Hace más de tres años encerraron a la población por un virus inexistente en sus casas, sin poder salir y los policías como si fuesen perros rabiosos a la caza de morder. Leones para ver a quien devorar, vendría a ser una metáfora perfecta para los cuerpos de seguridad del estado en aquel año en el que se presentó la distopía. Todo sabemos que responde a un plan luciferino para asustarnos y hacer que vivamos en el mundo del terror. Lograron convertir a nuestras vidas en una película de Hollywood.
La obsesión carcelaria del gobierno de Pedro Sánchez no tiene freno. Ordenó el solito que los españoles se quedaran en casa sin salir ni trabajar y les arruinó la vida, obligó a echar el cierre a miles de negocios (hoy cierran porque están en la ruina), dejó a los niños traumatizados y, gracias a la publicidad, salían a aplaudir a los enfermeros, todos los días, a las ocho de noche. Era tan grotesco como ver a los sociatas aplaudir a Sánchez con las orejas o las de Sumar rugir de gloria ante su lideresa Yolanda Díaz.
Como las excusas para los delincuentes del estado nunca faltan, están estudiando varias para encerrarnos a la fuerza: una de ellas es la pandemia, que desean crear a base de vacunar contra la gripe, el covid y lo que se les ocurra para que la población tenga el sistema inmunológico destrozado y, de paso, se acaben jodiendo con las ondas 5G, tal como ocurrió con los de la tercera edad hace tres años (quieren repetir la jugada); otra de ellas es el cambio climático, empleando como excusa las inundaciones que son tan peligrosas y mortales como el famoso covid 19. En este último caso resulta aún menos creíble por lo absurdo de la medida; el domingo 2 de septiembre todos los móviles de Madrid emitieron alertas por lluvias y obligaron a cerrar todos los centros comerciales, recomendando no salir a la calle de no ser necesario. Lo más curioso es la fuente del mensaje: el alcalde de Madrid.
Esta escena, que parece sacada de una pesadilla diabólica, se hizo realidad. La gente echando el cierre como loca, todo el mundo encerrándose aterrorizada por cuatro gotas que cayeron y el miedo de nuevo en el inconsciente colectivo, retroalimentando el temor provocado por la plandemia y la encerrona durante meses, en un estado fascista.
Todo ello responde a la necesidad de generar aislamiento más terror, un cóctel perfecto para varios objetivos: primero, romper lazos emocionales con los seres queridos; segundo, aislar a las personas para generar cuadros de ansiedad, depresión y psicosis de terror; tercero, establecer un estado de alarma que justifique la urgencia de estar encerrado ante un gran peligro; cuatro, señalar a quién no responda a la orden del señor alcalde o presidente y, cinco, generar un cuadro de confusión mental sobre la situación, de modo que el sujeto se atiene a cuántas normas estúpidas se les ocurra a los gobernantes. Ya lo hicieron y consiguieron hace tres años. ¿Por qué no lo van a conseguir ahora si muchas personas siguen practicando el buenismo?
Una sociedad sin capacidad de movilidad física, sin poder expresarse (con censura y libertad de expresión muy limitada), con temor a cada una de sus reacciones, no sea que desobedezca a un estado que le ordena que suicide lentamente, es la ideal para implementar a nivel de relaciones sociales la agenda 2030. Los derechos dependen del estado desde hace mucho tiempo y esto es una creencia del inconsciente colectivo; lo que ocurre es que hasta ahora los sátrapas no se han aprovechado de semejante arma psicológica contra la masa. Lo hicieron con el covid y lo harán cuántas veces lo deseen. El ciudadano de las democracias occidentales es un esclavo ideológico del estado.
La cárcel también es permiso. Si deseo hacer algo, he de pedir autorización a mi carcelero, que puede ser mi presidente, mi vecino, mi hijo o mi padre, pues los medios se encargarán de que todos los que le rodeen estén adecuadamente dogmatizados para repetirle como un loro, como si hubiesen sido víctimas de un proceso de hipnosis colectiva y programados para ello. De no seguir sus recomendaciones, perdón, órdenes encubiertas, se le tachará de loco, imprudente, negacionista o de peligro público, en cuyo caso pueden llamar a la policía por poner en peligro la seguridad colectiva. Era lo que sucedía durante la pandemia, cuando la gente era peor que los agentes de seguridad a la hora de solicitar la mascarilla a quien no la llevase, pedir la distancia de seguridad de 1 metros y otros disparates sacados de un manicomio.
Una vez conseguido el contagio emocional, la histeria individual pasa a ser colectiva. Basta con repetir la escena muchas veces para ir convenciendo a la población, poniendo escenas de terribles inundaciones con coches arrastrados por calles convertidas en ríos, mientras, por otra parte, sacan los aviones que sueltan sus chemtrails para eliminar las nubes que podrían ocasionar lluvia de manera natural y buena para todos; obvia decir que esto, lo último no lo cuentan, a pesar de que hay pruebas. La sequía es un fenómeno provocado y saben perfectamente como conseguirla.
Ante estos hechos, no basta con no creerlos, hay que denunciarlos directamente. Blackrock ya ha declarado que hay que provocar el cambio de hábitos en la población de manera trágica, pues las élites están muy preocupadas porque la agenda 2030 va demasiado lenta y hay que acelerarla. ¿Tienen Pedro Sánchez y otros presidentes conocimiento de esta orden, que obviamente viene de las altas familias satánicas, para meternos el terror con medidas aparentemente legales? ¿Qué tipo de confianza podemos tener en personajes como éste o el alcalde de Madrid, títere pepero de la agenda, como no podía ser de otro modo? ¿Hasta qué punto vamos a consentir esta burla descarada por parte de seres a los que les importamos un pimiento del piquillo y desean vernos muertos, pero antes sufriendo?
Pregunto todo esto para ver si hay alguna reacción, porque ya nos vale. Por la forma de responder de la población, parece que estamos de acuerdo con que nos vuelvan locos con el diseño de manipulación de masas más siniestro, absurdo y diabólico que se ha realizado con seres humanos. Ni el mismo Skinner se habría atrevido a realizar semejante experimento por su crueldad y falta de moral y ética.
Lloverá, lloverá y lloverá. Nos encerrarán como perros, nos obligarán a ponernos inyecciones para matarnos, cada vez que venga una tormenta estarán vigilándonos para no poner un puto pie en la calle y así nos tendrán, peor que a los esclavos del imperio romano, los cuales, al menos, eran estimados por sus amos. Los de ahora nos odian, pues son satánicos.
Genocidio Planetario 2030. No podemos creerlo, no porque no sea cierto sino porque nos tienen engañados hasta los tuétanos