a la mañana. En 1977 era impensable imaginar un mundo como el actual, global, con un mando único, dirigido por políticos psicópatas al servicio de un Poder oscuro que apenas conocemos, con claras intenciones de destruir a una parte de la humanidad y esclavizar a los supervivientes.
No conocemos el mecanismo, pero lo cierto es que Roncalli lo captó, lo escribió y en los hechos que ya han sucedido acertó. ¿Por qué no iba a acertar ahora? Sobre cuándo ocurrirá, también da la fecha de este evento: “Veinte siglos más la edad del Salvador”, es decir el año 2033. Esto quiere decir que, a pesar de todo, el Bien vencerá, coincidiendo con el texto del Apocalipsis.
Lo raro es que Francisco no haya abdicado ya ,es muy raro como si este Papa masonazo jesuita,quizás Papa negro no se quiera ir ni con lejía y no se puede mover apenas…