viernes, noviembre 22, 2024
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Calcomanías y caniches

Por Ana Tidae

Les basta a los patócratas el tiktok de un borrachuzo con calcomanías o un caniche de la poli lamiendo un cuchillo y diciendo que van a analizar la camiseta impoluta con la que detuvieron a un joven ermitaño con alta discapacidad acusado de asesinar a un niño a capricho, para provocar el repliegue instantáneo de infinidad de personas en proceso de “despertar” y reaccionar a los engaños. Se notan las rentas de las que aún viven.

¿Por qué digo lo de las calcomanías? Bien, mi primera intuición sobre el tiktok al que aludo fue esa, por lo tosco, sobreactuado y oportuno, y las risillas contenidas de las “víctimas”. Pero además las observaciones de una de las personas más perspicaces de España, si no la más, que es Dani Díaz, reafirman la sospecha.  ¿Significa eso que no haya personajes reales como ese por la geografía? Alguno hay, excéntrico, tabernario, lejísimos de ser una “lacra” o una “amenaza”. Pasadísimo de moda como un punky, un mod, un hippy o un rockabilly. 

A la patocracia le gusta, necesita, mantener el “relato” hegemónico en figuras e impresiones extremas, que son las que convierten la atención pública en terreno yermo para la razón y la consciencia. Cada vez que lanza una operación sabe perfectamente cómo va a reaccionar cada tipo de persona, de entre las cuales seleccionará a los más zoquetes y zafios, u actores de crisis en su papel, para su tratamiento mediático, con el que insistirán en la manipulación pavloviana de los esquemas mentales de la población sometida.

Así, persistirán machacando en el vapuleado ovejo la impresión de que las únicas opciones (dos, y extremas) que tiene son, o resignarse a que una banda juvenil recién llegada por las buenas del otro lado de la ¿frontera? se adueñe violenta e impunemente de su calle, o convertirse en un atocinado y rabioso “nazi”, que será el elemento que mayor repudio y repugnancia pueda producir, mucho mayor que los otros, merecedor de “todo el peso del Estado”. Llevan muchos años programando al personal así, es demostrable. Es la explicación de que aquel tiarrón policía del tranvía de Zaragoza dejase completamente inertes sus brazos cuando el tirillas magrebí al que llamaba al orden empezó a vapulearlo. Ni como policía, ni como hombre, ni siquiera como ser vivo, es comprensible una rendición instantánea, si no es por la explicación de la programación mental salvaje y ensañada que los patócratas han aplicado sobre nosotros, empezando por los propios policías. La imagen de ese policía entregado, capaz de dejarse reventar sin hacer ni amago de defensa es la imagen de en lo que han estado intentando convertir a los occidentales. Gente que se dejará literalmente destruir sin ninguna resistencia, pues mayor es el pánico a ser llamado nazi, del mismo modo que era preferible morir de cualquier cosa que no fuera covis. ¿Reconocen la plantilla de la que les hablaba el otro día?

Un elemento fijo de esa plantilla es el fabricar o aprovechar situaciones puntuales para convertirlas, con el contubernio político mediático perfectamente coordinado y engrasado, en una bomba aturdidora, a la que mientras la plebe se entretiene en discusiones bizantinas, o se acoquina por si el echenique de turno tuitea algo, bua bua bua, convertirá en el momento preciso y fugaz para implementar los cambios legales acelerados que necesitan –y esto es una buena señal, siguen necesitando que sus leyes dictatoriales queden por escrito y disfrazadas de buen fin consensuado-. Saben que tienen apenas tres días naturales para hacerlo, antes de que la masa olvide y vuelva a su ralentí domesticado previo, que aún no controlan al 100%.

Un pilar fundamental de la guerra, guerra literal en la que estamos inmersos, es el revoltijo demográfico, desestabilizador, descohesionador, colapsador, empobrecedor, generador de conflictos multifactoriales, y facilitador del libre movimiento de tropas y células. (“¡Conspiranoica!”. Sí, sí…). Este pilar fundamental estaba perdiendo terreno aceleradamente por la fuerza de la razón, las evidencias, y la labor de los “rompedores del trance”, en lo que la gente llama inadecuadamente “batalla cultural”. Lo que vemos es una ofensiva para intentar recuperar desesperadamente ese terreno.

Es imprescindible que la parte dura de pelar aprenda a distinguir y capear estas bombas aturdidoras, resistirlas y enfrentarlas. Es fundamental mantenerse centrado. No dejar, a estas alturas, que siembren ni una brizna de duda o desánimo en nuestras mentes. Saber que sabemos y sabremos distinguir eternamente entre un asesino despiadado salido de presidio y un hombre sencillo que se va a matar a currar para pagarle a su hijo la escuela de fútbol en la que sueña con ser el próximo Mbappé. Que la “injusticia social” como comodín infinito es un timo, y lo digo yo que me crie en una barriada de la que salió de todo.  Que el “progreso” sea eliminar fronteras es un engaño delirante (en Marruecos ni dejan bajar del avión a los de Bildu y Podemos). Que es una imposición de hechos consumados que sólo se está realizando sobre determinados territorios. Que nadie tenía ni tiene derecho a imponernos sus utopías oníricas, y obligarnos a pagarlas con sangre e impuestos. Que lo “humanitario” y el asilo es una atroz mentira en la inmensa mayoría de los casos. Que no somos el centro del mundo y otras civilizaciones tienen sus propios planes. Que seguimos con la convicción absoluta de que las patrias y el territorio son un fenómeno natural y las fronteras controladas una necesidad fundamental, lo que no convierte a nadie en “racista” ni “xenófobo”, sino en una persona que conserva un seso normal conectado con la realidad, el conocimiento y las leyes vigentes y las naturales universales.  Que una parásita millonaria en la tele, hipnotizadora de chichinabo, no va a lograr que veamos un niño desvalido, desnutrido y casi ahogado donde nuestros ojos ven a un tiarrón adulto atlético con una sonrisa de oreja a oreja. Etcétera, etcétera, etcétera. Tenemos la razón, la cordura, el contrato, y la inmunidad a su veneno. Sigan centrados.

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