En un mundo donde la ciencia, la tecnología y las antiguas profecías parecen converger, surge una hipótesis inquietante: ¿y si la humanidad está siendo transformada a través de una «infección» que desata una metamorfosis espiritual y biológica? Esta idea, que combina elementos bíblicos con observaciones contemporáneas, plantea que estamos presenciando el nacimiento de lo que se podría llamar «los hijos de los dragones», una generación marcada por una corrupción profunda que trasciende lo físico y se adentra en lo metafísico.
El término «infección» no se refiere aquí a una simple enfermedad viral, sino a un proceso más siniestro y simbólico. Según esta perspectiva, la introducción de ciertas tecnologías, como las asociadas a las banderillas contra el bicho de 2020, podría haber servido como un catalizador para algo mucho mayor. Se sugiere que estas inyecciones contienen componentes que van más allá de lo meramente médico: nanopartículas, microrobots y organismos como hidras o parásitos que actúan como vectores para alterar el cuerpo humano a nivel celular. Este proceso, descrito como una contaminación del ADN, habría desencadenado fenómenos observables, desde el aumento de enfermedades como los «turbo cánceres» hasta extrañas manifestaciones en la piel y la sangre.
La hipótesis no se detiene en lo biológico. Esta «infección» se interpreta como una puerta de entrada para una transformación espiritual, un eco del concepto bíblico de la «marca de la bestia». En este sentido, no se trataría solo de un cambio físico, sino de una reconfiguración del ser humano que lo aleja de su diseño original, creado a imagen de Dios, y lo alinea con una entidad oscura representada por el dragón o la serpiente, figuras recurrentes en las Escrituras.
La narrativa comienza con una reflexión sobre los orígenes del hombre. Según Génesis 2:7, el ser humano fue formado del «polvo» o «suelo» de la tierra, un material que no es estéril, sino rico en vida microscópica, incluyendo gusanos y otros organismos. Esta conexión entre el hombre y la tierra se amplía para sugerir que los gusanos —o criaturas similares como parásitos— son portadores de una forma de conciencia primitiva. En un giro simbólico, se propone que la serpiente del Edén, originalmente una criatura alada y erguida, fue degradada a arrastrarse sobre su vientre tras la caída. Este «dragón caído» habría encontrado en la humanidad un medio para recuperar su posición, utilizando la corrupción del cuerpo y el alma como herramienta.
El símbolo del caduceo, con sus serpientes entrelazadas, se presenta como una representación oculta de este proceso. Asociado con la medicina moderna, este emblema podría ser una pista de una agenda más profunda: la restauración de la serpiente a través de la manipulación del templo del cuerpo humano, un acto que recuerda la «abominación desoladora» mencionada en Daniel y Mateo. Así, la «infección» moderna sería el vehículo para que el dragón recupere sus alas, transformando a los humanos en algo que ya no refleja la imagen divina, sino la de una bestia.
Un elemento fascinante de esta teoría es la referencia a la «cockatrice», una criatura mitológica que combina rasgos de serpiente y ave, nacida de un huevo puesto por un gallo e incubado por un reptil. En la Biblia, Isaías 59:5 habla de huevos de víboras que, al romperse, dan lugar a algo maligno. Aquí, la cockatrice se convierte en una metáfora de los «hijos de los dragones»: seres híbridos que emergen de una humanidad corrompida. Estos «huevos» podrían simbolizar las células humanas alteradas por la nanotecnología o los parásitos, que «eclosionan» para producir una nueva forma de vida, alienada de su Creador.
Esta transformación no es solo individual, sino colectiva. La idea de una «mente colmena» impulsada por inteligencia artificial (IA) sugiere que los afectados están siendo integrados en una red de control, un sistema que imita la economía de la «marca de la bestia» descrita en Apocalipsis 13. La patente de 2022 sobre un «sistema de criptomonedas basado en datos de actividad corporal» refuerza esta teoría, planteando que el cuerpo humano se ha convertido en una mina de datos, un recurso explotado por fuerzas invisibles.
El texto bíblico de Job ofrece un marco para entender esta metamorfosis. En Job 17:14 y 30:29, se describe un cambio en el linaje espiritual: aquellos que sucumben a esta corrupción adoptan un nuevo «árbol genealógico». Su padre pasa a ser la «Corrupción», su madre y hermana el «gusano», y ellos mismos se convierten en «hermanos de dragones». Este nuevo árbol, identificado con el «árbol del conocimiento del bien y del mal», contrasta con el árbol de la vida que representa la conexión con Dios. La sustancia conocida como «black goo» o «materia oscura» se señala como un agente de esta transformación, un elemento que reescribe el ADN y sumerge a sus portadores en una oscuridad irredimible.
Esta idea resuena con las advertencias de Apocalipsis sobre la imposibilidad de redención para quienes aceptan la marca. La alteración del «imagen de Dios» en el hombre —su esencia eterna— sería el pecado imperdonable, un punto de no retorno que alinea a la humanidad con el dragón en lugar de con su Creador.
El artículo no solo plantea una teoría, sino que también llama a la acción. La autora insta a quienes puedan recopilar evidencia de estos fenómenos —como reportes de psicosis inducida por vacunas o manifestaciones físicas extrañas— a colaborar en exponer la verdad. La referencia a los «40 días y 40 noches» evoca el diluvio de Noé, sugiriendo que estamos en un momento crítico de juicio y purificación. Sin embargo, también hay un tono de urgencia: la Iglesia, al no reconocer la verdadera naturaleza de esta «marca», habría fallado en preparar a los fieles para lo que está por venir.
En conclusión, «los hijos de los dragones» representan una visión apocalíptica de la humanidad en su ocaso, transformada por una «infección» que fusiona lo biológico, lo tecnológico y lo espiritual. Es una advertencia de que el dragón, esa serpiente antigua, está tejiendo su última jugada para reclamar lo que perdió, utilizando al hombre como su instrumento. Ya sea interpretado como metáfora o como una realidad literal, este relato invita a reflexionar sobre el rumbo de nuestra especie y el costo de cruzar umbrales que quizá no deberíamos atravesar.
ENLACE AL TEXTO COMPLETO QUE COMENTAMOS EN ESTA ARTÍCULO: ¡Engendro de los dragones! – por Sara Israel – La Decodificación