Por Alfonso de la Vega
“La prueba de la política es cómo termina, no cómo comienza”. (Kissinger)
Al mismo tiempo que la Monarquía renunciaba a controlar las fronteras nacionales traspasando a tropas indígenas de demostrada dudosa lealtad la nueva frontera de Cataluña con el resto de España, Su Majestad, siempre muy oportuna, se ha ido a arengar a las tropas ucranianas que hacen prácticas en la Academia de Infantería de Toledo.
Lo de Ucrania con Rusia no deja de tener cierto componente de guerra civil.
En la Rusia antigua tradicionalmente se solían distinguir tres tipos de eslavos orientales. Los rusos o granrusos, los rusos blancos y los ucranianos (de «Ucraína«, la frontera, la Pequeña Rusia de los zares). Frente a Novgorod La Grande, la primera capital donde se despertase la conciencia nacional rusa estaba en Kiev, la Rusia de Kiev, desde Oleg, siglo X. Su viuda, Olga, se bautizó y comenzó la etapa de cristianización rusa.
En el siglo XIII han de enfrentarse a la amenaza sueca y teutónica. En 1240 mientras Alexander Nevski aún celebraba sus victorias sobre ellos, los tártaros dirigidos por un sobrino de Gengis Kan saqueaba Kiev. Desde entonces, la reunificación de las tierras rusas con un centro único no era una idea solo de Moscú, aunque sería quien lo llevara finalmente a cabo, una vez vencidos definitivamente los tártaros. Se consolida desde entonces la autocracia moscovita.
En efecto, el propio Kissinger explicaba en 2014 al principio de la crisis:
«Ucrania no debe funcionar como un enfrentamiento sino como un puente entre Este y Oeste. Occidente debe entender que, para Rusia, Ucrania nunca puede ser simplemente un país extranjero. La historia rusa comenzó en lo que se llamó Kievan-Rus. La religión rusa se extendió desde allí. Ucrania ha sido parte de Rusia durante siglos y sus historias estaban entrelazadas antes de esa fecha. Algunas de las batallas más importantes por la libertad rusa, comenzando con la Batalla de Poltava en 1709, se libraron en suelo ucraniano. La Flota del Mar Negro, el medio de Rusia para proyectar poder en el Mediterráneo, tiene su base en arrendamiento a largo plazo en Sebastopol, en Crimea. Incluso disidentes tan famosos como Aleksandr Solzhenitsyn y Joseph Brodsky insistieron en que Ucrania era una parte integral de la historia rusa y, de hecho, de Rusia.
Ucrania ha sido independiente por solo 23 años; anteriormente había estado bajo algún tipo de dominio extranjero desde el siglo XIV. No es sorprendente que sus líderes no hayan aprendido el arte del compromiso, y menos aún de la perspectiva histórica. La política de la Ucrania posterior a la independencia demuestra claramente que la raíz del problema radica en los esfuerzos de los políticos ucranianos por imponer su voluntad en partes recalcitrantes del país, primero por una facción, luego por la otra.
Cualquier intento de un ala de Ucrania de dominar a la otra, como ha sido el patrón, conduciría eventualmente a una guerra civil o una ruptura. Tratar a Ucrania como parte de una confrontación Este-Oeste hundiría durante décadas cualquier posibilidad de llevar a Rusia y Occidente, especialmente Rusia y Europa, a un sistema internacional cooperativo.
Una política sabia de EE. UU. hacia Ucrania buscaría una manera de que las dos partes del país cooperen entre sí. Debemos buscar la reconciliación, no la dominación de una facción.»
No hubo remedio. En palabras premonitorias de Belloc: “A mi juicio, en la fase actual de la historia europea, el asunto fundamental reside […] entre el cristianismo y el caos […]. Hoy podemos verlo por todas partes, como la negación activa de todo lo que ha defendido siempre la cultura occidental”. En la Rusia actual más que de comunismo como en la pasada etapa soviética cabría de hablar de nacionalismo en el sentido de protección de su Cultura, de su “dasein”, su forma de entender la sociedad vinculada al Cristianismo lejos de los abusos y atrocidades de la posmodernidad occidental, también de sus vastos recursos naturales… . y de rechazo a una globalización sometida a los deseos voraces, liberticidas e insaciables de la plutocracia unipolar. Porque ante una UE subordinada a intereses ajenos, en descomposición, presa de la corrupción, el multiculturalismo, leyes inicuas como la de género, es normal que se intenten poner barreras los que no están de acuerdo con tal estado de cosas. No deja de ser curioso sino asombroso que a estas alturas, sea Rusia la gran potencia mundial que aún parece defender al Cristianismo como alta forma de civilización frente a la actual degradación de Occidente. En el que muchas de sus instituciones traicionando su razón de ser conspiran contra la sociedad para pervertir sus valores tradicionales y degradar la dignidad de la gente.
Pero dejando atrás las fronteras espirituales o mentales y volviendo a las geográficas cabe decir que las actuales entre Ucrania y Rusia tienen cierto carácter artificial desde el punto de vista histórico. Se deben al dirigente comunista Nikita Kruschev que dividió arbitrariamente estos territorios ambos dentro de la antigua URSS. Cuando esta cayó dejó de dar igual la pertenencia o no a una división más administrativa que política o con auténtica soberanía. Luego, vino la OTAN a encizañar y debilitar a Rusia, el golpe de Estado del 2014, la sangrienta persecución de los rusos existentes intramuros de la nueva frontera, la prohibición del idioma ruso, los acuerdos incumplidos por Occidente y el conflicto abierto actual.
Moraleja.
Por si valiese o resultase oportuna la comparación el gobierno de Su Majestad imitando o parodiando a Kruschev se ha atrevido a definir y entregar fronteras entre Cataluña y el resto de España, encargando a las tropas catalanistas su control, ¿para asegurar así la pura identidad catalana?
Casi nunca se escarmienta en cabeza ajena. Desgraciadamente el reino de España cada vez se va pareciendo más a la antigua dictadura comunista de la URSS donde ya nada se sustrae al capricho interesado de sus dirigentes. La constitución, la historia, la práctica de los derechos civiles la convivencia son atropelladas impunemente sin que el rey, tan preocupado según él dice por la suerte de la Ucrania golpista, ni ninguna otra institución borbónica hasta el momento se atreva a defender ni a la nación ni a la constitución.