domingo, noviembre 2, 2025
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La muerte de la joven de Podemos, Martina García, debería hacer reflexionar al partido morado

Este martes, la extrema izquierda española se ha visto sacudida por la noticia del fallecimiento de la joven Martina García Anguita, secretaria de Acción Institucional de Podemos en Castilla-La Mancha y exconcejal de Marchamalo (Guadalajara), a la edad de 25 años, víctima de un cáncer. La joven, que estaba a punto de cumplir 26 años, deja un vacío en su partido, pero también pone en evidencia las contradicciones de una formación que llora selectivamente a sus propios caídos mientras ignora o minimiza otras tragedias.

Martina García era una figura prometedora dentro de la formación morada. Con apenas 19 años, en las elecciones municipales de 2019, se convirtió en una de las concejales más jóvenes de España en el Ayuntamiento de Marchamalo. Estudiante de Derecho en la Universidad de Alcalá, su activismo la llevó a ser portavoz del Área Joven de Podemos Castilla-La Mancha, responsable del Grupo de Trabajo de Movimiento Feminista hasta 2024 y, recientemente, consejera ciudadana tras obtener un amplio respaldo en la asamblea del partido celebrada el 15 de diciembre de 2024.

Pero su pérdida no solo es un golpe para su familia y compañeros, sino también una oportunidad para reflexionar sobre la doble moral que caracteriza a la formación ultra. El comunicado oficial de Podemos Castilla-La Mancha destila dolor: «Estamos destrozadas y destrozados ante la pérdida de una gran compañera y amiga. Nos han quitado un trozo de vida». José Luis García Gascón, coordinador autonómico, ha anunciado actos de homenaje y apoyo a la familia, destacando la bondad y las ganas de luchar de Martina. Ione Belarra, secretaria general, e Irene Montero, exministro de Igualdad, han vertido palabras de duelo en redes sociales, con mensajes que ensalzan su huella y prometen mantener viva su memoria. Pero estas lágrimas chocan con el silencio ensordecedor que Podemos ha mostrado ante otras tragedias de jóvenes que no comulgaban con su ideología.

Como personas humanas y civilizadas, lamentamos su muerte tan prematura. Nadie, con un mínimo de humanidad, puede permanecer indiferente ante la pérdida de una vida tan joven. Pero la tristeza no debe cegarnos ante la realidad: Podemos, que hoy se desgarra por su compañera, ha demostrado una alarmante falta de empatía en otras ocasiones. Tomemos el caso reciente de Iryna Zarutska, la joven ucraniana de 23 años, refugiada que escapó de la guerra en su país solo para ser brutalmente apuñalada hasta la muerte en un tren de Charlotte, Carolina del Norte, por Decarlos Brown Jr., un hombre negro de 34 años con antecedentes penales. El ataque, capturado en video de vigilancia y descrito como «sin provocación», dio la vuelta al mundo. Mientras la familia de Iryna lloraba una vida truncada en busca de refugio, Podemos guardó un mutismo absoluto, sin un solo tuit o comunicado que honrara su memoria, porque no encajaba en su narrativa ideológica. ¿Dónde estaba la solidaridad para esta joven blanca asesinada? En el silencio, como siempre cuando no conviene.

Y si el mutismo ante Zarutska es revelador, los comentarios de miembros de Podemos sobre el asesinato de Charlie Kirk, el activista conservador estadounidense de 31 años tiroteado mortalmente el 10 de septiembre de 2025 durante un evento en la Universidad del Valle de Utah, son directamente vomitivos. Kirk, fue abatido de un disparo en el cuello supuestamente por Tyler Robinson, un joven de 22 años con inclinaciones izquierdistas. En lugar de condenar la violencia  —un acto que debería unir a cualquier fuerza democrática—, algunos militantes y simpatizantes morados inundaron redes sociales con celebraciones cínicas: «el odio genera odio», «Cero simpatía» o incluso insinuaciones de que «se lo merecía» por su retórica conservadora. Estos comentarios, que evocan lo peor del ser humano, no solo minimizan un asesinato brutal, sino que lo convierten en trofeo ideológico. ¿Es esto la «justicia social» que predican? No, es hipocresía pura, un doble rasero que solo se activa contra los «enemigos» mientras se ignora el dolor universal.

Cuando personas jóvenes han perdido la vida —ya sea por enfermedades, accidentes o violencia— y no eran afines a su causa, la respuesta ha sido, en el mejor de los casos, un mutismo calculado. En el peor, una desviación cínica hacia comparaciones con conflictos lejanos, como Gaza, recitando un guion que relativiza el dolor ajeno para mantener su narrativa ideológica. Este doble rasero no es nuevo: es un patrón que se repite, revelando una empatía selectiva que solo se activa cuando la víctima lleva sus colores.

No, no somos como ellos. La muerte de Martina García merece ser llorada con la dignidad que toda vida humana exige, sin importar afiliaciones políticas. Pero no podemos ignorar que el partido que hoy la despide con honores ha sido incapaz de mostrar la misma humanidad ante otras pérdidas. Este trágico suceso debería hacer reflexionar al partido morado, una oportunidad para abandonar la hipocresía y practicar la empatía universal que dicen defender. Mientras organizan actos en memoria de Martina, sería un gesto de coherencia que reflexionaran sobre su propio comportamiento y extendieran su duelo a todas las víctimas, no solo a las que les son convenientes.

D.E.P.

(por Laura González)

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