domingo, noviembre 9, 2025
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Del Rey Lear a Macbeth

Por Alfonso de la Vega

Brujas: Macbeth no será nunca vencido hasta que el gran bosque de Birnam suba marchando para combatirle a la alta colina.

(La tragedia de Macbeth)

Lear: Silencio Kent, no te interpongas entre el dragón y su furia

Kent: ¿Piensas que el deber tendrá miedo de hablar, cuando el poder se doblega a la adulación? El honor debe rendirse a la sinceridad cuando la majestad se humilla a la locura.

Gonerila: Te ruego nos pongamos de acuerdo. Si nuestro padre ejerce autoridad alguna en la disposición en la que se halla, la resignación que acaba de hacernos de su poder no servirá sino para perjudicarnos…¡Viejo inútil que todavía quisiera hacer alarde de aquellas preeminencias de que abdicó!

Gloster: El amor se enfría, la amistad se disuelve, los hermanos se dividen. En las ciudades, rebeliones; en los campos, discordias; en los palacios, la traición; y los lazos entre los hijos y los padres, rotos. ¡Y el noble y franco Kent desterrado! ¡Su delito fue la honradez!

Bufón: Deja tu bebida y tu puta y estate dentro de casa. Si no sabes sonreír según el viento que sopla, pronto te aterirás de frío.

(El Rey Lear, Acto I)

El ambicioso sin escrúpulos Macbeth, mal aconsejado e influido por su maligna esposa se siente seguro porque los árboles ni los matorrales andan, pero ¿y si sí?

Como se suele decir, la realidad imita al Arte. Lo estamos comprobando con las últimas peripecias de los Borbones y sus validos. Tienen algo de esperpento, de farsa, de vulgaridad pero también de tragedia cruel que lamentablemente nos afecta a todos sus sufridos súbditos. Impotentes, observamos con horror como la presente realidad española parece inspirada en El rey Lear o en La tragedia de Macbeth. Una historia posmoderna de ambición, deslealtades y traiciones como la imaginada por Shakespeare o en la genial versión cinematográfica del gran Akiro Kurosawa.

Esta versión oriental de El rey Lear titulada Ran, Kurosawa la lleva al Japón feudal, con tres hijos herederos en lugar de hijas. El cruel y libertino señor Hidetora abdica y reparte su feudo entre sus tres hijos varones pero la cosa no ocurre según sus planes, ni los papeles de buenos y malos a priori resultan bien repartidos. Tanto en la obra de Shakespeare como en la de Kurosawa el menospreciado e incluso calumniado hijo menor es el que al cabo, además de advertirle de lo inconveniente de tal decisión de abdicar, mantiene sentimientos filiales sobre el padre fuera del poder. La profecía se cumple. las intrigas vengativas de una mujer envilecida, Kaede, esposa sucesiva de los dos herederos mayores del señor Hidetora, Taro y Jiro, trasuntos japoneses de las malas hijas de Lear, Gonerila y Regania, termina destruyendo el clan Ichimonji. El hermano bueno, Saburo, el equivalente a Cordelia, también resultará asesinado. El desastre fraticida se produce. El anciano Hidetora es expulsado de su propio castillo y termina huyendo para evitar ser liquidado, acompañado solo por un bufón. En este desastre del clan con su pérdida final existe una influencia maléfica femenina que resultaría decisiva. Kaede, la esposa del hijo usurpador. Una mujer maléfica que consagra su vida a la destrucción y la venganza. Envenena las relaciones entre los hermanos hasta que consigue que el segundo asesine al primero y se declare la guerra, la descomposición y el desastre total hasta la ruina definitiva de la dinastía. Aunque ella también terminaría mal, ajusticiada in extremis por uno de los generales leales al clan.

Aunque la tragicomedia bufa de los Borbones no alcance la solemne y hermosa tragedia de un Rey Lear o un Ran nos ofrece sugerencias inacabables para la reflexión. Sobre el Poder, la Justicia, el Honor, la Lealtad, la Traición, la Dignidad moral y la misma naturaleza del hombre. Pero la traición está en los palacios como decía Gloster. Es consustancial a la dinastía que el padre traicione al hijo y que el hijo traicione al padre. Tanto el padre de sangre como el padre adoptivo o benefactor al que se deben la posición y fortuna. Así ha sido, es y, probablemente, será de continuar la tradición de la familia. Resulta de carácter fatal cuando la soberbia, la ambición, la codicia, la hipocresía, la lujuria, carecen de barreras, ni siquiera se subordina ante lazos apenas existentes de amor filial o conyugal, salvo el del miedo común a la perdición final de todos. A que les sean arrebatados los inmerecidos privilegios de la dinastía o la tribu.

Como aprenderían con gran dolor en sus propias carnes tanto el Rey Lear como el señor Hidetora Ichimonji o el que el amable lector tiene en mente es muy peligroso abdicar cuando se tienen tantas cosas que ocultar perpetradas en el pasado. O cuando la autoridad constituye imposición legal o externa y no se basa en el propio mérito, la moral y la limpieza de ejercicio, en la auctoritas. Si hubiese sido un hombre culto como sus muchos privilegios le permitían nuestro rey emérito debiera haberlo sabido cuando fue obligado a abdicar. La absoluta impunidad se acababa. Era cuestión de tiempo. Y de no mucho cuando dominan la hipocresía, el servilismo y la vileza. Los mismos cortesanos que le lisonjeaban ahora lo niegan y denigran.

¡Qué arda la casa, pero que no salga el humo!” Pero la naturaleza nos indica que pese a las barreras artificiales y la complicidad de la prensa prostituida o complaciente es muy raro que el humo no termine saliendo, denunciando la situación real a vista del más topo. Y en esas estamos, sin posibilidad de ocultamiento o disimulo.

Hoy, el hijo heredero se muestra pusilánime, un imbel que aparenta pasar de los grandes problemas de España, en parte debidos a su sumisión, incompetencia y mal desempeño. Y sin un Kent o un Edgardo que sirvan a la patria. Pero pese a sus contrastados tremendos vicios históricos al final los Borbones lo que dejan es una amarga sensación de esperpento grotesco, de lujuria y codicia vulgares. De falta de patriotismo y de grandeza.

En cambio, la deslumbrante versión de Kurosawa termina con una secuencia magistral: la humanidad cegada por la crueldad y la ambición de los poderosos, indefensa al borde del abismo, ha perdido el relicario de protección espiritual con la figura de Buda. No se hizo caso a tiempo a las sabias advertencias de las figuras bienintencionadas. Traicionados por los que más debieran dar ejemplo, estamos sin apenas referencias espirituales, tampoco patrióticas, rodeados de corrupción, intrigas, traiciones y felonías, a merced el enemigo, cegados y al borde del abismo. El abismo, sí. Y con el infame valido de Su Majestad arengando al populacho cegado: “¡Adelante!, ¡Adelante!”

Al cabo, una maltrecha esperanza ¿incluso el bosque de Birnam puede moverse para desesperación y perdición de Macbeth?

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