Por Alfonso de la Vega
Un latinajo que, dado que no existen tales calendas graecas, se suele emplear para referirse a un “nunca jamás”.
En lo que se pudiera entender como una provocación o un alarde de poderío la excelentísima pentaimputada presidente consorte del gobierno de Su Majestad y su marido se fueron al cine a ver el estreno de última película de Amenábar, que dicen parecería dirigida a denigrar la imagen de una de nuestras mayores y heroicas glorias nacionales. El héroe de Lepanto que no de Open Arms. Esa misma mañana la eximia catedrática de la Complutense había marchado de amena excursión a uno de los juzgados de plaza de Castilla donde estaba citada para un amable picnic y realizó una de sus habituales faenas de aliño, y tranquilamente parapetada en el burladero se negó a colaborar con la humillada Justicia. Actitud que tampoco esta vez tuvo consecuencias en cuanto la imposición de medidas cautelares tales como, por ejemplo, la prisión provisional para evitar el riesgo de fuga o de destrucción de pruebas. Meses y meses para otro «Vuelva usted mañana» de Larra.
El ciudadano común no iniciado en los farragosos cuando no simplemente tenebrosos entresijos de la Justicia entiende poco o nada. La semana pasada don Felipe recibía muy risueño y ufano, lleno de orgullo y satisfacción, al procesado por el Tribunal Supremo, nada menos que a su Fiscal General del Estado. En efecto, el Supremo pretende procesar al FGE pero contra toda lógica no le separa siquiera con carácter preventivo del cargo. De llegar a celebrarse en estas condiciones el juicio, aunque con estos antecedentes al final dudo mucho que se celebre, el régimen borbónico ofrecería otro auténtico esperpento y un escarnio para los españoles y para la propia dignidad de la Judicatura y de la Justicia. Como ya he comentado otras veces el fiscal acusador en el juicio estaría a las órdenes del acusado. Es difícil superar tanto despropósito incluso para la misma Monarquía. Una situación sin precedentes que indica el grado de escandaloso deterioro institucional alcanzado durante el reinado de don Felipe.
Estamos en un mundo asaz desquiciado. En un país serio un procesamiento judicial de tal calibre llevaría a la dimisión automática de sus cargos a los imputados. En todo caso, a cierto ostracismo social, debido a la vergüenza, si se tuviera o tuviese. Pero en el reino filipino no pasa nada. Cualquier sindiós ya se considera normal.
Entretenidos con estas fruslerías sin importancia, nos estamos distrayendo de otra forma de proxenetismo que nos quieren colar y de potencial aún peor, me refiero a la que según se ha publicado el falsario pretende para prostituir la Justicia, a jueces y fiscales a fin de dedicarlos a que satisfagan las más bajas pasiones concupiscentes de su libido con el pretexto de la mayor gloria del pertinaz socialismo.
Nos encontramos ante una emocionante y decisiva carrera en pelo entre la parte decente del aparato del Estado que aún resiste heroicamente las embestidas del poder político y los presuntos delincuentes ocupantes de varias instituciones borbónicas. Unos con toda clase de dificultades intentan investigar para procesar a los delincuentes, y los otros amparados en el poder tratan de modificar las leyes terminando de destrozar la constitución ante el silencio del «garante» con el objetivo de burlar la justicia y asegurar su dictadura sin riesgo de terminar dónde y cómo debieran. Si la aprobación de la Ley Bolaños llegase antes del procesamiento de los dirigentes presuntos, es de temer que la suerte de España esté ya definitivamente echada. No cabe imaginar un futuro en el que, por ejemplo, al Fiscal General del Estado investigándose a sí mismo. O a los obedientes fiscales que dependen del marido, a su esposa. Y además sin posibilidad de acusaciones particulares. El final de cualquier atisbo de autonomía del entonces ya arrumbado Poder Judicial. Un bolaño es una bola tosca de piedra usada en la primitiva artillería capaz de hacer grandes destrozos incluso en bastiones fortificados.
En consecuencia, el tiempo apremia. Y sería muy conveniente que las instrucciones judiciales en curso se agilizaran porque de nada valdría apurar hasta la extenuación toda clase de pruebas si con la nueva ley puedan ser fácilmente inutilizadas. El sistema es garantista pero no parece razonable que las instrucciones se dilaten y dilaten en el tiempo lastimando los posibles legítimos intereses de los justiciables. Aparte que cuanto mayor extensión y duración tenga la instrucción más fácil es que pudiera incurrir en algún defecto de forma que pudiera inutilizarla. La gravedad de lo que ocurre y lo que más aún pueda ocurrir exige aumentar la diligencia. A Al Capone se le pudo quitar de en medio por una cuestión fiscal menor no obstante toda su abundante y variada trayectoria delictiva.
El que su asesora o asistente se negase a declarar quizás abra posibilidades, pero si es de ser sincero al final no creo que pase nada. Fuegos artificiales que adornan las tinieblas pero se deshacen en el cielo. Parece que lo que se observa en realidad es una exquisita prudencia que otros calificarían de simple miedo. O acaso un espectáculo preparado para distraer al personal con placebos mientras el mal avanza hasta alcanzar carácter fatal.
El gran Azorín, nuestro pequeño filósofo, narra el pasmo, la incredulidad, la estupefacción que reinaba en cierto pueblo de España ante el extraño caso de que un buen juez fallase un pleito de acuerdo con su conciencia y en contra incluso de su propia egoísta conveniencia:
“Sobre la tierra hay dos cosas grandes: la Belleza y la Justicia. La Belleza la ofrece la Naturaleza. La Justicia se encuentra permanentemente negada por la lucha que todas las criaturas, incluidos los hombres tienen entre sí. Por eso la Justicia pura, libre de egoísmos, es una cosa tan rara, tan espléndida, tan divina que cuando un átomo de ella desciende sobre el mundo, los hombres se llenan de asombro y se alborotan….ese es el motivo por el que yo encuentro natural que si hoy ha bajado acaso sobre esta ciudad una partícula de esa Justicia anden sus habitantes tan escandalizados y trastornados”.
Ojalá sea así pero, ya digo, me temo que no caerá esa breva.