Artículo de Alfonso de la Vega
Repsol está anunciando a bombo y platillo lo que llaman biocombustibles de segunda generación o carburantes renovables.
Cabe recordar que Repsol era una simple marca de aceites lubricantes de automoción antes de convertirse en empoderada empresa aglutinadora y explotadora de los despojos del sector público en el área de Petróleos tras el devastador paso del socialismo. Hoy dominada por BlackRock, el fondo soberano de Qatar o banca extranjera, entre otros.
Durante la dictadura de Primo de Rivera don José Calvo Sotelo había creado el Monopolio de Petróleos, organismo adscrito a Hacienda. La medida provocó el chantaje anglojudío y la visita amenazante a Calvo Sotelo y a Primo de Rivera de autoridades inglesas así como del presidente del grupo Shueel, con el fin de conseguir que el gobierno español diese marcha atrás en su resolución. Al no conseguirlo amenazó con un embargo de petróleo que dejaría España sin suministros en uno o dos años, amenaza que pudo eludirse gracias a los acuerdos que Primo de Rivera firmase con la Unión Soviética, en un precedente de ejercicio de soberanía que no debiera caer en saco roto. El propósito de Calvo Sotelo no era únicamente la creación de un monopolio mediante el que el Estado obtuviese los beneficios de la distribución de combustible en vez de los monopolios extranjeros, sino que sus objetivos eran más ambiciosos considerando que la CAMPSA debía acometer otras actividades, como la adquisición de yacimientos petrolíferos, la construcción de una flota de petroleros, la puesta en marcha de refinerías… etc. El sabotaje de nuestros «queridos amigos» anglojudíos terminaría debilitando el Régimen, que caería en 1930. Calvo Sotelo sería vilmente asesinado por los pistoleros del socialista Prieto en julio de 1936.
Quizás al lector actual acostumbrado a que hoy los políticos no vean más allá de sus narices o de su cartera le sorprenderá la lucidez visionaria de Calvo Sotelo puesto que entre los objetivos fundacionales del Monopolio también se encontraban el estudio y aprovechamiento de lo que hoy se conoce como biocombustibles. A finales de los setenta la antigua CAMPSA dispuso de un Departamento de Desarrollo para, entre otros proyectos, la investigación del uso de combustibles derivados de las biomasas, bajo la dirección del ingeniero don Antonio Rubio. Entre sus conclusiones básicas de carácter técnico podemos destacar la problemática logística para concentrar una energía que es de suyo tan difusa como la de la fotosíntesis.
La agronomía moderna requiere el empleo de combustibles fósiles para sus producciones que ya no se basan únicamente en el aprovechamiento de la fotosíntesis y de los ecosistemas naturales no manipulados por el hombre. Cuando se realizan los balances energéticos respectivos, además de los medidos en las habituales unidades monetarias, se puede comprobar como muchos de los productos obtenidos presentan un contenido energético neto próximo a cero, e incluso negativo, en función de recursos, procesos de obtención y especialmente de los aspectos logísticos, empleados.
Normalmente el lector no especialista suele desconocer que la agricultura industrializada, el modelo agrario y de consumo alimentario de los países occidentalizados plantea una importante presión sobre los recursos energéticos fósiles a nivel mundial. En el momento presente el sistema agroalimentario occidental se ha convertido en un proceso industrial más, que demanda más energía que la que devuelve al sistema en forma de alimentos. Cuestión que debe tenerse en cuenta muy especialmente ahora que los superpoblados países orientales emergentes están contribuyendo a aumentar la demanda mundial de energía fósil. Además, por cuestiones pseudo ecologistas que encubren intereses bastardos, se cae en el espejismo energético de aumentar la oferta de energía promoviendo la producción de biomasas de lo que se ha venido en llamar de primera generación, escondiendo que gran número de cultivos de los sistemas agrícolas occidentales tienen rendimientos energéticos casi negativos. Es decir, que su producción requiere inputs energéticos iguales e incluso mayores según los casos, que su valor expresado en unidades energéticas. De modo que la generación de, por ejemplo, alcoholes, salvo en procesos de fermentación de gran especificidad enzima sustrato, o bien se reemplee energía térmica de cogeneración, suelen ser procesos endotérmicos, consumidores más que generadores de excedentes de energía útil.
Para colmo, estos procesos que “funcionan” porque están subvencionados no por su rendimiento propiamente energético o termodinámico, tal como hoy están planteados drenan alimentos susceptibles de su consumo humano directo como cereales y soja. Trastornan los mercados internacionales de alimentos lo que resulta una cuestión especialmente dramática para las clases sociales más pobres de muchos países que ven como además del competidor clásico, la ganadería intensiva, ahora tienen otro competidor los coches de Occidente que funcionan con biocombustibles.
