La imagen del ciclista lo dice todo. En un día que pasará a la historia como uno de los más amargos del ciclismo moderno, el danés Jonás Vingegaard se ha proclamado este domingo vencedor de la Vuelta ciclista a España 2025, pero sin el podio soñado, sin el beso al trofeo y sin la celebración que merecía un campeón forjado en el sacrificio.
La última etapa, un circuito que debería haber sido festivo por las calles de Madrid, se ha convertido en un campo de batalla provocado por manifestantes radicales alentados por el Gobierno de Pedro Sánchez y sus aliados de izquierda extrema como Irene Montero, Ione Belarra, Mónica García y toda esa gentuza a los que el tema de Gaza les importa un pimiento y que priorizan su agenda política sobre el deporte limpio y la seguridad de los corredores.
Por su culpa, Jonás Vingegaard, un humilde pescadero que trabajó duro (cosa que no han hecho ninguno de los antes mencionados) para costearse el sueño de ser ciclista, no pudo subir al estrado para recibir la gloria que tanto le costó.
La Historia de Superación de Jonás no es un producto de las academias millonarias ni de los patrocinadores globales. Nacido en una familia modesta en Dinamarca, este escalador de 28 años ha construido su carrera pedaleando contra el viento, literal y figurado. Antes de unirse al Visma-Lease a Bike, Vingegaard combinaba sus entrenamientos con un empleo como pescadero en un mercado local de Copenhague. «Cada mañana, antes del amanecer, cargaba cajas de pescado fresco para ganar lo justo para comprar mi bicicleta y pagar los viajes a las carreras amateurs», confesó en una entrevista reciente, recordando cómo vendía salmón y caballa para ahorrar los 5.000 euros que necesitaba para inscribirse en su primera Vuelta a España en 2022.
Ese trabajo precario, con turnos de 12 horas y manos ampolladas por las cuerdas de las redes, no solo le permitió costearse el equipo y los desplazamientos, sino que forjó su carácter de hierro. «El ciclismo es como pescar: esperas horas por un bocado, y cuando llega, tienes que agarrarlo con todo», solía decir. Su progresión ha sido meteórica. Ganador del Tour de Francia en 2022 y 2023, Vingegaard llegó a la Vuelta 2025 como favorito, pero con el peso de las expectativas. Durante las tres semanas de carrera, que arrancaron el 23 de agosto en Turín y recorrieron Italia, Francia, Andorra y España, demostró por qué es uno de los mejores del mundo. En la etapa 20, el sábado en la mítica Bola del Mundo, atacó a falta de un kilómetro y cruzó la meta en solitario, sentenciando la general con 1’16» sobre el portugués João Almeida.
La Vuelta ciclista se ha convertido en un circo político alimentado con la excusa de la situación en Gaza, algo que no les preocupa en absoluto a tenor de su rastrero comportamiento. Desde el inicio, el equipo Israel-Premier Tech se convirtió en el blanco de protestas propalestinas organizadas por grupos como la Plataforma para el Boicot Deportivo a Israel (PBD) y el movimiento BDS, que exigían su exclusión bajo el lema «Deporte sin genocidio».
Lo que empezó como manifestaciones pacíficas derivó en caos: invasiones de carreteras, talas de árboles, caídas de ciclistas y etapas neutralizadas. En la quinta etapa en Monforte de Lemos, diez activistas fueron detenidos tras bloquear el paso; en Valladolid, dos más por irrumpir en la contrarreloj. Pero no se hizo nada más. Estaba claro que la policía había recibido las instrucciones precisas de no intervenir y dejar a los radicales campar a sus anchas.
El director de La Vuelta, Javier Guillén, otro que forma parte del problema con algunas lamentables declaraciones, se vio obligado a adelantar metas y recortar distancias para evitar tragedias, pero el daño ya estaba hecho.
Y aquí entra la gentuza responsable del caos: Pedro Sánch-ez, en un tuit matutino de este domingo, justificó las movilizaciones como una «justa causa», dando oxígeno a los radicales. Sus socias de viaje —Irene Montero, con su retórica incendiaria desde Podemos; Ione Belarra, llamando a «boicotear el blanqueo sionista»; y Mónica García, más Más Madrid que nunca en su apoyo a las «luchas justas»— avivaron las llamas. Estas figuras, respaldadas por Izquierda Unida y otros satélites, convirtieron una carrera deportiva en un mitin antiisraelí, ignorando que ponían en riesgo vidas.
El Final Triste: Sin Podio, Sin Gloria, Solo Evacuación. La etapa 21, de Alalpardo a Madrid, prometía ser el cierre festivo: 118 km planos para los sprinters, con Jonás Vingegaard paseando el rojo. Pero a 10 km de la meta, en el corazón de la capital, un centenar de manifestantes irrumpió en el circuito, bloqueando la Gran Vía y el Callao con pancartas y cánticos. La policía no lo impidió; hubo roturas de escaparates y una agresión a un agente.
Los ciclistas, atrapados en el pelotón, fueron evacuados en furgonetas de los equipos, sin cruzar la línea de llegada. La organización anuló la etapa y declaró a Vingegaard campeón virtual, pero sin ceremonia: ni podio, ni champán, ni el himno danés sonando en Cibeles.
Qué vergüenza de país.



