miércoles, octubre 9, 2024
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Un magnicidio para cambiar la historia de España

Artículo de Alfonso de la Vega

El asesinato del presidente del gobierno de España, el almirante don Luis Carrero Blanco justo hace ahora medio siglo, fue uno de esos atentados estratégicos que han modificado la suerte de nuestro país. La serie trágica empezó con el de otro presidente militar, el del general don Juan Prim, el protagonista de La Gloriosa y del famoso aserto en sede parlamentaria de “Borbones, jamás, jamás, jamás”, víctima de una conspiración del Estado profundo asociado a cierta hampa como ejecutora que nunca se llegaría a aclarar del todo. La instrucción del juez sería saboteada en parte también por las siniestras mañas de Sagasta, que fuera el ministro de la Gobernación cuando se perpetró el magnicidio del que el próximo día 30 se cumplirán ciento cincuenta y tres años.

Otro “conveniente” asesinato fue el de don Antonio Cánovas en 1897, víctima oficialmente del oportuno anarquista en nómina de turno. Un atentado que tendría consecuencias nefastas en la guerra de Cuba al colocar a un corrupto como Sagasta al mando del gobierno soterradamente colaboracionista con los gringos. Luego vinieron los de dos sendos reformistas sociales, ambos gallegos, don José Canalejas (1912) y don Eduardo Dato (1921) , también por oportunos anarquistas extranjeros o por catalanes. Al parecer se trataba de impedir la evolución del Régimen parlamentario en un sentido de reforma social progresiva controlada e impulsada desde el propio poder político. También se aduce que el presidente Canalejas se había opuesto a mercadear con armas para favorecer la vuelta de la Monarquía portuguesa lo que le valiera la enemiga de parte de la camarilla palaciega alfonsina. Para otros la explicación última acaso pudiera estar en las deterioradas relaciones con el Vaticano con motivo de la llamada Ley del Candado, que prohibía la instalación en España de nuevas Órdenes o Congregaciones religiosas sin la autorización del Ministerio de Gracia y Justicia. El asunto no se investigó en profundidad y el asesino se suicidó mediante el raro método de pegarse dos tiros de pistola seguidos en la cabeza.

Dato tuvo la inteligencia y acierto de mantener la neutralidad de España durante la Primera guerra mundial. Tres veces presidente del Gobierno, instituyó el primer Ministerio de Trabajo.  Según Mateu, el confeso jefe del comando asesino, el pretexto del magnicidio sería vengar las acciones represivas contra anarquistas del gobernador Martínez Anido en Cataluña.

Pero también hubo otros fallidos como el atentado contra Alfonso XIII el día de su boda que provocase varios muertos en su séquito ante la fría indiferencia del monarca. Por una extraña casualidad el asesino terminó siendo abatido en una finca propiedad del ministro de la Gobernación. O contra don Antonio Maura, diputado jefe de partido conservador y ex presidente del gobierno recién amenazado de muerte en sede parlamentaria por Pablo Iglesias, el fundador del PSOE. U otros más recientes, como los dos extraños accidentes que sufrió don Alfonso De Borbón y Dampierre, primo del hoy desterrado emérito. En el primero murió su hijo y en el segundo de los cuales moriría decapitado en un suceso que sería despachado con una explicación increíble. Tan increíble como las del funesto atentado terrorista del 11M cuyas consecuencias aún estamos padeciendo.

El magnicidio del presidente Carrero

El magnicidio del presidente Carrero perpetrado a pocos metros de la embajada americana también tendría todas las papeletas para ser tratado como falsa bandera, más o menos ocultada por razones de Estado. La ETA se lo atribuyó bajo el título de “Operación Ogro” y seguramente Argala y su banda eran los peones o mercenarios subalternos autores directos del crimen. En Francia, justo cinco años y un día después Argala fue silenciado también mediante bomba colocada bajo su coche. El resto de implicados disfrutó de impunidad o de amnistía. Pero aparte de lo que pueda haber detrás de la ETA, hoy socia mediante testaferros del gobierno de Su Majestad, la intervención del tenebroso Kissinger parece indisimulable.

Con el genocida judío recientemente fallecido junto a uno de los responsables de la propia CIA en Europa el presidente Carrero se acababa de reunir la víspera de su asesinato en una audiencia oficial cuyo resultado parece confirmaría su condena a muerte. Entre lo tratado en la reunión, la renuncia al programa nuclear español, el apoyo a EEUU e Israel contra los árabes y palestinos, o la orden para abandonar el Sahara español, cuestiones consideradas irrenunciables para el gobierno español con Carrero de presidente.

