sábado, julio 27, 2024
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Las lumbreras de la primavera

La izquierda saca sus bellos frutos y flores porque su intención es demostrarnos la belleza de sus pétalos y sus dulces frutos, tanto que acaban por provocar una diabetes hasta en el cerebro. La que presagia el paso a la primavera ha tomado la forma de Íñigo Errejón, en el perfume suave de sus declaraciones sobre la libertad y los derechos, todo muy sostenible como el bello jardín en el que se inspiran para decirnos qué planes tienen sobre el planeta y, claro está, nosotros, ignorantes que no entendemos ni su infinito amor ni dedicación por la humanidad.

El secretario general de Más Madrid nos ha dicho que es necesario reestructurar el concepto de la libertad que tenemos pues resulta ya obsoleto y los partidos, sobre todo los de extrema izquierda apuestan por un cambio revolucionario. Desde sus inicios todo ha sido cambio, imposición del comunismo, fusilamiento de la familia Romanov, órdago de Hugo Chávez para crear la Venezuela perfecta (donde ahora se mueren de hambre), sueño obsesivo de Fidel Castro y la imposición de una dictadura en Cuba que tiene a los ciudadanos tan hasta los cojones que se han acabado metiendo en la sede el Partido Comunista en la Habana o la lucha mesiánica de Mao Tse Tung hasta hacer de China el paraíso de la tortura, de las condenas a muerte, del control social y sus puntos, de las cámaras biométricas que te vigilan desde que asomas la nariz a la calle y de la falta de derechos, así como violaciones de derechos humanos como el robo de órganos a los delincuentes políticos o el asesinato a los que forman grupos de meditación. Éstos son los sujetos que inspiran a Íñigo Errejón, auténticos delfines de los más odiosos dictadores, ahora en las filas de la política española.  Nada bueno se puede esperar de estos especímenes, salvo hambre, control y miseria, salvo para ellos, claro.

Regresando a sus declaraciones pomposas y bien facinerosas, explica como la libertad ha de ser reprograma para que no sea incompatible con los derechos. Estos sujetos están tan obsesionados con la igualdad que creen que es injusto que alguien no tenga lo que otro tiene y desea, a modo de liberar la frustración de la envidia que produce que otros tengan éxito, mientras uno se jode. En un cuento tan infantil como psicótico, creen que todos han de tener lo que desean y el Estado ha de facilitar el mecanismo para que la desigualdad no sea una realidad, sino un testimonio de viejos tiempos en los que gobernaban los antiguos bárbaros. Y, como nos dicen que son tan modernos, hay que arrasar con todo, para lo cual lo mejor son sus leyes, sus normas autoritarias como las de sus maestros fascistas.

La libertad no es incompatible con la igualdad, nos cuentan, razón por la que aquellos grupos que sean minoritarios y estén en posición de dificultad han de ser protegidos porque el resto de la sociedad está en su contra. Los pobres no tienen capacidad de defensa, sus derechos son pisoteados por el patriarcado, el cruel machismo que ha reinado el mundo desde hace milenios, por el capitalismo que ha impuesto el principio de que el trabajo es el medio para conseguir el éxito, lo cual implica mucho, pero que mucho esfuerzo y, por todo ello, el Estado tiene que castigar a quién osa ponerse en contra de estos grupos tan indefensos: gays, trans, queer, drack Queens, intersexuales y mujeres, todos ellos sin derechos, a no ser que sean considerados odiosos por toda la sociedad, en cuyo caso es la misma gente la que les recuerda la crueldad del pasado y el futuro, en un bellísimo jardín inimaginable, en el que todos tienen derecho a disfrutar del placer de la vida porque el Estado les permite gozar y, ay de aquél que impide que eso suceda o sugiera o critique tanto morbo sin control…

Íñigo Errejón nos dice, para no hacerlo muy largo, que la libertad ha de ser impuesta por el Estado porque nadie tiene derecho a privarte de ella, salvo el gobierno, el cual, siempre pensando en el bien común, decide quién tiene derechos y quién no. A este paso habría que poner a Pedro Sánchez en las estampitas, como a los santos de la religión católica, para que la gente salga llevando su foto en la cartera, para que no abandone al ciudadano que teme que el otro le prive de su libertad. El Estado, protegido por el principio de infabilidad papal, que ahora es presidencial y de sus señorías, es tan sabio que lo que decida va al BOE, que es como si fuese al cielo.

