Han vuelto a la carga estos maníacos posesos que gobiernan el mundo, acostumbrados a facilitar, ayudar, colaborar e incluso perpetrar atentados de falsa bandera e irse de rositas. ¡Como los sicarios! Estos hacen el trabajo, se largan sin dejar rastro, pero siempre aparece un chivo expiatorio para cubrir la plaza de culpable que el pueblo y la “falsa justicia” exige.
En este puzle descomunal de piezas distópicas, que van apareciendo como los cromos que coleccionábamos de niños, ya tenemos la del apagón anunciado en la “profecía” desde hace algunos años; y no precisamente por boca de visionarios y videntes, sino de los propios expertos del sector eléctrico, además de ciertas fuentes no oficiales que filtran información sobre los planes siniestros que los dominadores tienen para la humanidad.
Si se tratase de un apagón debido a causas naturales, como una tormenta, fuego, viento o incluso una falta o exceso de energía como algunos apuntan, sería una incidencia en nuestra sociedad tecnificada en la que todo depende de la corriente eléctrica, pero me atrevo a decir que el que acaba de sufrir España es otro autoatentado, con colaboración externa, al estilo del 11-M, la pandemia del calumniado pangolín o la riada de Valencia. Lo preocupante de todo esto es que, por una parte, la sociedad es muy inmadura y sigue creyendo en los bulos oficiales, y por otra, que se está acostumbrando a las catástrofes. ¿Quizá es lo que pretenden? ¿Quieren evidenciar nuestra vulnerabilidad y sacarnos o “saquearnos” el dinero para armas, programas contra el cambio climático, contra los ciberataques y contra cualquier ocurrencia nacida en sus mentes maquiavélicas? Un apagón es una mina, da para mucho. ¿Se imaginan el número de restricciones que podrían imponer? Si seguimos asintiendo y obedeciendo, lo de Orwell se quedará corto y van camino de ello. ¡Para protegernos! Este es su mantra y el mayor bulo oficial.
Es positivo que el fanatismo ideológico de las energías renovables, especialmente la eólica y la fotovoltaica, cuyas infraestructuras destruyen la flora, la fauna y el paisaje –además del sector primario–, haya quedado en entredicho estos días y haya aterrizado en la palestra el debate sobre las tan demonizadas centrales nucleares, por las que apuestan varios países de Europa, y la energía hidráulica. Los gobernantes actuales han llegado con el encargo de destruir la nación que fue la novena potencia del mundo: “Built back better plan” es el lema de este proyecto para los grandes países, cuyo significado es “reconstruir un mundo mejor”, pero, en realidad es “destruir para construir a la medida del hábitat que tienen programado, incluidas las jaulas para humanos, léase, ciudades inteligentes. En España se han derribado más de 200 presas, por orden de nuestra enemiga Unión Europea, lo cual es una vergüenza y no tiene retorno.
Sin embargo, independientemente de las razones técnicas, tan variadas como contradictorias que arguyen los expertos –incluida la del excesivo consumo energético de la inteligencia artificial–, no se puede analizar esta pieza del rompecabezas sin tener en cuenta una visión panorámica del gran plan. Eso sí, marear la perdiz con datos y más datos, lavándose las manos, echándose la culpa unos a otros, siempre es rentable para los medios oficialistas, pero solo eso.
Este apagón que, a pesar del caos en las grandes ciudades y medios de transporte, se solucionó en un tiempo récord, muy posiblemente haya sido solo un simulacro, una suerte de ensayo, para otro de mayor duración y amplitud, quizá a toda Europa, a parte del planeta o incluso total. Está dentro de lo posible. No obstante, este apagón de diez horas quizá intenten rentabilizarlo y continuar con su programa de avance de dominio y control. Esto podría sustanciarse en nuevas leyes restrictivas. No hay que olvidar que los políticos no sirven al pueblo, sino a los objetivos de la Agenda 2030, con su paranoia del cambio climático, auténtica hoja de ruta para la transición al transhumanismo; un filón que está fomentando la ambición y la usura como nunca antes, a base del saqueo de los bienes públicos que nos pertenecen por ley natural desde siempre. Sin olvidar el daño moral al que aludimos con frecuencia.
El apagón del 28-A es un avance más en el plan de domesticación social. ¿Qué tocará ahora? ¿Uno de mayores dimensiones como acabamos de enunciar? ¿Quizá algún terremoto provocado con armas de energía teledirigida? ¿Una catástrofe de agua y viento huracanado? ¿Incendios forestales “inteligentes” para espantar a quienes viven plácidamente en el rural con sus gallinas y árboles frutales? ¿Una pandemia de lepra para impresionar? Ya imaginamos a los conductores de programas –servidores de los gobiernos– mostrar morbosas imágenes sangrantes y purulentas. No importa si son reales o no. El efecto es el mismo, dado que nuestro subconsciente no distingue entre realidad y ficción.
