Por Pascual Uceda Piqueras
Doctor en Filología, especialista en Cervantes, escritor y conferenciante
Otro año más somos testigos de cómo las huestes de lo oscuro, ante el beneplácito de todos los sectores de la sociedad, toman nuestras vidas al asalto, con alevosía, premeditación y toda la nocturnidad de que son posibles.
La noche de Halloween se ha sumado al calendario festivo nacional con una aceptación que asusta por su celeridad, máxime cuando no existe una tradición mínimamente arraigada que lo avale. Sin duda, ello hace pensar que nos hallemos ante un tipo de intervención ajena a nuestra cultura y a nuestro pensamiento tradicionalmente cristiano, que, por razones que el común o asiduo celebrante no llega a percibir en función del arrobamiento festivo de que es víctima, se introduce en cada rincón de nuestro mundo cotidiano para insertar en el individuo una visión positiva y festiva de un mundo siniestro y perverso con la función de normalizarlo y de este modo imponerlo sin resistencia a toda la sociedad.
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Detrás de esta perversa intervención se halla la sombra de unas élites sulfurosas que no paran de someter a la humanidad por la senda de un satanismo frivolizado y apto para el consumo. Tratan de socavar la memoria de todos los pueblos del mundo para resetearla y reducirla, en connivencia con todos los avances científicos puestos a su disposición para operar sobre la genética y la psique de la persona (el transhumanismo), a un único pensamiento basado en la esclavitud y la adoración ciega al amo (Satán o Belcebú): el Nuevo Orden Mundial.
Podría parecer esto una película de ciencia ficción, pero nada más lejos de la realidad. Nos hallamos ante un plan ideado de manera perversa y sibilina, donde las cloacas del Estado intervienen en la elaboración de eficaces estrategias de ingeniería social. En el caso concreto que nos ocupa de esta aviesa celebración, no sorprende que se utilice una festividad especialmente marcada en el calendario religioso para asestar un duro golpe a los principios morales y espirituales que han venido sustentando a nuestra civilización occidental durante los últimos dos mil años. Porque esto es lo que viene perpetrándose, con una intensidad que no cesa de aumentar año tras año, contra la festividad del Día de Todos los Santos, donde buena parte del mundo cristianizado aprovecha para honrar a todos los moradores del Cielo.
Aquí la zurda maniobra consiste, una vez más, en adelantarse a los hechos que se pretenden anular y/o transformar, al objeto de eclipsarlos o incluso fagocitarlos. Dado que la celebración cristiana del día 1 de noviembre lleva implícita una vigilia de ayuno y abstinencia previa, será precisamente durante la noche del 31 de octubre cuando las fuerzas del mal, a través de la complicidad de la práctica totalidad de las instituciones sociales, intervengan con su mayor virulencia y desenfreno, invirtiendo el mensaje originario y dando entrada a un aquelarre satánico-carnavalesco que es aceptado por el común con la mayor satisfacción y regocijo.
Causa verdadero espanto ver cómo las aulas de los colegios se engalanan con el preceptivo atrezo diabólico. La indefensión de los niños ante el ataque de los adoradores del becerro es completa, y los adultos, incapaces de cuestionarse esa realidad distópica, se dejan llevar por el frenesí festivo. Ya nadie recuerda qué se celebraba el día uno de noviembre ¿Y los santos? ¿Dónde quedan los santos? ¿Y las causas que los inspiraron al sacrificio por el prójimo? ¿Dónde quedan los principios que nos impulsaron a ser mejores personas, mejor civilización, a ser merecedores de ese ascenso en la escala evolutiva como especie sapiens?
¿Ubi sunt…?
Y cada vez serán menos los que, supervivientes de una noche de pesadilla, cuajada de zombis, esqueletos, vampiresas, momias y encarnados Asmodeos armados de tridente, sean capaces de escuchar el canto de los serafines procedente de los cielos. Los niños draculines jugarán a ese bodrio anglosajón – ¡cómo no! – del “truco o trato”, a darse sustos o a morderse la yugular y, los adultos, ausentes del más mínimo sentido religioso, beberán y danzarán por parejas a los sones, entre otras, de esa famosa canción que hace algunas décadas solía ser “mano de santo” para prender los corazones apasionados. ¿Quién no recuerda ese “Wellcome to the Hotel California” …?
Y continúa la letra de esa canción, ahora traducida al español: Bienvenido al Hotel California / Un lugar encantador (un lugar encantador) / un rostro encantador / Ellos están disfrutando de la vida en el Hotel California / Qué agradable sorpresa (qué agradable sorpresa) / Trae tus excusas / Espejos en el techo / Champán rosado en el hielo / Y ella dijo: “Aquí todos somos prisioneros / De nuestro propio ingenio” / Y en los aposentos del maestro / Se reunieron para el festín / Ellos apuñalan con sus cuchillos de acero / Pero no pueden matar a la bestia / Lo último que recuerdo / Es que estaba yo corriendo hacia la puerta / Tenía que encontrar el pasaje de regreso / Al lugar donde estaba antes / “Tranquilo”, dijo el guardia de la noche / “estamos programados para recibir /Puedes cancelar tu reserva cuando quieras / Pero no podrás irte nunca”.
Como puede observarse, y si ustedes han escuchado la melodía, la letra de la canción está en las antípodas del sentimiento amoroso que despierta la música. Todos aplauden el gran éxito musical compuesto por la legendaria banda Eagles sin percatarse de que están difundiendo un mensaje de aceptación de un ritual satánico. En este sentido, algo parecido estaría sucediendo con el modo en que las élites oscuras están imponiendo su diabólica ideología, que, para hacernos comulgar con ruedas de molino, revisten de un aire festivo y gracioso lo que siempre se ha percibido como horrendo, antihumano y diabólico.
¡Wellcome to the Hotel California!, o, deberíamos decir: ¡Bienvenidos a la noche de Halloween!
Pues vale.