martes, octubre 1, 2024
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¡SOS! ¡No pasa nada!

Una reacción muy común entre las personas de a pie es entrar en pánico, sentir que se pierde el control, como primera parte del proceso, y, posteriormente, como por arte de magia, el sujeto entra en una calma absoluta, desaparece cualquier signo de estrés y, lo que motivó ese estado de terror se evapora, como si sufriese de algún caso extraño de amnesia. Es un hecho que inclusive se llegan a negar las razones que impulsaron a estar en ese estado de alerta, aparentemente inesperado.

El sistema social, el cual se cae a pedazos a la hora de mostrar los signos de seguridad y confianza a la hora de tener una mínima confianza en cualquier aspecto de la vida, siendo los más sangrantes los de tipo material, expone a los sujetos a situaciones constantes de estrés y ansiedad, en forma de incertidumbre, ganancias varias que no se materializan, frustraciones constantes que se envuelven tan endémicas que llega a dar igual si el deseo se materializa o no, si la necesidad urgente se ve satisfecha o es interpretada como otra experiencia para, supuestamente, aprender algo nuevo, que no se sabe ni qué es y, sobre todo, a una incertidumbre que no discrimina en lo que provoca. 

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Uno de los pilares psicológicos de las agendas globalistas es la imposición del miedo, lo cual lo sabemos por lo que ocurrió hace cuatro, siendo los agentes encargados de este plan de todo tipo (políticos, crisis económicas, impuestos, supuesto buenismo pro defensa del bien común, la necesidad del sacrificio en tiempos difíciles o la aceptación de que sólo podemos confiar en los que, con el deseo de salvarnos, en realidad, son responsables de todo el caos). Nadie se atreve a levantar la mano y decir lo que le sucede, quizás por ser visto como alguien que cayó en el fracaso y que opta por retirarse del juego, en cuyo caso ya no es tenido en cuenta pues no sigue las reglas de la matrix, en la que todo mago tiene su as debajo de la manga, aunque no haya nada en ella. Hay que mantener a la mente en la paz perpetua, aceptándolo todo, incluso que maten a tu vecino y no sepas quién fue el asesino; después de todo, disimular el miedo está tan de moda que quien lo muestre crea el clásico estallido social donde nada está bajo control. La sociedad, en este aspecto, es como un polvorín que puede estallar a la primera chispa y acabar con la tranquilidad de cualquiera, lo cual, obviamente, nadie desea que otra persona haga con nosotros.

Manifestación de ello es la existencia de temas tabú, problema que aquejan a toda sociedad y de los que no se puede hablar, tomándose las medidas oportunas para evitar ciertos debates, incluyendo amenazas, que pueden ser soterradas o castigos de silencio por parte de familiares que no piensan como tú y que te ven como un loco peligroso. Lo más peligroso de todo ello es el recalcitrante  incremento de la tensión emocional de estos sujetos, pues los niveles de energías tóxicas (en forma de miedo), generan todo tipo de cuadros de problemas psicológicos que el mismo sujeto es incapaz de reconocer, llegando no sólo a negarlos, como si hubiese desarrollado ya un cuadro bipolar por pura necesidad adaptativa, sino a aprovecharse de ellos para desarrollar todo tipo de conductas con un claro matiz impulsivo y claramente peligroso para quiénes las ejecutan. Resultado: la salud mental entra en un bucle de autodestrucción creciente, dónde de un simple estrés, se pasa a la ansiedad, de la ansiedad a la depresión, de la depresión a los trastornos obsesivos, de los trastornos obsesivos a los cuadros esquizotípicos, de estos a los delirios y, de ahí a la psicosis, si no a eventos muchos peores como otros tipos de esquizofrenia, despersonalización o auténticos cuadros de manía, en los que el sujeto no sólo no niega que tenga un problema, sino que afirma con gran seguridad que su estado de salud es perfecto y que cualquier otra persona está mal porque la considera débil y no apta para ningún objetivo en grupo. Es un hecho que el modelo social conduce a trastornos de personalidad como los narcisistas (donde el sujeto cree poseer la verdad y osa criticar y menosprecia a los otros porque niegan lo que para él es una evidencia), o comienzan a desarrollar síntomas propios de los psicópatas, aunque de manera encubierta en relaciones personales más cercanas, mas no con otras personas con las que no tiene confianza alguna.

Desde 2020 la salud mental se vio gravemente afectada por los encierros covidianos, la ruina económica, el miedo introducido en los medios por orden de un Real Decreto del gobierno, las decisiones distópicas tomadas en el daño social conjunto, siguiendo ciertas agendas que parecen prolongarse hasta 2045 (yo diría que incluso hasta el 2060) y el deterioro de la calidad en las relaciones humanas desde entonces en un plan que parece estudiado en un despacho de sesudos psicólogos y especialistas de la ciencia del mal. Son muchas las evidencias de estos hechos, a pesar de que tratan de ocultarse, a pesar de que los colegios de psicólogos se dedican a no aceptar esta posibilidad, teniendo aún todas las herramientas para detectar un claro caso de persuasión coercitiva, de puro carácter sectario, por parte de las autoridades gubernativas (y no me refiero sólo al covid 19, sino al LGTBI o a otras manipulaciones encubiertas).

El resultado es que nadie parece tener problemas, a pesar de que los demás los notamos de manera continua, problemas que, por otro lado, se agravan más de lo deseable. Siendo la psicología de la luz la solución, nos encontramos con la sorpresa de que, en momentos en los que una terapia es de máxima urgencia y los gobiernos deberían de apostar por soluciones adecuadas a este dilema que es la salud mental, y de la que pende de un hilo el futuro de toda sociedad (a menos que el objetivo sea conducirla a la locura absoluta y borrar todo signo de sentido común, convirtiendo a éste en un pecado y un delito de graves consecuencias), el momento crítico es aquél en el que la estructura cultural se puede caer por completo. Hablamos del fin de una civilización, de la occidental para ser más exactos.

Como suele decirse en estos casos, el tiempo apremia, se trata de salvarnos a nosotros mismos, a nuestros hijos, nuestras familias y nuestros semejantes de un desastre de dimensiones casi cósmicas. Lo más grave de todo ello es el elevado número de intereses económicos que hay detrás de todo este plan siniestro y el control que ejercen, no ya sobre nuestros bolsillos rotos, donde se derraman todas nuestras esperanzas de una vida feliz, sino de nuestras mentes y nuestro inconsciente colectivo, donde nos introduce todas las trabas para actuar como borregos contentos, dentro del horno, en la cena de nochebuena de alguien del gobierno de las sombras.

Más que nunca se utiliza la psicología como un arma de guerra, como un misil de la ciencia para manipular nuestras mentes en una guerra de quinta generación. ¿Cuándo nos daremos cuenta de que tenemos las nuestras?

 

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