Por Alfonso de la Vega
“Para tu linda hermana yo haré un ramito blanco”
Los solsticios son una especie de hitos o pilares de la trayectoria solar en la bóveda celeste. El Cristianismo asocia en su calendario los solsticios astronómicos a ambos Juanes. Evangelista al de invierno, Bautista al de verano. Los dos Juanes aparecen frente a frente como sendos pilares del aparente vuelo del sol sobre la bóveda celeste y pueden contemplarse en el Pórtico de la Gloria compostelano mirando desde el Norte. Otro año más el sol alcanza su solsticio de verano o punto más alto en su aparente viaje cíclico sobre la eclíptica. Fiesta sagrada fundamental para la antigua religión aria en sus diferentes versiones, y trasformada luego por el cristianismo en la conmemoración de San Juan Bautista, el personaje envuelto en una piel de cordero que significa la puerta de los hombres, y es el otro extremo anual del Juan Evangelista o solsticio invernal, puerta de los dioses, en el gran templo cósmico. Y también es el anunciador de Cristo: “Él (Cristo) conviene que crezca y yo que disminuya”. En el hemisferio boreal el Sol disminuye después del solsticio de verano o fiesta de San Juan Bautista. El cordero, agnus, agni, representa también el fuego, hijo del sol, que aparece en el tímpano de muchas iglesias románicas. Sol, Cristo, luz interior de los místicos, del que dice Jung: “si uno honra a Dios, al Sol o al fuego, honra también su propia fuerza vital, la libido”.
San Juan es un momento oportuno para intentar comprender cuales han sido los avances en nuestro propio proceso de individuación o realización espiritual.
Un día de San Juan y en el Oriente (tiempo y espacio sagrados) de la playa de Barcelona Don Quijote, el arquetipo del héroe, es derrotado y conminado a renegar de Dulcinea. Hoy desde las instituciones también se conmina a los españoles a que reneguemos de España. A que renunciemos a la antigua patria civilizadora de continentes. Nos dicen que nuestro ideal de civilización debe ser arrumbado, que debemos retirarnos para morir en nuestra aldea natal. Al igual que el maestro Don Quijote no podemos renunciar.
El Libro del Orden de Caballería lo explica muy bien: “Luego que comenzó en el mundo el desprecio de la justicia por haberse apocado la caridad, convino que por medio del temor volviese a ser honrada la justicia”. Para ello según un ideal aristocrático de selección de los mejores, se fueron eligiendo los más sabios, amables, leales, fuertes, ánimo más noble, de mejor trato y crianza: “lo primero que debe preguntarse al escudero, para ser caballero, es si ama o teme a Dios. Así como caballero sin caballo no se aviene al oficio de caballero, escudero sin nobleza de corazón no se aviene con la Orden de Caballería. La nobleza de corazón no la pidas a la boca, porque no siempre dice la verdad, ni la pidas al vestido honrado, porque debajo de un honroso manto puede haber un corazón vil y flaco, en que haya maldad y engaño.
El Libro de Caballería establece también que una de las primeras obligaciones del escudero que quiere ser ordenado caballero es la de la Fortaleza, pues sólo el que es fuerte puede luchar por la Justicia.
Pero hay otras costumbres populares y festivas relacionadas con la noche de San Juan como encender hogueras junto al mar donde quemar los objetos e influencias malignas. Y aquí en La Coruña donde escribo comer sardinas asadas, suculento pez migratorio asociado a esta época del año. Fuego y agua. En la milenaria Soria la fiesta de San Juan mantiene su antigua resonancia mistérica ligada al culto del fuego y a la tauromaquia. En San Pedro Manrique la tradición es el cruce de ascuas a pie desnudo, o pase del fuego, una tradición que según Elisabeth Chesley tendría resonancias de los Vedas hindúes y más cerca, en la Tracia con su famoso paso del fuego de la Anastenaria, en el que no falta el culto a un manantial y un bosque sagrados en las montañas de Macedonia. Los dos pasos de fuego supervivientes en Europa guardan cierta similitud.
Otra de las tradiciones es recoger plantas en las horas previas a la noche mágica para hacer un ramito de amor y salud, remedo del tradicional lapis herbal de los alquimistas.
Una de las plantas emblemáticas de la botánica rosacruciana es la artemisa (artemisa vulgaris) o hierba de San Juan, que cogida ese día vuelve fértiles a los campos. Planta defensiva contra las malas influencias forma parte de muchos ritos mágicos solsticiales en toda Europa. De la Énula campana (Ínula helenium) dice el grimorio «Los secretos del pequeño Alberto»: «en la noche de San Juan, al dar las doce, cógese la hierba llamada énula campana, hágase secar y reducir a polvo, añadíendose una pequeña cantidad de ámbar gris. Métase todo en una bolsita verde y llévese encima del corazón durante nueve días. Pónganse luego estos polvos en contacto con la piel de la persona que se ama (sin que ella lo advierta), y se despertará en ella un amor irresistible hacia quien la ha preparado«.
Cada pueblo tiene su hierba de San Juan preferida: corazoncillo, artemisa, helecho macho, genciana, grosella, algarrobo, no me olvides, menta sarracena, abrótano, yedra terrestre, milenrama… Sin olvidar una humilde joya coruñesa, la hierba de enamorar o armeria maritima que ofrecen al viajero que va de vivo a San Andrés de Teixido.
En la tradición popular cristiana las hierbas de San Juan descubren todos los misterios y echan todos los demonios, que tan buena falta nos hace rodeados de tanto satanista poderoso y maligno encantador de sabios, políticos, doncellas y hombres de estaca.
La mayor luz solsticial es la medicina más poderosa. La noche de San Juan es un punto de transición. Una especie de umbral entre dos etapas. Fuego, Agua, conciencia homenaje a la creación y la feminidad, la noche de San Juan es una promesa de amor en un mundo hilozoístico. Puede que veamos grandes signos en el futuro inmediato, mas el sol nos advierte que a partir de ahora ya empieza a declinar. Disfrutemos mientras podamos de este homenaje a la Vida. Se barrunta la cercanía de tiempos tumultuosos de no ser terribles. Pese a los que digan algunos forofos del racionalismo materialista que niega la realización espiritual donde no existe Tradición sólo queda la incertidumbre del acaso.