Es fama que los yanquis llaman al 7 de diciembre, día del ataque japonés sobre la base de Pearl Harbor, “el día de la infamia”. Es menos conocido que, la mayor infamia cometida ese día, no fue por parte japonesa, sino del presidente Franklin Delano Roosevelt. Conocedor del ataque con mucha antelación, prohibió informar al jefe de la base, para aumentar el daño y estimular a sus conciudadanos a entrar en una guerra que no querían.
Pues Netanyahu y el gobierno israelí han hecho lo mismo este 7 de octubre.
Ni el más estúpido se puede creer que los preparativos de un ataque tan sofisticado, con tal despliegue de medios, por tierra, mar y aire, puedan haber pasado desapercibidos al mejor servicio de inteligencia del mundo: el Mossad.
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Y si lo sabían ¿por qué no se preparó al ejército israelí para repelerlo?
Pues lo mismo que en Pearl Harbor. Si la población no quiere guerra, habrá que animarla de algún modo.
Ni Roosevelt ni Netanyahu necesitaron ordenar los ataques. Bastó no ponerles obstáculos, y el resto se hizo solo.
Porque para propiciar guerras y conflictos, y no para otra cosa, se creó el artificial estado-polvorín de Israel, contra el deseo de sus habitantes originales y todos sus vecinos.
Los argumentos esgrimidos por la ONU para robar la mitad de su país a los palestinos parecen de chiste. Es como si mañana la Liga de Estados Árabes convenciese a la ONU para que robase a España un par de provincias (Valencia y Granada, por ejemplo) para retornar a los sucesores de los 350.000 moriscos expulsados por Felipe III a principios del siglo XVII. ¿Locura? No menos que lo ocurrido con Israel.
Desde que, contra la razón y el derecho internacional, se inventó Israel en 1948, los palestinos han sido humillados, depauperados y maltratados por el estado israelí. Por su parte, los israelíes sufren con mucha frecuencia ataques crudelísimos de terroristas palestinos. Ambos bandos tienen poderosas razones para odiar al otro, porque ignoran que los verdaderos culpables están muy por encima. Son las élites globalistas los que azuzan ese odio, en su propio beneficio.
El polvorín lleva siglos organizándose y funciona a la perfección.
Y como los españoles no lo veamos muy claro, podemos ser los siguientes, porque nos sobran polvorines encendidos por los globalistas.
Desde hace más de 500 años, España tiene uno en el norte de África. Son incontables los enfrentamientos que hemos tenido con los habitantes del Magreb, antes incluso de que Marruecos existiese como país. Y ahí la OTAN no nos va a ayudar. Al contrario. Y si no se lo cree, investigue el 11-M. No se diferencia mucho de lo ocurrido en Gaza.
Otro nos lo han montado las élites globalistas en Cataluña, subsidiando a los políticos dispuestos a apuntarse a un irracional independentismo, que está a punto de estallar.
Otro, compartido con el resto de Europa, es la invasión cada vez más acelerada de foráneos, que en lugar de adaptarse, reclaman la adaptación de los naturales –usted y yo- a sus costumbres. Y no está lejos el día que la quieran imponer por la fuerza.
En Israel podemos aprender que todos los conflictos son artificiales, y el enemigo no es nuestro vecino, sino el tirano local que sigue órdenes globalistas (¿le suena la agenda 2030?).
Si aprendemos la lección, cuando estos canallas intenten encender un polvorín, sabremos apagarlo y hacérselo pagar muy caro.
No existen nuevos virus ni terroristas incontrolados.
Todo está bajo control.
«(…) y el enemigo no es nuestro vecino, sino el tirano local que sigue órdenes globalistas». Codo con codo con el manipulador que trastoca la realidad para la mente colectiva y subvierte todas las referencias naturales y morales para dejar inerme a la población. Con el juez que cincela una «justicia» paralela contraria a la establecida por generaciones de gente sabia. Con el policía-robot que la ejecuta. Etc
Y de todos esos es de los que en cada rincón del mundo habrá que ocuparse para evitar in extremis el horror.
Y sí, «crear» un estado, pero dejar una «franja» que dure décadas en determinadas condiciones.
En cuanto terminaron la IIGM ya estaban planificando al detalle la III y poniéndose manos a la obra.
Así que el «visionario» Economist ya pintó sus iconitos de estallido en el mapa mundi hace unos meses.