Por Ana Tidae
Tenía un texto –llamar artículos a lo que escribo me produce congoja intrusista y síndrome del impostor- esbozado y guardado en borradores sobre el iterativo tema de la manipulación lingüística, ergo neuronal, que determinados grupos de poder utilizan como modus vivendi. Y supervivendi , si se me permite inventar latinajos, siempre a costa de la disputada masa, el único verdadero tribunal supremo al que todos temen. Todos no, los embaucadores, que son Legión.
Y ahí iba a seguir sine die en la saturada carpeta de textos procrastinados, o terminados pero no enviados, de no ser porque acabo de leer un artículo -ese sí- de Hughes en La Gaceta de la Iberosfera y he sentido la urgencia de desempolvar lo que tenía a medio escribir, que no es sino un humilde aporte más al esperanzador trabajo de neutralización del uso capcioso del lenguaje y la programación mental, batalla rezagada pero indispensable que en los últimos meses prolifera de forma creciente, ¡por fin!.
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«A la realidad la tratan mediante prefijos y sufijos, como si necesitaran alejarse un poco de ella, interponer entre la Realidad y nosotros unas sílabas de corcho. Así, les van añadiendo partículas a las palabras para agravarlas o para no usar otras.»
Ese escueto y certero párrafo de Hughes me permite borrar y ahorrar el equivalente 100% que había en el texto procrastinado, y pasar a otro aporte. He mencionado en varias ocasiones la desconexión con la realidad de los lacayos de los ingenieros sociales y sus “agendas” (esta palabreja cursi también se las trae: es imaginarme la agenda de Hitler o la agenda de Stalin o la agenda de Atila o la agenda islámica y me parto de risa-pena). Desde su papel de activo anulador de realidades, muchos sucumben a la agresiva desconexión de cables y circuitos y acaban creyéndose esa realidad mutilada que han contribuido a proyectar desde el lenguaje, como Bela Lugosi y Johnny Weissmüller, que murieron convencidos de ser los auténticos Drácula y Tarzán, respectivamente.
Los manipuladores de la realidad y el lenguaje no se contentan con añadir prefijos y sufijos para “transformar la sociedad y la vida de la gente”, como dirían esas parlanchinas freidoras de churros orales tipo Belarra, Montero o Díaz, o de transformar prefijos y adverbios en sustantivos, como “ultra” a palo seco. En su frenesí cancelador de la realidad a menudo encuentran que han perdido las palabras para mencionarla cuando la necesitan. Pero como la realidad sigue ahí, obstinada y palpable, se ven obligados a repescar vocablos del vertedero del lenguaje “fascista”. Y como recular no es una palabra que exista en su diccionario, optan por desfascistizar la palabra rescatada reciclándola con algún complemento, para volver a mencionar la realidad pero sin bajarse del burro ni reconocer su demencia escalar ni sus graves limitaciones de comprensión de esa realidad.
Y este es el papel asignado al sufijo verbal –izar, que además diluye un poco más el significado añadiéndolo después de -al- . Por el riesgo de decir alguna burrada gramatical, pues no soy lingüista, mejor paso a los ejemplos.
El “progresismo” pavloviano fue adiestrado hace unas décadas para negar la existencia de las razas (excepto una, por estrategia clásica). No basta con una humanidad civilizada que repudie el supremacismo de unas sobre otras como pretexto para someterlas, sino que había que negar que exista la raza, en la misma línea que afirmar que el sexo (el género) es un constructo social y no un hecho biológico, síndromes aparte. Tengo un pequeño anecdotario protagonizado por negacionistas de las razas, incluidas las de los animales.
Pero hete aquí que la “lucha antirracista” es un filón inagotable y un pretexto imprescindible, lo que sumado a la evidencia de la transformación de nuestra demografía con sus infinitas repercusiones sociales, más la obsesión existencial por el Edén ‘igualitariodiverso’, ha forzado al “progresismo” a volver a nombrar esa circunstancia, pues el choque entre la negación de las razas y la “lucha antirracista inclusiva” es una paradoja imposible incluso para ellos. ¿Y cómo ha resuelto esa necesidad ineludible? Añadiendo –izar a la palabra raza, a racial. Así ha irrumpido en el idioma progrepolitiqués la palabra “racializado”, que utilizan a destajo. Lo gracioso es que el sufijo –izar en esencia significa ‘convertir en’, ‘transformar en’, ‘dotar de’. Por ejemplo esterilizar es convertir en estéril algo que era fértil. Por lo tanto cuando un “progresista” llama a las personas “racializadas” está manifestando que dichas personas han adquirido una raza (y siempre discutible) que no tenían. El único caso que se me ocurre de una persona que haya adquirido unas características raciales cambiando de estado es Michael Jackson.
Es como si esos seres humanos hubiesen existido en forma de una larva astral o un boceto a lápiz antes de la mesianía “progresista”, y para poder manifestarse en la realidad plasmática de dichos progresistas se hayan racializado, olvidando toda la doctrina previa de la negación de las razas. “¡Los racializados han marcado gol!”, celebró cierta pija eurodiputizada.
Otra palabra de reciente aparición y uso creciente que sigue el mismo esquema es “marginalizado”. Como tras muchas décadas de eficiente asistencia social, becas de estudio, Constitución, leyes, usos sociales, y esa mastodóntica estructura para ese abstracto saco sin fondo del “riesgo de exclusión social” al cual sólo se pertenece según el baremo que establezca el “progresismo”, y que engordan sin límite importando a millones de “desfavorecidos” (en ese riesgo de exclusión social por definición), ese frágil hilo que los mantiene conectados con la realidad les impide utilizar la expresión “marginal” o marginado, y utilizan marginalizado. Que de nuevo, en rigor lingüístico, se trataría de alguien que ha pasado desde una situación, digamos normal, a la de discriminado y apartado. Y aquí hay algo de cierto, aunque justo al revés de como lo ven los “progresistas” y sus “discriminaciones positivas” (otra abominación semántica), pues es cierto que hay una bolsa enorme de personas que se están marginalizando de forma masiva e imparable, según los cálculos de los globópatas y las acciones de los “progresistas” domados y “empoderados” por ellos para estos exactos fines.
El sueño de la razón produce monstruos, sentenció el genio de Fuendetodos.
La ingeniería lingüística produce mamarrachos. Y protomonstruos.