En un mundo obsesionado con las soluciones rápidas, Australia acaba de encender una alarma que resuena como un eco de advertencias ignoradas. Más de medio millón de australianos que han optado por inyecciones de pérdida de peso como Ozempic y Mounjaro se enfrentan ahora a una «alerta de seguridad sanitaria» emitida por la Therapeutic Goods Administration (TGA), la autoridad reguladora de medicamentos del país. El riesgo: pensamientos suicidas, comportamientos autodestructivos y un deterioro mental que podría transformar un «milagro» en una pesadilla irreversible.
El video, grabado en un segmento de noticias de 7NEWS, dice lo siguiente: «Hay una alerta de seguridad sanitaria para más de medio millón de australianos que han tomado inyecciones de pérdida de peso como Ozempic y Mounjaro». La asociación de salud advierte que estos pacientes están en riesgo de enfermedades mentales graves, y no es un caso aislado. Millones en todo el mundo, desde celebridades hasta personas comunes, han abrazado estos fármacos como el santo grial contra la obesidad. Pero, ¿qué podría salir mal? Todo, aparentemente.
🚨🇦🇺 Meanwhile in Australia
“There is a health safety alert – for over half a million Australians who have taken weight loss jabs like Ozempic & Mounjaro”
“The health association, says patients are at risk of mental illness, suicidal thoughts and behaviours linked to these… pic.twitter.com/ztHSZ699wV
— Concerned Citizen (@BGatesIsaPyscho) December 1, 2025
Estos medicamentos, conocidos como agonistas del receptor GLP-1, no son vacunas propiamente dichas –aunque el público los perciba así–, sino inyecciones semanales diseñadas originalmente para tratar la diabetes tipo 2. Su popularidad explotó gracias a promesas de pérdida de peso rápida: hasta un 15-20% del peso corporal en meses, sin esfuerzo aparente. Empresas farmacéuticas como Novo Nordisk y Eli Lilly han visto sus acciones dispararse, facturando miles de millones mientras el hype en redes sociales –impulsado por influencers y estrellas de Hollywood– convertía estos jabs en el accesorio indispensable de la era post-pandemia. Sin embargo, la TGA no actúa por capricho. Estudios previos, como uno publicado en la revista Nature Medicine, ya habían señalado un riesgo desproporcionado de ideación suicida en personas con antecedentes de ansiedad o depresión que usan semaglutida (el principio activo de Ozempic).
Aquí radica la irresponsabilidad flagrante de una sociedad que prefiere pincharse el brazo antes que moverlo. ¿Por qué optar por un químico sintético derivado de veneno de lagarto (sí, el exenatida de Byetta proviene de la saliva del monstruo de Gila) cuando la ciencia básica nos ofrece alternativas probadas y gratuitas? La obesidad no es un virus que se combata con una dosis; es un desequilibrio del estilo de vida forjado por años de sedentarismo, dietas procesadas y excusas. En lugar de confrontar el espejo –y el plato–, millones eligen la ruta fácil, delegando su salud a laboratorios que priorizan ganancias sobre vidas.
Imaginen, una persona con sobrepeso, estresada por el trabajo y la vida moderna, ve un anuncio reluciente de «pierde 10 kilos en tres meses sin dieta». Suena tentador, ¿verdad? Pero el costo real emerge en las sombras: parálisis gástrica, ceguera potencial, cáncer de tiroides y, ahora, un salto al abismo mental. La alerta de la TGA no es la primera; la FDA en Estados Unidos ya evaluaba reportes similares en 2024, y sin embargo, las ventas no bajaron. Es como si hubiéramos aprendido nada de la fiebre por las vacunas COVID, donde la prisa por «normalidad» eclipsó riesgos a largo plazo. Hoy, repetimos el patrón con la obesidad: irresponsabilidad corporal elevada a arte.
Esta mentalidad de «solución rápida» no solo daña al individuo, sino que erosiona la tela social. Familias enteras dependen de estos brebajes, ignorando que la salud mental –ya frágil en una era de aislamiento digital– se ve amplificada por estos fármacos. ¿Cuántos suicidios podrían evitarse si, en vez de inyectarse, la gente se inyectara motivación para caminar 30 minutos al día? Estudios confirman que el 80% de los casos de obesidad se resuelven con cambios sostenibles: dieta mediterránea rica en vegetales, proteínas magras y fibra; ejercicio aeróbico combinado con fuerza; y, sobre todo, disciplina mental. No hay píldora mágica, pero sí hay poder en el esfuerzo propio.
El cuerpo es un templo, no un laboratorio de pruebas. Perder peso de forma saludable fortalece el metabolismo, mejora el sueño y eleva la autoestima de manera duradera, sin el rebote catastrófico que acecha a los adictos a los medicamentos.
Millones han sido engañados por el espejismo de la delgadez instantánea, pero el verdadero escándalo es nuestra complicidad. Somos responsables de nuestro cuerpo, no víctimas de modas tóxicas. Es hora de rechazar la aguja y abrazar el sudor: caminen, coman limpio, duerman bien. Solo así, la victoria sobre la obesidad será genuina, no una ilusión frágil que se disuelve en pensamientos oscuros.