Por lo que se refiere a la dieta por desgracia no podemos sustraernos a la influencia de la potente industria agroalimentaria que condiciona nuestros hábitos y nuestras relaciones sociales y económicas, sin olvidar los impactos ambientales asociados a la agricultura y ganadería intensivas. No sin un cierto voluntarismo, unos hablaban de recuperar la “dieta mediterránea”. Otros proponen como remedio la recuperación de la llamada “dieta atlántica”, o tradicional del Norte de la zona litoral, en la que el pescado tiene un componente fundamental. Los globalistas actuales de la agenda 2030, empeñados en provocar hambrunas inducidas y en destruir el sector primario, proponen el empleo de insectos o carne de «plástico».
En el caso de toda España se ha venido sustituyendo en exceso la proteína de origen vegetal en la dieta por otra de origen animal, y, además, de animales monogástricos, aves, porcino, alimentados con piensos compuestos, (grano, soja, etcétera), alimentación ésta que también se emplea para los rumiantes, obviando la capacidad de utilización, gracias a la peculiaridad de su sistema digestivo, de los recursos pascícolas que se hallan crecientemente infrautilizados. La Mesta y la ganadería trashumante no eran un capricho. La proteína vegetal sustituida era la aportada antes por las leguminosas de consumo humano, magníficos elementos de nuestra dieta y cocina tradicionales, extraordinarios pilares de nuestra gastronomía tradicional: garbanzos, judías, lentejas, habas, guisantes… Tal sustitución es provocada tanto por razones de consumo: comida rápida o basura, modas, neomarxismo cultural con sus cambios sociales inducidos de provisionalidad, indigencia contra la tradición, disgregación familiar, etcétera, cuanto por razones técnicas productivas, dificultades de mecanización de la recolección, empresariales, falta de personal, disminución del valor añadido (y de la energía empleada) para las grandes transnacionales. El resultado es lamentable tanto para la salud de las gentes como de nuestros suelos, puesto que, asociados a las leguminosas, existen unos microorganismos capaces de fijar el nitrógeno atmosférico, es decir de abonar de modo natural nuestros campos, con el consiguiente ahorro energético. La pérdida de biodiversidad, o el aumento de matorral y entropía también se asocia a estas cuestiones.
Pero el despilfarro energético en el sistema agroalimentario occidental no acaba en el descenso de la producción de leguminosas para el consumo humano. Según los diferentes animales y modos de producción, la obtención de una unidad de proteína animal requiere el empleo de no menos de siete de origen vegetal. El drama es mayor cuando parte de esta proteína no procede de recursos pascícolas sino de grano, de modo que el ganado alimentado de tal modo, aunque fuera rumiante y por tanto pudiere aprovechar los pastos a diente o por sistemas parecidos a los tradicionales, está quitando alimentos directamente válidos para la alimentación humana. Para colmo, la moda de los biocombustibles supone añadir otro competidor, los motores de explosión, actualización mayor que la correspondería antes a los animales empleados para tracción mecánica. Y esto, además, en una situación esquizofrénica en que se fomenta la desertización de las tierras sin habitantes ni ganados y a la vez la producción de ganado sin tierras.
Todo esto no es ninguna digresión de la problemática de la que nos hemos hecho eco al principio del texto.
Los biocombustibles de segunda generación, a diferencia de los de primera, se fabrican, dicen, a partir de residuos sólidos urbanos y agrícolas, así como de biomasa de naturaleza leñosa. Si se compaginasen con un mejor cuidado del monte y del control del sotobosque hoy tan descuidados en España, tendrían un efecto positivo sobre la prevención de incendios. Se supone que tienen menos impacto ambiental en lo que se refiere a las dietas aunque esto dependería de, por ejemplo, hasta que punto interfiere en los terrenos aprovechables para la ganadería extensiva. Cuestiones que es preciso analizar en cada caso.
Sin embargo, de acuerdo con la documentación publicada existente, aunque no se entrase en competencia con la alimentación humana la grave problemática logística ya detectada en las investigaciones citadas del Departamento de Desarrollo de CAMPSA sigue siendo vigente.
Pedimos disculpas al equipo del Diestro,por qué al comentar tantos datos,resultamos pesados…es por qué no sabemos sintetizar mejor tantísima información.
Será el hidrógeno una posible solución?.
Saludos.