No es casualidad que, en estos momentos involutivos de nuestro presente, de cambio de parámetros y de valores, la mayoría de los políticos al frente de las naciones más punteras del mundo tengan un perfil común y a menudo se les defina como psicópatas, sociópatas, narcisistas y amorales. En definitiva, marionetas sin escrúpulos, sin empatía, capaces de cualquier atrocidad contra los ciudadanos, siempre que beneficie sus intereses, y que han sido cuidadosamente elegidas por los grandes poderes humanos y suprahumanos. La psicopatía reina en las sedes de gran parte de los gobiernos del mundo, y el de España la tiene entronizada en un altar. ¿Al lado de Baphomet? Cada vez existen menos dudas al respecto.
El apagón no es un hecho aislado. Hacemos un breve histórico, por si pudiera contribuir a la comprensión de estas palabras que van más allá de lo que escuchamos o leemos en medios colaboracionistas, entretenidos en la realidad tangible. Que el mundo está gobernado por locos, seres al servicio del Mal y enfermos mentales de difícil curación lo hemos dicho hasta la saciedad, en especial, a partir de marzo de 2020, cuando la humanidad recibió un ataque brutal, como nunca antes, en forma de un virus inexistente, protagonista de una pandemia de diseño; eso sí, con un atrezo perfecto: muertos, confinamiento, injusticia, mucho sufrimiento, ruina económica, leyes de obediencia y control, y miedo a raudales. La consecuencia fue una sumisión total que convirtió a los seres humanos en meros siervos de la gleba, sin capacidad de reacción, mudos, divididos y resignados. Fue el fin de la era contemporánea y el inicio de la era transhumana o humanos aumentados. Así la definen Yuval Noah Harari, Rafael Yuste, José Luis Cordero y el resto de transhumanistas que consideran que el ser humano es biología, y el alma, simplemente, conexiones neuronales. Se trataba de la ejecución de un plan escrupulosamente planificado desde hacía décadas, que venía lanzando señales difusas que pasaban inadvertidas para una sociedad programada y crédula, acostumbrada a no pensar por sí misma y a confiar en el papá Estado. A partir de esta fecha, el plan se aceleró y se hizo más visible. Sin embargo, los inocentes creyentes en el sistema y en la pulcritud de las instituciones no son capaces de verlo. Siguen a pies juntillas las consignas de los gobiernos e incluso se unen a los poderosos para perseguir a los discrepantes. Durante la pandemia, algunos pedían cárcel para los negacionistas o campos de concentración para los no vacunados mientras se rendían ante las leyes orwellianas de los bulos gubernamentales. “No pienses. Los expertos piensan por ti. Tú limítate a obedecer”.
La pandemia, cuyas consecuencias seguimos sufriendo, tanto físicas e individuales como colectivas, son muy significativas. Se puede hablar de un efecto de no retorno, de un antes y un después. Pero la pandemia ha traído sus bondades. Muchas personas han descorrido un velo que les impedía la visión y la comprensión de otra realidad, más allá de lo aparente. Hasta entonces, éramos contados los que hablábamos del Nuevo Orden Mundial, de los Objetivos del Milenio, de la Agenda 2030, de la ONU como organismo nefasto, del Club Bilderberg y otras pantallas de la masonería. Ahora se divulga esto ampliamente, y eso se lo debemos a las grandes mentiras sobre la pandemia.
La riada de Valencia también hizo de despertador, sobre todo cuando se le explicó a la población cómo, amparados en la circunstancia de la gota fría, tan típica en la región, se aprovechó para poner en marcha un acto terrorista de geoingeniería, con el fin de destruir una zona que necesitaban para los paneles fotovoltaicos, necesarios para la IA que controlará las “smart cities” o ciudades inteligentes. Es terrorífico, lo sé. Pero no olvidemos que estamos ante psicópatas de alma calcificada o carentes de ella.
Somos tan fácilmente manipulables e impresionables como lo eran los primitivos ante los eclipses que tan bien supo rentabilizar el poder en ciertas culturas. Nos han convertido en tecnófilos gaznápiros que nos derretimos ante los nuevos artilugios con la misma fascinación de los indígenas ante los “juguetes” mágicos de los conquistadores. Hemos perdido esa prevención razonable ante lo desconocido –que aún conservan los animales–, y que nos ha permitido sobrevivir.
