Artículo de Alfonso de la Vega
Vuelve el Carnaval dentro del ciclo anual de la vida. Propio de una época espiritual y social lejana en la que las cosas respetables jamás se confundían con las mascaradas cuando ahora todo está asaz revuelto. Con la Ilustración algunos ilusos fracasados pretendieron hacer la historia lineal en vez de cíclica. Una promesa de progreso o realización histórica del universo de los valores. Pero de esas nobles ilusiones en el siglo XXI apenas quedan sino cenizas en esta insólita etapa de despotismo sin ilustrar. Como en otras anteriores crisis de civilizaciones la entropía ya no está extramuros del sistema sino dentro del mismo.
Nada es lo que parece. Las instituciones son máscaras que ocultan su verdadera naturaleza. Bandidos y putas se disfrazan con ropones, golillas, túnicas y ropajes antes reservados a los más altos y nobles magistrados. Unos se burlan y ríen, otros se arruinan o mueren, los más son ofendidos y humillados.
Vivimos una mohatra omnímoda y omnipresente donde todo encubre la verdad. Y donde la decadencia cultural, social o económica que nos devora se intenta tapar a base de circo y festejos subvencionados, al gusto mostrenco y embrutecedor cuando no soez y barriobajero de sus encanallados promotores, mientras vocacionales próceres y autoridades dinásticas le hacen una chirla para aligerar su menguante faldriquera al desavisado público. Sobre todo en esa especie en grave peligro de extinción que es la amenazada clase media.
El Poder verdadero renuncia a sus símbolos de dominación patente o externa. Apenas son máscaras o meros disfraces los de ministros, conselleiros, alcaldes, presidentes y todo su infinito y voraz séquito de concejales, asesores, zorras empoderadas y directivos varios. En el fondo mandan poco sobre el devenir último de la historia y se consuelan peleándose por arrebañar presupuestos menguantes tras descontar los monstruosos intereses de la deuda. Y es que el Poder que manda de verdad, la plutocracia, se manifiesta de modo más sutil, disimulado, mediante la anónima tiranía del dinero más o menos falso. Es decir, producto del ahorro o de una riqueza real o bien. O, en mayor abundancia, inventado mediante encaje bancario o titularización, nuevo nombre tecnocrático de la antigua e inmortal mohatra propia de nuestra picaresca. El Poder real mira el espectáculo desde balcones y azoteas, lejos de apreturas o latigazos de “cigarrons”.
Desde el punto de vista histórico, sabemos que el Carnaval procede de ciertas antiguas celebraciones del paganismo grecorromano y luego, con el Cristianismo, constituye una festiva válvula de control de la presión social puesta al servicio de la permanencia del Orden. Pero gran paradoja del momento presente es que las estructuras de poder visibles, y democráticas en apariencia, resultan señuelos de distracción de la gente acerca de dónde está verdaderamente ese poder. En las elecciones “democráticas” se cambian los equipos de ventas, siempre dispuestos a “crear valor para el accionista”. Ni directivos importantes, ni consejos de administración, ni menos los dueños del tinglado.
Conviene recordar que una modalidad habitual en el Carnaval es la de hacer responsable de todos los males a un “chivo expiatorio” al que se persigue, golpea o quema en efigie. Rito hebreo que suponía una mejora sobre la de los sacrificios humanos de igual servicio. En el Tibet lamaísta también existía un rito antropológico similar. Cada año un hombre al que llamaban Lud Kong Kyi gyalpo que puede traducirse por el “rey de los rescates”, era cargado mediante un rito especial, se le llenaba de imprecaciones con todas las iniquidades del soberano y de sus súbditos y luego arrojado a las arenas del desierto. Previo a ser expulsado el gyalpo al arenal se celebra otro ritual. Jugar a los dados con un lama que ha de ganarle para poder echarle. Los dados están trucados y el lama representante del Poder más pronto o más tarde siempre gana. Por supuesto todo parecido con nuestra realidad posmoderna es mera coincidencia.
Ahora el chivo expiatorio expuesto al furor popular es la extrema derecha, los conspiranoicos, y desde luego, por supuesto, el malvado Putin, socorrido perejil de todas las salsas para el estupidizado consumidor de bulos gubernamentales.
Cabe preguntarse, ¿Qué sentido simbólico y social tiene hoy celebrar el Carnaval?
