domingo, noviembre 23, 2025
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Silicon Valley pe€d€ra@sta (o cómo las nuevas tecnologías están v10lando a tus hijos…y a ti)

En el noveno y homérico canto de “La odisea”, Ulises y sus hombres llegan a una misteriosa isla tras ser extraviados por tormentas en su viaje de retorno a Ítaca. La ínsula está habitada por los lotófagos, un pueblo pacífico que vive gracias al fruto del loto. Fruto que idiotiza y narcotiza, hipnotiza y agilipolla, destruye la conciencia, anestesia la voluntad y hace perder la memoria. Veneno, pues, camuflado de néctar y ambrosía. Lotófagos hipnotizados. Sofronizados. Hechizados. Embelesados. Embrujados. Mesmerizados si les mola.

Hecatombe

Hogaño, el 90% de la población en general y el 99% de los críos y adolescentes, lotófagos. Enganchados deliberadamente. Drogados masiva e irreversiblemente. Cretinos digitales (Michel Desmurget). Ansiosos digitales (Jonathan Haidt). Dementes digitales (Manfred Spitzer). Zombis digitales (Javier Albares). Infrahumanos, grosso modo. Cerebros explotados. Envenenados. Abrasados. Planeta Tierra: tecnotrónico lupanar para los cobardes y eugenésicos y transhumanistas camellos de El Valle del Silicio.

Los chaveas, asunto más grave aún, ya que se ha impedido el ascenso a la superficie de la caverna platónica: los smombies adolescentes ignoran otro mundo que el que se han encontrado, el que ha anulado su racionalidad. Su juicio. Su voluntad. Depender ineludiblemente de unos putos cachivaches creados con el propósito de adormecer y apollardar a las masas planetarias, sin distinción de raza, sexo o ideología, es haber perdido, diríase definitiva e irreversiblemente, la libertad y la conciencia, tan humanas, específicamente humanas. O exhumanas. Los nuevos chupetes jodiendo casi sin reversión la plasticidad de cerebritos en encabritado y pleno desarrollo. Y de aquellos que ya se hallan talluditos, «reseteo». 

Yonquirulos

Como la heroína ochentera, o el hodierno fentanilo, las adicciones a las nuevas tecnologías está aniquilando a una generación entera de jóvenes y adolescentes (y a gran, grandísima proporción de adultos) de todo el planeta. Yonkarras de la dopamina (y de la oxitocina y de la endorfina y de la serotonina) se está creando una inquietante generación de zombis que alcanza ya a las generaciones más vetustas.  Tales drogas devastan cualquier barrunto de creatividad en la infancia, consolidando el deterioro cognitivo y afectivo del crío, así como su evolución personal, originándose en el sujeto un absoluto vacío de identidad (que, al fin y a la postre, puede ser suplantado por cualquier sucedáneo identitario y de nuda humanidad). 

Además, violados, consciente e inconscientemente (Andrés M. Joison). La «digitalización» en los púberes evos es un atropello consentido (por casi todos), una sodomización mental y espiritual singularmente desgarradora, un condicionamiento por trauma digno de un (zoológico) experimento MK Ultra. En el nombre del progreso. 

Hondas, hondísimas y alteraciones neuronales y conductuales. En las edades más tempranas, por ejemplo, mutación de la mielinización en las conexiones neuronales en las áreas responsables del lenguaje articulado y la alfabetización más elemental. Eclipsándose paulatina y aceleradamente la atención, la memoria y el aprendizaje, vivaqueando sin remedio el plagio y la pereza mental. Y repercutiendo pavorosamente en los sistemas nervioso central y periférico: las capacidades de control ejecutivo e inhibitorio, los procesos cognitivos y la conectividad funcional (recuerden que el uso excesivo de la tecnología desvía las fibras químicas eléctricas, por lo que el estímulo neurofisiológico no llega de convenientemente a la corteza cerebral, que controla la concentración, el cálculo y la capacidad de abstracción). Y qué decir de la dismorfia y los trastornos de la alimentación junto a hundimientos existenciales y enorme agresividad, cuando no salvaje e incontrolable violencia. Impulsivos, irritables e inconscientes. Jodidos, jodidísimos de la chota, los suicidios de los endiosados «narcisos» digitales, cimeros.

Progreso, mito, barbarie…

El progreso está forjado a sangre y fuego; la barbarie, por otra parte, sería la cara B de semejante mitema del progreso -esa que todos quieren ocultar, pero que siempre acaba emergiendo a flote. Los pueblos – reitero: sin distinción de raza, sexo o ideología – cambian unas barbaries por otras, pero no las erradican del todo. Cada civilización posee una forma de barbarie, algunas menos sangrientas y criminales que otras. Una barbarie se muta por otra. pues. Aprehendiendo el concepto braudeliano de «longue durée» (larga duración, longa data, tiempo profundo de la historia, signado por estructuras y elementos casi inamovibles como la geografía, las mentalidades colectivas y las condiciones materiales, que condicionan, casi determinan, los procesos históricos a muy largo plazo: siglos, a grandes rasgos), se puede colegir que la barbarie puede ser estimada como inexcusable porción de las estructuras de pensamiento o acción que se repiten a través de las generaciones. Hoy, la barbarie tecnológica. Obvio.

El mundo continúa rodando pese a todo, y ese campo de batalla ampliado, como diría el inmortal Houellebecq, perpetúa su brutal e insignificante curso. Hoy en día, en principio incruentamente, se disciplinan y domestican cuerpos y almas a través de las plataformas del skinneriano y leviatanesco capitalismo de vigilancia (Shoshana Zuboff), aherrojando y controlando a las masas a través de muy adictivas aplicaciones, tanto en su trabajo esclavo como en su ocio escasamente disponible. Una granja prostibularia, desde luego, donde la mentira pulveriza la verdad y la percepción es pervertida completamente mediante los algoritmos. Con la «estúpida» IA, giro de rosca.

En fin.

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Luys Coleto
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