sábado, julio 27, 2024
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Los consejos er0t1c0s de Letizia a su hija, y 2

Por Alfonso de la Vega

En la anterior entrega glosaba los supuestos consejos eróticos de Leticia a su hija doña Leonor, según se ha publicado. La libertad de pensamiento y de expresión se refugia en internet huyendo de la censura de los “media” controlados por el Poder. Así resulta muy conveniente rescatar textos de nuestra picaresca. Literatura costumbrista que constituye una de nuestras grandes aportaciones a la Cultura universal.

El tema es de gran actualidad. Y es que si hay algo permanente en estos antes católicos y ahora socialistas reinos a lo largo de los siglos y diversas circunstancias históricas es el puterío, la hipocresía, la idiocia e irresponsabilidad de los reyes. La venalidad y estulticia de nuestros más encumbrados próceres, la ignorancia de nuestros enmucetados. La doble moral. La religión o la política como tapaderas ideológicas del crimen, la dominación y el saqueo de los súbditos. La escandalosa corrupción de costumbres, en las que el pueblo llano, si podía, imitaba las fechorías y desenfreno de sus píos próceres.

Durante el reinado de Sus Católicas Majestades don Felipe III y don Felipe IV era práctica común buscar cornudos consentidores que avalasen con su presencia las actividades non sanctas de sus esposas nominales.

Según Pyñeiro, citado por Deleito y Piñuela que es la fuente principal de esta noticia, se hacían escrituras públicas ante notario de venta de la honra de las doncellas. Quizás remedo de las cartas de mancebía tan comunes en la Edad Media, en Valladolid se celebraban escrituras públicas ante notario o escribano de mujeres que vendían su honor, real o hipotético, por sí o por medio de su madre, a un caballero acaudalado. “Una desposada por poder, tenía prometida a tres la segunda visita, que a todos traía engañados. En la ausencia del novio, fingió irle a ver, y escribió una de estas escrituras para ayuda de la dote, y como a la vuelta había de ver al contratante, hizo tres tratos, y, por ser amigos, los cumplió en la misma tarde y noche con los tres, para no descubrir el engaño antes de cobrar el salario”.

Pero se guardaban ciertas formas como corresponde a gente cristiana y piadosa. Así, fue muy criticado el caso un tal Joseph del Castillo que vivía a expensas de su devota consorte a la que dio de puñaladas por negarse a prostituirse durante el tiempo de Cuaresma.

Quevedo propugnaba que igual que hay judería haya también cornudería, aunque intuye que no va a poder habilitarse sitio para todos. Y razona en su Carta de un cornudo a otro: “dicho usted que es cornudo sólo en ese lugar, donde es fuerza que todos acudan, y no aquí que nos quitamos la ganancia los unos a los otros. ¿Cómo piensa que está recibido esto de cornudar? Pues ya se hace inquisición para casarse uno, que después de darle el dote se obliga a hacelle cornudo dentro de tanto tiempo, y el marido escoge el género de gente con quien mejor le está, extranjeros, seglares o eclesiásticos…antes cuando en una provincia había dos cornudos se hundía el mundo. Y ahora, señor, no hay hombre bajo que no se meta a cornudo.” Ni bajo ni tampoco alto, al parecer de ciertas actuales crónicas reales.

Pero es Salas y Barbadillo quien explica mejor el asunto en su novela dialogada o comedia en prosa titulada El sagaz Estacio, marido examinado. Para poder ejercer su oficio sin zozobra las damas cortesanas buscaban un marido que no lo fuera sino de apariencia. Pero el matrimonio, si necesario, no dejaba de ser un remedio peligroso si al marido le daba el capricho de ejercer verdaderamente como tal. De ahí que se hiciera un examen de aptitud y actitud al aspirante a marido cornudo antes de desposarse. No parece que el proceso fuera tan erudito como el indicado por don Juan Huarte de San Juan en su famoso Examen de ingenios, primer tratado de selección de personal conocido en Occidente, pero se miraba bien por el futuro formalmente en común.

En la obra de Salas, su protagonista una tal Marcella consulta con su amante el noble don Pedro y con sus criados de mayor confianza qué candidato debe ser elegido entre los muchos presentados para obtener el ambicionado puesto de marido cornudo consentidor. Un tal Estacio resulta seleccionado una vez que consigue demostrar sus conocimientos y experiencia afín para el mejor desempeño del cargo. Luego, el tal Estacio le saldría un poco rana a Marcella y su amante don Pedro al ir por libre.

De vez en cuando Su Majestad Católica don Felipe IV, que llegaría a engendrar docenas de bastardos todos sanos salvo su heredero legítimo, el tarado de Carlos II El Hechizado, se preocupaba administrativamente a veces y un poco tartufamente por la salud espiritual de sus súbditos: “las mancebías sólo sirven de profanación, de abominaciones, escándalos e inquietudes y de traer divertida mucha gente infamemente: y porque no es justo dar lugar a esto en una república tan cristiana… Su Divina Majestad se irrita y ofende con ellos.”  Sin embargo, los clérigos más sensatos, sinceros y bien informados se oponían al cierre de las mancebías por considerarlas con muy prácticas y atinadas razones un mal menor.

Esta polémica también se da entre las hordas político gubernamentales de hoy. Las feministas subvencionadas quieren dejar sin trabajo a las profesionales y sin cimentación uno de los pilares de la corrupción. Todas estas nobles aventuras de nuestra sin par picaresca no se limitan al ejercicio de tan pías y católicas costumbres eróticas, ahora socialistas gracias a la posmoderniad, sino que también tienen su trasfondo, su ser político.

A nivel personal ya casi nada es como parece. A nivel institucional de la Monarquía aún lo es menos Desde tal punto de vista, la beatificada Transición, y sus principales actores, al cabo vendrían a representar la búsqueda del Estacio correspondiente que haga de buen tono y consienta la prostitución libre de riesgos y sobresaltos de nuestras piadosas oligarquías coronadas. Un Estacio que ponga la respetabilidad, la legitimidad democrática progresista, la cara y los cuernos para que la oligarquía nos siga explotando mientras se divierte.

De modo que con menor o mayor fortuna y capacidad de disimulo se ha ido desempeñando este cargo de Estacio. Pero la astuta Marcella no le consintió a ninguno que fuera honrado y no se prestara al conchabamiento eliminando rápidamente a quien tal intolerable decencia pretendiera. Sin embargo, al último Estacio, se le está empezando a desmontar el disfraz o papel de marido fingido. Dudo que en la ignorancia oceánica de Su Excelencia el doctor falsario exista algún hueco para conocer de los Estacios de nuestro Siglo de Oro. Pero entender de Estacios seguro que entiende, bien por la discreta escuela de su suegro, bien por las enseñanzas del pertinaz monipodio socialista, bien por sus propias querencias, mañas y habilidades. Ignoro el final de la farsa. 

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