Para variar o diferenciarse del resto del año, el Entroido debería ser una fiesta seria, solemne y majestuosa, plena de valores estéticos, en la que brillara la jerarquía de los valores metafísicos. La Justicia, la Belleza, el Bien, la Verdad, el Amor… En la que los gobernantes hicieran honor a la alta responsabilidad a ellos confiada aunque no la merezcan y ejercieran de auténticos reyes saturnalicios. De modo que en nombre propio y de sus supuestos representados persiguieran como los “cigarrons” de Verín, pero disfrazados con auténticos atuendos de autoridad, a los plutócratas sin faz ni corazón, a los dueños del universo.
¿Pero cómo representarlos? El dinero es un enemigo invisible. Ya no es el excremento del diablo como sostenía Papini. Tampoco el fiduciario es tangible salvo un ligero apunte en una cuenta secreta. No se sabe bien donde está, acaso en paraísos fiscales pero traidores y simoniacos tienen por destino final uno de los más profundos círculos del infierno dantesco. Aristóteles asimilaba la usura y las finanzas a la prostitución. Con el dinero digital también se asociará al Gran Hermano de Orwell.
Un gallego lúcido nos hablaba de las Galas de Carnaval subtitulado los cuernos de Don Friolera. Los cuernos están muy de moda hoy en el Reino. El Carnaval coincide con que estamos inmersos en plena campaña electoral en la taifa gallega. Comienza un nuevo espectáculo de disfraces para tratar de que el sufrido y burlado elector vote a cualquiera de las diferentes marcas que la oligarquía presenta en atractivos escaparates y anaqueles, mientras tapa o boicotea otras que considera menos complacientes.
Este año 2024 el disfraz de moda debiera ser el de algoritmo. Ese demiurgo cargado por el diablo que quita y pone voluntades electorales. Aunque también de soberanía vicaria, viene a sustituir con extraordinario éxito de público y crítica las antiguas representaciones de fingida soberanía popular de los ritos de la antigua superstición democrática. Subversión del orden social por unos días durante el Carnaval al igual que la impostada soberanía del pueblo el día de autos electorales. Una renovación en tiempos globalistas posmodernos y de posverdad del papel de los famosos aunque más primitivos Trampeta y Bocanegra que tan lúcidamente glosara doña Emilia Pardo Bazán.
De momento, sigue habiendo lacón con grelos y cocido, aunque no se sabe aún por cuánto tiempo si nuestros heroicos próceres filipinos de todas las bandas siguen empeñados en esclavizarnos y arruinarnos con la maldita Agenda 2030. La condena ya parece tener carácter fatal, sin votaciones ni protestas campesinas que lo remedien.
Me temo que la sardina a enterrar esta vez vayamos a ser nosotros.
El carnaval…dicen que fue una evangelización o censura de aquellos bacanales,propios del Imperio romano.
El origen de las bacanales es incierto pues al igual que en el Génesis bíblico parece que hubo cierta manipulación en la traducción bien del arameo bien del griego,para introducir deidades abominables de origen babilónico o directamente fenicio.
Luego llegaron las herejías basadas en muchos textos apócrifos bíblicos excluidos de la Biblia,para retorcer la historia,otorgando a las tablas de Set (que eran tres) el origen de los borboritas que realizaban orgias multitudinarias en honor a Baal,al que encima decían que era un Dios andrógino esposa de Yahve-Demiurgo,en fin que más decir?.
Esa imagen del Dios Malik o Thabaoth o Tábano en español,es reciente inspirado en la magia negra Tibetana que expandieron los nazis en Inglaterra y en EEUU.incluso los beatles lo usaron en alguna de sus portadas.
En cuanto al disfraz,es de origen francés,aunque se popularizarse principalmente en Venecia.Asi pues las políticas de ‘afrancesamiento’,de las clases populares dieron pie a poner de moda el disfraz.
Por qué en las culturas populares no se usan disfraces sino indumentaria folklórica.
Y aunque nos guste mucho las,Islas Canarias y respetemos a nuestros compatriotas,seguimos sin entender lo de las,Reinas del Carnaval,pobres chicas…pero que es eso?,un castigo por ser mujeres?,un traje de tiro y arrastre?.
Nos gustaría que la gente recuperasen su juicio y fuesen más sensatos y más sencillos,eso sí las charangas nos gustan aunque tengan un origen también…algo rojillo.
Se nos olvidaba decir que el Carnaval de Río lo organiza la multinacional-pedofila Disney,como los Reyes Magos de Madrid y puede que también otros eventos españoles.