viernes, noviembre 22, 2024
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¡Habemus Sínodo!

Por Alfonso de la Vega

Fumata blanca para el sínodo sinodal sinodalizado. Si Bergoglio está en lo cierto se puede sostener una cosa y la contraria. O aquí vale todo porque ¿quién soy yo para juzgar? Queda abolido así el pensamiento lógico o la definición moral. Restablecido de la última gripe Bergoglio se ha ido a Luxemburgo al que pone como ejemplo de solidaridad  y mérito en la construcción europea, hoy por desgracia más satánica, corrupta y liberticida que otra cosa. Además de ser, como el bergogliano, otro eficaz paraíso fiscal eso sí muy solidario, resilente y ¿pestilente?

Se vacían las iglesias o la plaza de San Pedro y ahora toca lo del sínodo, una especie de conferencia de vendedores y comerciales en apuros para tratar de ver cómo reavivar el declinante negocio con nuevos productos y canales de venta, que según confiesan por especulaciones inmobiliarias fallidas o por otras peor confesables, las arcas se van vaciando y se está poniendo en peligro el crear valor para el accionista.

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Aparte del escándalo por la malversación relacionada con el cardenal Becciu, las cuentas del Vaticano se encuentran en números rojos: Bergoglio así lo denunciaba en una carta enviada a los cardenales a mediados de este mes de septiembre. La situación no es nada halagüeña. Ya hace un año, el actual prefecto de la Secretaría de Economía confesaba que «la Santa Sede siempre ha tenido un déficit estructural, que oscilaba entre 50 y 60 millones de euros al año. Si tuviésemos que cubrir este déficit sólo recortando gastos, tendríamos que cerrar 43 de las 53 entidades que pertenecen a la Curia Romana, y esto no es posible. Por eso tenemos que trabajar mucho para aumentar los ingresos». Ahora serían 83 millones. Y es que los recursos procedentes del Óbolo de San Pedro, más allá de la pía retórica sobre su utilización en favor de los pobres, son necesarios para la supervivencia de la Curia y de los órganos centrales de la Iglesia, pero los gastos aumentan y las ofrendas de los fieles disminuyen. Es preciso «poner en valor» el patrimonio que se pueda. En la periferia que resiste no terminan de gustar las audaces innovaciones globalistas bergoglianas. La reconversión empresarial se hace ineludible ¿pero hacía dónde?

El mercado actual por mucho sínodo que se invente se muestra renuente. El 88 % de los fieles no están interesados en el proceso sinodal según encuesta oficial de la secretaría vaticana del Sínodo. Tras las contrariedades y defecciones devenidas del Vaticano II, algunos recordarán el experimento sinodal alemán de Würzburg entre 1971 y 1975 al que ya entonces Ratzinger se oponía por ir en contra no solo de la tradición sino también del anhelo de los fieles. Pero el diablo no tiene prisa y tanto va la burra al trigo que… al final la idea luterana puede que termine imponiéndose gracias a Bergoglio y su tropa liquidadora.

Esto del sínodo me recuerda las amañadas asambleas en la universidad de los setenta, donde los comunistas trataban de cohonestar sus ideas y acciones previamente decididas por el Partido como decisiones asamblearias con sesgadas votaciones a mano alzada. Existe una interesada confusión en todo este asunto sinodal y la mala utilización de la democracia, no como una forma de elegir meros representantes sino como ambición de dirimir lo que es buen o malo, verdadero o falso. El que crea que la Iglesia es obra de Cristo y obedece a su mensaje y a la Tradición no debiera ver con buenos ojos que las cosas se modifiquen veinte siglos después mediante votaciones comunistoides a mano alzada por parte de una élite poderosa desquiciada o traidora. Eso significaría que la infalible Iglesia ha perpetuado errores a lo largo de los siglos hasta que ha llegado el sin par Bergoglio a denunciarlos y cambiarlos, o a que todo depende de la voluntad del que manda.

La “modernización” del catálogo de productos parece haber fracasado o no conseguir los beneficios buscados. La Iglesia parece haber perdido el tesoro de su liturgia, su vocación evangelizadora tradicional y con ella su deseo de permanencia, al menos como tal. En su lugar, unas élites profundamente malvadas hacen todo lo posible para difundir y materializar pestes psíquicas para conseguir sus efectos de devastación y sacrilegio de la condición sagrada del hombre.

Podemos traer aquí las lúcidas palabras del doctor Jung: “Cuanto más se pierde la ilimitada autoridad de la visión cristiana del mundo, tanto más se revuelve en su prisión subterránea la bestia rubia y nos amenaza con un ataque de consecuencias imprevisibles. Este fenómeno se produce en el individuo como una revolución psicológica, pudiéndose presentarse también en la forma de un fenómeno social.” Tratan de convencer a fondo al hombre de la insignificancia de su alma y de la psicología misma; hay que dejarlo claro desde cualquier púlpito de autoridad que toda salvación viene de fuera y que el sentido de su existencia está en la “comunidad popular”. 

O “sinodal” como dice Bergoglio. Una religiosidad horizontal contingente entre criaturas y creación, pero no vertical con el Creador.

 

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