domingo, octubre 6, 2024
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«Toreador, toreador»

Por Alfonso de la Vega

«Toreador, toreador«, como en el entusiástico recibimiento en la ópera Carmen al sin par matador Escamillo, nos guste o no es preciso reconocer la habilidad picaresca del falsario y su nutrida cuadrilla de apoderados, asesores, banderilleros, picadores, hombres de plata y mozos de espadas.  Torean a la oposición que no se opone, sin afear la pinturera figura ni menos despeinarse lo más mínimo. Pases por la derecha o al natural, ni siquiera hace falta utilizar el pico de la muleta: el nieto rarito de la estanquera poli activa de Os Peares, el animoso amigo de Netanyahu, o el sensible protector de cornúpetas… todos entran al trapo, siguen dócilmente la muleta del maestro hasta terminar la bien ligada tanda con el de pecho…

El último brillante muletazo de la faena del falsario lo ha constituido el traerse con su famoso heroico falcón a Edmundo González al inframundo del reino filipino. Hay que reconocer que el trilero es un auténtico artista en lo suyo. Consigue tapar sus vergüenzas venezolanas y las de su banda trayéndose aquí bajo su filantrópico amparo al agente comercial cabeza visible títere de la plutocracia globalista. Desactiva la crítica con la boca pequeña y cara a la galería de los tendidos más complacientes o que le pueda hacer la ganadería local, afeitada y sin trapío, para quedar como un ilustre prócer benefactor de la humanidad, de la plutocracia y de la democracia tramposa.

Venezuela ofrece muchas lecciones. Explica lo bajo que ha caído Occidente, complaciente con la tiranía cuando sirve bien a la plutocracia. La globalización sólo representa intereses. Y bastardos. O el que no se la puede combatir con votaciones, aunque no haya trampas como hoy es ya habitual y preceptivo. El pueblo venezolano queda burlado, compuesto y sin novia. Y con un comprensible cabreo por haber puesto otra vez los muertos. «Tras cornudo, apaleado.»

Gracián lo tenía más claro: «contra malicia, milicia«, pero el pobre sabio murió hace ya mucho tiempo, lo que le ha librado de ser oportunamente misericordiado.

Sin que hiciera falta mucha insistencia del populacho, la presidencia cómplice y complacida concedió las orejas aunque no sabemos qué pasaría con los rabos.

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