Uno de los jueces instructores del magnicidio, don Luis De la Torre, llegaría a tener firmes sospechas que había más gentes detrás de ETA, a la CIA le interesaba la desaparición del presidente. Sin embargo, se le instó a que se inhibiera a favor de la jurisdicción militar y vio como desaparecían sus posibilidades de acceder al Tribunal Supremo.

Al contrario que los jueces instructores que intentaron llegar al fondo del caso, es muy curioso que tanto en este magnicidio como en otros anteriores y pese a su evidente fracaso los respectivos ministros de la gobernación en el momento de los atentados fuesen aupados a puestos de mayor relevancia. Así, Carlos Arias Navarro sería ascendido por los servicios prestados sustituyendo a su presidente que no supo proteger.

Tras su asesinato ya sabemos lo que ha ocurrido en este medio siglo posterior en el Reino de España. Pero, ¿que habría sucedido de no haber sido asesinado en otro de esos atentados de carácter estratégico decisivos para España? El régimen quedó casi desarbolado porque las instituciones no funcionan sin las gentes adecuadas.

Creo que para entenderlo mejor habría que contemplar y analizar las consecuencias de otros magnicidios europeos mediterráneos de la década de los setenta de una lamentable serie de la que el citado de Carrero fue el primero. Me refiero a los del italiano Aldo Moro en 1978 o el portugués Sa Carneiro ya en 1980. Todos ellos se incardinan en la peculiar lógica del entorno geoestratégico imperial de contención del «comunismo» en una interpretación un tanto libre o no literal del término. Más bien se trata del control imperialista sobre Europa, facilitado ahora por la deriva tecno dictatorial de la UE.

Una estrategia general de EE UU desde el final de la Segunda Guerra mundial consiste en el control de los llamados “rimlands”, las costas europeas y asiáticas limítrofes con el bloque central euroasiático. La Teoría del Rimland es una teoría geopolítica propuesta por Spykman, Universidad de Yale, en 1942. Sostiene que las áreas costeras (o «rimland») son más importantes geopolíticamente que las áreas interiores (o «heartland»). Cuestión especialmente de moda entre 1968 (primavera de Praga) y 1972 (año en que se forjó una alianza entre Pekín y Washington tras las negociaciones diplomáticas de Kissinger). Durante la Guerra Fría, los Estados Unidos adoptaron una política de contención contra la Unión Soviética, que implicaba el control del rimland para evitar que la URSS expandiera su influencia en todo el mundo. Esto llevó a los Estados Unidos a establecer bases militares a su largo y a apoyar a los países que controlaban parte de él, sin olvidar otras «actuaciones» como hemos visto.

Y es que en esa época había más soberanía o los políticos eran distintos. No funcionaba ni la granja escuela ni la ganadería de Davos con sus actuales títeres colaboracionistas o aspirantes a serlo, los Sánchez, Feijoo, Macron, Trudeau, Úrsula, Scholz, Baerbock, Draghi, Ardern, Johnson…. Hoy se imponen criaturas amaestradas “formadas” en centros sionistas anglosajones. Jóvenes Líderes Globales para que apliquen políticas liberticidas y ruinosas, opuestas a los intereses de sus naciones respectivas. Para que la domesticación sea completa hay que colocar como guía burros de obligado cumplimiento la agenda 2030 o catecismo similar.  Y si no, la política de bloqueo de infraestructuras energéticas o de corredores comerciales transcontinentales. Se está comprobando en la guerra en Ucrania con la destrucción de gasoductos en lo que parece un buen ejemplo del conflicto Hertland / Rimland  o con la crisis de Gaza que para algunos responde a otra falsa bandera que pretende evitar, entre otras cuestiones, además de la formación de un Estado palestino, la conclusión del corredor chino hasta el mediterráneo.

Pendientes de aclarar otras intervenciones de misteriosos caballos alados presuntamente relacionadas con los servicios de inteligencia israelíes y marroquíes, cabe reseñar la última escaramuza pública en relación con los servicios secretos aliados en España. Si la anterior expulsión de espías gringos se produjo en tiempos de Felipe González, se ha publicado hace pocos días la de cuatro espías americanos de los considerados legales o registrados porque habrían captado y sobornado a dos agentes del CNI. El contenido de la información obtenida no se ha dado a conocer aunque se sospecha pueda ser importante cuando ha provocado una medida tan inusual. El suceso muestra una vez más la escasa lealtad del amigo y socio norteamericano. Nos encontramos hoy en otro fin de ciclo, ante otra encrucijada histórica en la que no sólo está en juego la naturaleza  de la politeia u organización político constitucional sino la propia existencia de la nación.  Unos momentos históricos apasionantes en lo intelectual, pero especialmente inquietantes, y muy sensibles a cualquier atentado de falsa bandera.

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