Es el paraíso perfecto pues no hay que pensar ya en lo que conviene o no, simplemente dejamos que sean los dioses los que decidan por nosotros, como hacían en Mesopotamia los reyes y emperadores, porque todo, finalmente, es voluntad de los dioses, es decir, de ellos.

Para que ello sea posible, el único esfuerzo necesario es la obediencia ciega, la fe ciega en Pedro Sánchez y sus secuaces. El único conocimiento suficiente es conocer el significado de las palabras “sí, mi amo”. Ellos, a modo de la Santa Inquisición, nos dicen los modos y costumbres que hay que seguir en la postmodernidad y en la postverdad, la nueva versión cibernética de la realidad todo es tan simple que nadie ha de preocuparse por lo que suceda, y sólo se requiere una inteligencia emocional de dos años y las complicadas teorías de los manuales de las ciencias son para los sesudos que piensan por ellos, que de tanto delirio no se sabe si ya han caído en una gravísima enfermedad mental.

Por lo tanto, para qué vamos a trabajar, vamos a luchar por los sueños, vamos a sacrificarnos como lo hicieron nuestros padres que lograron que tuviéramos este mundo con el sudor de su frente durante años y años de trabajo. Claro, eso es de esclavos, lo cual forma parte de sus experiencias cuando comparan lo que les cuesta conseguir lo que desean: simplemente les regalan sus cerebros a los Rothschild en el Foro de Davos  o en el Club Bilderberg a cambio de unos cuantos millones que seguirán recibiendo por sus servicios porque “cuando el demonio es generoso es la leche”.

De este modo, si usted es autónomo, trabaja por cuenta a ajena o simplemente vive al filo de la navaja, cubriendo los gastos a las justas, es considerado un espécimen de otra época, no apto para los tiempos que nos vienen y que Errejón, como buen brujo, ve en su bola de cristal. Del mismo modo que los hijos aprenden que pueden denunciar a sus padres por maltrato psicológico  y emocional si algo no les gusta o les afecta, del mismo modo que los gays y el resto de los miembros del colectivo LGTBIQ+ están amparados y tienen preferencias para puestos de trabajo (no digamos ya en la televisión y los programas de cotilleo), del mismo modo que las mujeres denuncian a los hombres para evitar la custodia compartida por falsos hechos de malos tratos y de cosas mucho peores, sin que les pase nada por esa acción delictiva, ellos, que se creen muy sabios, quieren crear un régimen social basado en el fascismo de calle, de quién se cree con el derecho de joderte la vida porque es lo que desea, por el mero hecho  de ser de un grupo vulnerable. Da igual que sea una persona honesta, un sinvergüenza, un delincuente, un corrupto o un fugitivo de la justicia como Puigdemont. Todos ellos están por encima del bien y del mal, como escribió una vez Nietzsche, aunque a éste le costó mucho tiempo escribir su reflexión, claro está; a los de ahora simplemente con ir al juzgado y decir una mentira, punto y final; la justicia los cree y se invierte la prueba de carga y la presunción de inocencia.

 Éste es el concepto de libertad que propone Errejón. Libertad es hacer lo que quiero porque me sale de donde me sale y el resto ha de callarse, obedecerme y temerme porque soy vulnerable y, por el mero hecho de ser quien el Estado dice que soy, ya tengo el derecho, sin que tenga que hacer nada. ¿Será por eso que la izquierda va llenando sus filas de personas cada vez más descerebradas y, diría yo, desequilibradas y peligrosas para los demás?

Hoy comienza la primavera y ellos siguen en el jardín pensando qué será mejor para los que no entendemos que son genios de la lámpara maravillosa. Oh Dios, qué incomprendidos se sienten, mientras se emborrachan y drogan oliendo a los lejanos y exóticos pétalos.

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