Por Alfonso de la Vega
Mucha sinodalidad y mucha impostura democrática engañabobos de todos, todas y todes, pero luego viene el ordeno y mando porque yo lo valgo. Tal cosa se deduce de ciertas maniobras de la iglesia posconciliar para desterrar las antiguas tradiciones religiosas o de aproximación popular a lo numinoso. Más que en una reflexión teológica, metapsíquica o epistemológica parece basarse en la posmoderna consideración política woke de que la Tradición es cosa de fachas, y en consecuencia deben ser erradicada de la nueva iglesia posbergogliana. Que no cree en milagros pero sí en la Pachamama, las bondades del comunismo, la maldad de un racista Santiago Matamoros que tenía la audacia de combatir a los invasores agarenos, o las lucrativas maravillas del cambio del clima climático climatizable para destrozo de nuestros recursos naturales y sectores económicos. Por cierto, un zapatero a tus zapatos.
El exordio viene a cuento por las tiquismiquis eclesiásticas para ningunear, o enterrar si vale la paradoja, la famosa procesión de ataúdes en la secular romería de Santa Marta de Ribarteme, junto al río Miño, en la provincia de Pontevedra. Según explica la prensa regional gallega: “La negativa del párroco aboca a Ribarteme a perder los ataúdes” pero en un alarde filantrópico “La Iglesia autoriza al cura a eximir a los fieles de que cumplan sus promesas de ir en el féretro”. Al final los paisanos se saltaron a medias la prohibición del cura con un ataúd vacío y el ofrecido de rodillas debajo de él,
Para los amigos lectores no muy enterados del folclore sagrado o la peculiar antropología gallega acaso conviene una explicación.
Por esas bonitas tierras pontevedresas se mantiene una famosa y notable romería. Los enfermos en peligro de muerte se encomiendan a Santa Marta y si sanan van a Ribarteme portando el ataúd en el que les hubieran enterrado de haber muerto debido al padecimiento que les afectaba.
A su iglesia parroquial acuden cada 29 de julio miles de devotos. Unos van ofrecidos para que la santa se apiade de ellos y les sane sus dolencias. Otros van para agradecer a la santa que les hubiese curado, rescatándolos de las garras de la muerte. Hay que recordar a las pobres víctimas de la LOGSE y del laicismo ramplón impuesto en el reino borbónico que la tal Marta era la hermana de Lázaro al que nuestro Salvador resucitase tras sus ruegos fraternales.
Pues bien, los ofrecidos antes de entrar en la iglesia parroquial se meten en sus ataúdes que son llevados en procesión a hombros por deudos, familiares o amistades. Se da una vuelta alrededor del templo y ya una vez en el interior se deposita cada féretro frente a la imagen de la santa. El ofrecido se levanta escenificando la resurrección. Ya de pie o de rodillas reza fervorosamente a la santa y asiste a la misa. Terminada la ceremonia sagrada, salen los ataúdes del templo, pero ya vacíos, precedidos por cada ofrecido que porta un cirio en su mano, seguido de sus compañeros.
Este ritual se celebraba cada año sin interrupción desde la época medieval. Pero ahora la Iglesia en estampida más que en salida parece decidida a acabar con la tradición que entendía macabra y supersticiosa. No es el único caso en la mágica tierra gallega de ritos antropológicos tradicionales relacionados con procesiones de ataúdes como esta de de Santa Marta de Ribarteme o de las Mortajas del Nazareno en la Puebla del Caramiñal. En la primera, dedicada a la hermana de Lázaro el resucitado, los ofrecidos incluso son transportados dentro de ellos, abiertos, por sus deudos. En la del Nazareno, los ataúdes son llevados por los devotos y el ofrecido va detrás del féretro. De color blanco en el caso de los niños, sobre la cabeza de su madre o padre.
Pero en estos casos citados de participación popular son romerías con falsos entierros en los que la ofrenda propiciatoria domina sobre lo epistemológico. Se trata de tradiciones antiguas cuyos significados originales se han podido alterar con el paso del tiempo. Estas manifestaciones populares tradicionales recuerdan las antiguas ceremonias litúrgicas iniciáticas propias de instituciones esotéricas o ciertas órdenes monásticas en la que los recipendiarios han de morir y renacer simbólicamente a una nueva vida en pseudo tumbas que se encuentran en los antiguos templos o monasterios milenarios como parece ser el ejemplo de San Pedro de Rocas en Orense. Cabe recordar, entre otros muchos, el mito de Osiris, o el de Adonis, o de modo más reciente el de tercer grado del maestro Hiram de la masonería especulativa.
Por si les sirve de ilustración a la masa woke, se puede trae a colación esta otra tradición relacionada con San Martin Dumiense y su famoso De correctione rusticurum. Suele considerarse el verdadero evangelizador del reino suevo de Galicia, adelantado de España en la conversión oficial al catolicismo. A finales del siglo VI Leovigildo anexionó el reino suevo a la unidad territorial española. La tradición piadosa explica que después de la invasión musulmana y la caída del reino visigótico unos cristianos de Granada huyeron hacia el Norte con el cuerpo de San Torcuato, que habría sido el primer obispo de Guadix, uno de los llamados Siete Varones apostólicos. Durante unas décadas esta región cercana a Ribarteme permaneció casi despoblada, fronteriza con el Islam hasta que se reconstruyó Orense en el siglo nono y se repobló la comarca. En tal tiempo se restauró el primitivo templo llamado de San Torcuato, o Santa Columba, o Comba de Bande donde los restos de San Torcuato habrían sido luego depositados en un sarcófago.
Los inspiradores ritos tradicionales relacionados con lo numinoso, la muerte, el mundo astral o la supervivencia del alma forman parte de la personalidad gallega y de sus manifestaciones sagradas, antropológicas y artísticas más originales, incluso desde antes de los albores del Cristianismo lo que debiera ser más motivo de orgullo que de censura.