domingo, noviembre 24, 2024
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Sor Begoña, monja de las llagas

Por Alfonso de la Vega

El esperpento borbónico filipino actual cada vez se asemeja más al famoso esperpento borbónico isabelino, con sus reyes invertidos de cornamentas portentosas, sus reinas ninfómanas insaciables, sus intrigas de alcoba, sus trapicheos y esa política palaciega convertida en oficio de celestinas. Desfalcos tras desfalcos, despotismo tras despotismo, cuernos tras cuernos, la dignidad nacional en almoneda barata vilmente sometida a la granjería extranjera. Se esconderían secretos de alto valor propios para chantajes de gran precio mientras los soldados del socialismo redentor acampados en ambas orillas robaban gallinas o lo que fuere valioso que pillaran al infeliz súbdito indefenso. Todo vale en esta etapa de transición hasta recibir la esperada buena nueva de la abdicación real una vez a salvo, puesto el heroico pie en el burladero del sustancioso y lujoso exilio. Sabemos que en un anterior precedente “Doña Isabel puso píes en polvorosa, tirando los trastos de reinar, porque el cristo revolucionario la sorprendió en lugar vecino a la frontera, donde tomaba los baños de mar tan saludables para el humor herpético.”

In illo tempore una figura feminista harto controvertida aunque de notable influencia hetero patriarcal se convertía en insólito centro de intrigas palaciegas, prodigio de tercerías, palanca para posibles futuros cambios o núcleo duro de la resistencia. Mujer ejemplar para ésta, nocivo esperpento hipócrita al que ningún vicio resulta ajeno para los otros. Considerada inmersa en una audaz conspiración para apuntalar la carcundia cleptocrática del pertinaz socialismo liberticida, entonces la carlistada antiliberal del Pretendiente, sufrió persecución de magistrados casi suicidas en su heroísmo patriótico de mantener el arrumbado prestigio judicial contra viento y marea dinástica.

Pero también existen importantes diferencias. Sor Patrocinio era hija de un liberal de poca fortuna y se educó en un convento pese a la resistencia inicial de su madre viuda, mientas que la Begoña era hija de un rico empresario de la prostitución y veló armas de iniciación bien acompañada. Don Joaquín fue su primer director espiritual; don Pedro, el de la otra.

Cierta vez se le apareció la Virgen para entregarle una imagen con los títulos acaso proféticos de “Olvido, Triunfo y Misericordias”.  Por orden de Su Majestad la seráfica monja editó una obra piadosa de ejercicio mensual y semejantes conceptos. A la Begoña no se le ha aparecido nadie pero se hizo con una aplicación universitaria para rentabilizarla colocándola a sus clientes. 

La opinión estaba dividida. Para unos, la sor milagrera era una mártir de la Causa, para otros una intrigante golfa y mentirosa sin escrúpulos. Sor Patrocinio se atrincheró en un convento para intentar burlar a la Justicia, Begoña se jacta de su poder y se rodea de legiones de fornidos hombres de estaca mientras los excelentísimos ministros de Su Majestad se dedican en horda o cobarde jauría a acosar al honrado juez. Pero por humilde pudor la sor apenas quiere mostrar el sufrimiento de las llagas a sus partidarios.

Según sus detractores ambas sorores demostraron gran capacidad para el hipócrita trapicheo, y disponían de sus fanáticos seguidores, gozaban del beneplácito de la pertinaz degradada Monarquía. Sor Patrocinio mostraba sus llagas fingidas a sus leales y la pobre Begoña que al parecer ignoraba lo que significa «patrocinio» ni menos «patrocinar» presume ante sus fieles más obtusos o fanáticos de su martirio judicial de mentirijillas a causa de un florido ramillete de delitos presuntos.

Como nos explicaba el gran Valle: “La conjura apostólica zozobraba y con ella otros piadosos ardides de la monja…por mediación de la seráfica madrina hubo secretas entrevistas- lágrimas y besuqueo, promesas y mieles, fallidos propósitos de remediarle con dineros…volvía desilusionado, temeroso….en Roma le esperaban los usureros…

Nada que ver desde luego lo de Roma con los piadosos trapicheos de la caritativa señora “presidenta” para remediar con dineros a sus empresarios de la camarilla y toda la abigarrada tropa de tramposos empresarios de fortuna, jaques, hampones, matones y gentes del bronce esforzados protagonistas del filantrópico socialismo redentor.

Con socialista disimulo y piadosa congoja las plañideras bien cebadas se lamentan de los amargos tragos por los que quieren hacer pasar a la señora enmucetada por cómplice rector complaciente con flema burlona y devota cadencia de gaudeamus igitur

Como entre la alta servidumbre palaciega contaba el moderantismo muchos parciales, a tapacandiles movieron una intriga de alcoba para recobrar la perdida influencia sobre el ánimo veleidoso y vacilante de Su Majestad. Pero, ya dijimos, la conjura zozobraba por culpa de quienes se resistían a pasar por el aro. En octubre de 1830, Sor Patrocinio desapareció de su celda del convento y horas después apareció en el tejado: la monja lo explicó porque había sido trasladada allí por el diablo. Por el contrario, la pobre Begoña tuvo que ir al juzgado sin ayuda diabólica que la trasportara por los aires cual Sor Patrocinio o diablo cojuelo o pegasus si conviene mentarlo, en descomunal comitiva a ras de tierra rodeada de mandarines subalternos, becarios, escribanos, golillas, legos y hombres de estaca. La seráfica esposa y madre sonreía con almíbar de santa feminista madame y ante su señoría alegaba ser algo más bien lerda y no saber nada de nada. Sor Begoña muy modosita ante el juez ingrato había cruzado las manos sobre su colo y se compungía con aviesa mansedumbre, alargaba los rincones de la monumental boca, sinuosa de disimulos y alambicada sonrisa plena de resabios muy ensayados por entrenador personal, «coaching» o como diablos quiera que se diga ahora en pichilinguis o perniciosa lengua de piratas, usureros y vendedores de telas invisibles. 

Aunque con otras formas o pretextos la historia se repite: el eterno retorno, con casi los mismos protagonistas disfrazados de uno u otro modo.  Sólo hay algo que aquí desgraciadamente nunca cambia ni siquiera en apariencia: Los Borbones y su esperpéntica Corte de los milagros.

NOTA: Ilustraciones de época por Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer 

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