sábado, julio 27, 2024
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El bestiario del NOM: Del simpático pangolín a la rana come insectos

Por Pascual Uceda Piqueras: Filólogo, especialista en Cervantes y escritor

Los bestiarios eran colecciones de fábulas sobre animales muy comunes en la literatura medieval, sobre todo entre los siglos XIV y XV. Pero las más conocidas no son las de este período, sino otras mucho más antiguas. Recuerdo en especial una de Esopo (s. VII a. C.), la de La cigarra y la hormiga, que viene a cuento sobre el tema entomológico que nos ocupa.

Se nos permitirá modificar el argumento y adaptarlo a nuestros intereses, pues en esta nueva versión de la fábula de Esopo que les proponemos, ni la hormiga ni la cigarra salen bien paradas. Ni siquiera hallaremos aquí una brizna de moraleja, pues ambos insectos acabarán devorados, sin advertirlo, por una torticera rana que gobierna sobre la charca.

Pero antes de hablar sobre este oscuro batracio que habita en las cenagosas cloacas del Poder, es obligación recordar aquella otra fábula del pangolín y el murciélago, extraída de nuestro bestiario particular más reciente. Porque nos estamos refiriendo ahora a una Bestia con mayúsculas: aquella que devoró a nuestros ancianos entre engaños, coacciones y promesas de larga vida, saltando de charca en charca, de continente en continente, animada por un insaciable apetito de sangre como jamás se vio.

Sí, porque casi todo el mundo se tragó esa fábula, ese cuento chino, y cuando las cosas se fueron poniendo mal para la Bestia y de entre las aguas cenagosas empezó a asomar su cresta escamosa –o el plumero, que tanto monta—, esas mismas tragaderas ahora se afanaban en desmentir que fueron víctimas del engaño, aduciendo que “estaba claro que el virus que provocaba la enfermedad de la COVID-19 no procedía de ningún animal”.

Evitemos, entonces, volver a pasar por el mismo proceso. Abramos los ojos y aprendamos algo de aquella siniestra fábula chinesca.

El caso es que la ponzoñosa ranita de marras aparece por doquier en lotes y lotes de productos alimenticios y nadie sabe ¡qué carajo! pinta el puñetero batracio en nuestras casas. Sí, porque ya se ha colado en nuestras casas. Como hizo aquel supuesto virus y sus consiguientes kakunas: cerco inescapable que, todo en uno, primero se presentó con aspecto de problema y luego de solución.

La cuestión que se suscita es que bajo el logo de la rana se halla la dieta del batracio. A saber: los insectos que hayan de surtir de proteínas a una humanidad que pronto se quedará sin suministro de carnes ni productos derivados de los animales que nos han acompañado desde la noche de los tiempos. Incluso también se especula que, tras el sello animaloide, se encuentre algún tipo de tratamiento transgénico que supla a la fallida consolidación de las pasadas campañas de inoculación de la COVID-19.

Los mentideros oficiales se han apresurado a desinformar, formando opiniones en contra que deforman la realidad informando de las bondades de la ranita y de sus principales formantes; entre los que asoma la cresta un oscuro personaje que anda saltando entre todas las ciénagas: Bill Gates, a la sazón, accionista que fue de la empresa ¿sin ánimo de lucro? –así se vende— Rainforest Alliance (la rana) y principal mecenas que contribuyó en 2007 con una subvención de más de cinco millones de dólares.

“Cucú, cantaba la rana…”.

Al parecer, la empresita de marras – ¿o deberíamos decir de ranas?— se promociona una vez más enarbolando la bandera del amor fraterno y desmedido al género humano; es decir, la forma habitual de encubrimiento de sus satánicas intenciones que tan buenos resultados ha dado a lo largo de la historia. Según reza –al revés, obvio— su página Web, sus objetivos serían “proteger los bosques y la biodiversidad, tomar acciones sobre el clima, promover los derechos y mejorar los medios de vida de la población rural”. Y, en cuanto al sello que figura en los productos de alimentación, significa que el producto “fue elaborado utilizando métodos que apoyan los tres pilares de la sostenibilidad: social, económico y ambiental –  ¡y todo ello sin cobrar un pavo, encomiable, por no decir desternillante! –. En teoría, nada dice sobre la existencia de harina de insectos en sus componentes.

“Cucú, debajo del agua…”.

¿En verdad que ustedes se la jugarían con esas galletas de chocolate de dudosa procedencia? ¿No les recuerda esto a ese otro cuento de los hermanos Grimm, Hansel y Gretel (La casita de chocolate)?

¡Salvemos los muebles! Aún estamos a tiempo de salir del pantano de la Agenda 2030. Miren las etiquetas y desconfíen de aquellos productos que no les infundan confianza. Recuerden la cara amable de nuestros verdugos y piensen que en sus invocaciones/imprecaciones figura la de dirigirnos mansamente y con mentiras a los corrales (ciudades), donde dispondrán de nosotros a su antojo.Nos tienen miedo. Por eso nos tratan con engaño y disimulo. Cuenten con ello.

“Cucú, y se echó a llorar”.

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1 COMENTARIO

  1. Del cuento chino de un virus asesino que salió de un pangolín, de un murciélago y de un laboratorio pero de ingeniería social pasamos a la farsa climática pero ya nos están diciendo que vuelve el cuento chino y que van a volver a imponer el uso obligatorio del bozal de esclavo y que nos van a volver a encerrar y lo peor es que las masas lo van a volver a aceptar y a alas 8 de la tarde van a salir a aplaudir a sus carceleros y verdugos, poco queda con quien hablar en esta sociedad que a entregado el alma a Satanás sin luchar.

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