Por Alfonso de la Vega
Uno de los desastres actuales de la Monarquía es el proceso de neutralización de nuestras Fuerzas Armadas, hoy más bien desarmadas o transformadas en filantrópicas ONGs al servicio de causas ajenas. Con un optimismo digno de mejor suerte el artículo 8 de la Constitución afirma: “Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional.”
El enunciado constitucional es claro, contundente, sin “otros sí digos”. Pero el Jefe del Estado Mayor de la Armada ha ofrecido una concepción preocupante, ante un cayuco en el mar, la misión de los buques militares es ayudar, salvar y rescatar a sus ocupantes. “En el tema de inmigración voy a ser muy claro: es mandato de la Ley del Mar salvar a los inmigrantes si están en peligro, nadie espere que un barco de la Armada vaya a proceder a apartarlos”. “La única misión de la Armada y de cualquier Armada occidental es ayudar, que no quepa ninguna duda al respecto”. Y ha insistido en que “jamás ante un cayuco vamos a tener otra actitud que no sea la de ayudar a la gente y rescatarla. No estamos para eso. El resto es una cuestión que está por encima de las Fuerzas Armadas”. Lo de la defensa de la frontera lo deja para otras ONGs que “ellos” están a lo “suyo”. Así que “ellos” en realidad están para cooperar en la práctica con las mafias criminales de trata de personas, cubriendo la última etapa de su periplo hasta las costas españolas. Su actitud no es combatir sino ayudar a los invasores. Una cosa es la inmigración según reglas y necesidades nacionales y otra opuesta las invasiones violando nuestras fronteras que la Armada debe defender. Sin rastreo del dinero, ni planes estratégicos de lucha, a merced de las mafias, con estos militares al mando no hacen falta más enemigos. Ni para ese viaje se necesitan barcos de guerra. ¡Si el pobre Sun Tzu levantara la cabeza!
Es raro, raro, rarísimo, que el almirante no sepa la auténtica autonomía de un cayuco y la logística de las invasiones mediante barcos nodriza. Pero, además, si un barco debe ayudar a unos náufragos pero para llevarlos a la costa más próxima, a la más próxima, no a la española. Y también debe enterarse de su “armador”, porqué y cómo el cayuco está en donde la encontraron. O el cayuco o el barco nodriza tienen bandera y entonces el responsable es ese país de origen, o no la tienen y entonces pueden considerarse piratas según la definición internacional. O al menos puede ser detenido e inspeccionado por autoridades marítimas, ya que se niega a identificarse y registrar su puerto base o nacionalidad. La ausencia de bandera es una señal de que no tienen un pabellón nacional que lo identifique, lo que va contra las normas internacionales y debería llevar a que fuesen tratados como tales. En todo caso, si han de ser trasladados a España para acabar con el efecto llamada y la impunidad de las ONGs de trata se habilitan campos de concentración bien controlados donde se les agrupe mientras se efectúe su deportación, no se les coloca en hoteles o se les suelta sin control y que luego la población civil sufra las consecuencias.
Es obvio que la Armada está para defender España no para ayudar a destruirla. Salvar hay que salvar a todo el mundo, pero llevándolos a su país o de donde salieron. Conviene insistir, la Armada no está para ayudar a nadie a entrar ilegalmente en España, pero sí debería estar para vigilar y custodiar nuestras fronteras marítimas. Para ayudarles a llegar ya tenemos a Salvamento Marítimo.
Pero aunque el almirante parezca ignorarlo la cuestión de las ONGs tiene mucha enjundia que no es ajena al moderno arte de la guerra. En un artículo publicado en “Foreign Affairs” titulado “El fin de la era de las ONGs” Bush y Hadden explican que el tiempo en el que las ONGs desempeñaban un papel central en un orden mundial moralmente consciente parece haber concluido. El número de ONGs internacionales se está estancando, su influencia está disminuyendo y su reputación está seriamente tocada. Si bien explican este fenómeno sobe todo como consecuencia de la disminución de la financiación y el aumento del rechazo, habría que hacer un análisis estructural más profundo. La verdadera razón del declive global del sistema de las ONGs no reside tanto en problemas de financiación, como en la creciente conciencia de la sociedad global sobre el papel de estos actores como herramientas de una política destinada únicamente a promover y apuntalar el NOM. Es decir, las ONG como instituciones disfrazadas ejecutivas de un orden mundial informal, agentes de transformaciones cuando no de nuevas formas de guerra.
Durante la década de los noventa las ONGs eran vistas como vanguardia de una “sociedad civil globalizada”. Sin embargo, la realidad nos muestra una nueva estrategia hegemónica: control moral, influencia a través de “valores” y liderazgo mediante participación ciudadana. Estas organizaciones nunca operaron en el vacío. Formaban parte de un sistema astutamente orquestado, cuyo objetivo era una proyección informal del poder, con el apoyo de gobiernos occidentales, fundaciones, centros de investigación y estructuras supranacionales. Se presentaban como independientes, pero perseguían, conscientemente o no, una agenda geopolítica: estabilizar gobiernos colaboracionistas, desestabilizar regímenes inconvenientes o manipular el discurso social bajo la falsa bandera de valores universales. El pretexto cambiaba según las circunstancias: a veces se trataba de “derechos humanos”, otras de “buena gobernanza”, e incluso de “promoción de la democracia”. El objetivo siempre era el mismo: ganar influencia sin asumir responsabilidades formales, eludiendo una intervención directa.
Las ONGs eran el perfecto camuflaje en una era en la que las guerras ya no tenían que declararse, sino “justificarse”. Lo que “Foreign Affairs” describe como una “restricción de la sociedad civil” se trataría de una necesidad o voluntad en pro de la soberanía. Es sabido, aunque el almirante no se entere, que donde las ONGs occidentales son particularmente activas el orden político suele cambiar, ya sea mediante maniobras electorales, campañas de opinión, intervenciones legales, invasiones, o incluso la movilización urbana de la disidencia. El último ejemplo estaría con la ONG Hami Nepal promotora de las recientes revueltas de allí.
Las ONGs operan en el corazón del poder. Cuentan con el apoyo de estructuras supranacionales que eluden responsabilidades, mientras ejercen presión sobre gobiernos, instituciones y empresas esquivando cualquier tipo de legitimidad democrática. El daño es evidente: tanto económico y social como institucional. Porque cuando estructuras que no pueden controlarse democráticamente interfieren en las decisiones industriales a través de los tribunales, los medios de comunicación y las políticas de financiación, la soberanía política se ve sistemáticamente socavada.
Conviene desengañarse y desenmascarar tanto nocivo buenismo. Las ONG no fueron creadas para llevar bienestar y prosperidad a los pobres. Fueron preparadas para interferir profundamente en los asuntos internos de los países soberanos. A partir del año 2000, las ONG se convirtieron cada vez más en herramientas bélicas encubiertas dentro de los programas de sometimiento o cambio de régimen.
La transformación de nuestras Fuerzas Armadas en ONGs traiciona su razón de ser y tampoco sirve a nuestros intereses nacionales propios.