¿Toda esta reflexión para hablar del apagón? Así es. Porque es necesario echar una mirada a lo que somos individual y colectivamente dejándonos fascinar por todo lo novedoso con promesas de bienestar, felicidad e incluso inmortalidad. Es cierto que muchas de las innovaciones nos hacen vivir mejor, pero otras no; y responden a intereses de unos cuantos listos, cuando no desequilibrados mentales con oscuros fines. ¿Es mejor la energía de los paneles solares que la de las centrales eléctricas o las nucleares? ¿Son los coches eléctricos mejor que los de gasolina o diésel? Nuestro problema es una falta total de información y una credulidad mayúscula en las autoridades e instituciones corruptas, como la Comisión Europea, la citada ONU con sus organismos internacionales, el Club de Roma y decenas de fundaciones de falsos filántropos, oenegés y chiringuitos de nombres rimbombantes que muy poco tienen que ver con lo que enuncian. Estos son los inspiradores de falsos cambios climáticos, porcentajes de bajas emisiones, huellas de carbono, pases sanitarios, tarjetas verdes, impuestos a todo, en definitiva, prohibiciones y restricciones de todo tipo, que nos hacen la vida cuesta arriba. Hay que rebelarse contra todo esto.
Tenemos el problema de ser demasiado obedientes. Acatamos cualquier iniciativa, aunque reconozcamos que es contraria a la lógica y el sentido común, a nuestra herencia cultural y espiritual, sobre todo, si nos la vende un “experto” ad hoc o algún personaje televisivo o farandulero. Es necesario aprender a dudar y a tamizar. No lo hacemos porque la distracción es grande y en nuestras manos tenemos un poderoso juguete, tan peligroso como “una navaja de afeitar en manos de un infante”, que decía Salvador Freixedo en relación a las “pantallitas”. Hoy, el pan y circo, es servido a domicilio las veinticuatro horas, y es más venenoso y adictivo que nunca.
A una sociedad así es fácil engañarla, manipularla y hacerla entrar por el aro. Lo que está ocurriendo en la actualidad es un suicidio colectivo. De hecho, los grandes promotores del “no tendrás nada y serás feliz” son los mismos que promueven el transhumanismo, del que hablamos en párrafos anteriores; es decir, la simbiosis entre el humano y la máquina. La gran mayoría está encantada de no tener que aprender datos de memoria porque la nube contiene toda la información. ¿Pero quiénes son los dueños de la nube? ¿Podemos confiar en algo que nos pueden arrebatar en un santiamén? ¿Dónde estuvo la nube el día 28 de abril? Este fue un día importante. De pronto, y sin previo aviso, nuestra torre de Babel se derrumbó y fuimos conscientes del gran engaño de nuestro mundo virtual y vulnerable. Algo tan cotidiano como calentar la leche del niño, hablar con nuestra familia o escuchar la radio se hizo imposible, y las diez horas parecieron días. ¿Hemos aprendido algo? Es evidente que sí. Hemos visto que sin dinero físico no se puede comprar; que las tarjetas y los bizum no sirven cuando más los necesitamos; que los coches eléctricos son un fiasco; que los desprestigiados combustibles fósiles dieron vida a los generadores, gracias a los cuales los hospitales y otros servicios siguieron funcionando. Y muchos se dieron cuenta de que padecían una adicción severa al teléfono móvil. Sería bueno reflexionar sobre el mundo que queremos y nuestras prioridades. Es urgente activar la responsabilidad y el sentido común; aprender a pensar por nosotros mismos, a dudar e informarse antes de acatar, y dejar a un lado los esnobismos y la fascinación por todo lo nuevo; ser más auténticos y, sobre todo, no fiarnos de las mentiras propagandísticas de los gobernantes y “expertos”, vendedores de falsos bienestares, que se han hecho millonarios con nuestro dinero. No les entreguemos nuestra confianza, y mucho menos, nuestro miedo. Viven de nosotros, nos parasitan y para ellos somos simplemente un rebaño al que tienen que pastorear. Por eso nos alimentan con pienso y hierba y nos estabulan. Y el ser humano necesita más, porque es mucho más que un cuerpo que se enferma y envejece. Se está librando una guerra espiritual sin precedentes, y si no entendemos esto no podremos hacer análisis certeros. No permitiremos que nos roben nuestra independencia y nuestro libre albedrío; que nos congelen el alma y nuestro alimento divino. Con eso no podrán, aunque derriben todas las cruces del mundo, dinamiten todos los templos, tapen el Sol con sus tóxicos malignos y causen apagones. Nuestra lámpara seguirá alumbrando. Resistiremos y continuaremos haciendo la guerra desde nuestro rincón de paz.