Un post en X destaca un momento del programa Operación Triunfo donde Noemí Galera prohíbe a un participante celebrar su santo, declarando: «Aquí somos ateos». Este comentario no es solo un chispazo de polémica, sino un reflejo de una tendencia más amplia en España y otras partes de Europa donde el ateísmo se percibe cada vez más como una posición progresista o iluminada, a menudo a expensas de las prácticas religiosas tradicionales. Esta moda, sin embargo, revela una ironía profunda y ridícula: la presunción de que ser ateo es sinónimo de modernidad, mientras que profesar una creencia religiosa te convierte en una reliquia del pasado.
📹 Noemí Galera le prohíbe celebrar su santo en la Academia de Operación Triunfo a un participante
🗣️ «Los cojones 33, aquí somos ateos» pic.twitter.com/PwLgDCD9Co
— okdiario.com (@okdiario) November 7, 2025
Esta escena en el programa de televisión no es un caso aislado. Refleja un cambio cultural significativo en España, donde el ateísmo ha ganado terreno desde el declive de la influencia de la Iglesia Católica tras el fin del régimen de Franco en 1975, y más recientemente, con el impacto de movimientos secularizadores y tendencias culturales globales que favorecen el secularismo. Un estudio publicado en 2023 en el «Journal of Contemporary Religion» señaló que España ha experimentado un aumento del 20% en personas que se identifican como ateas desde 2010, con las generaciones más jóvenes abrazando esta identidad como un marcador de modernidad y rebelión contra las normas tradicionales.
En realidad la una actitud de Galera, bajo nuestro punto de vista, es sumamente infantil porque revela una tensión entre esta identidad atea moderna y aquellos que la ven como una imposición en lugar de una elección. Esta tensión no es exclusiva de España. Un informe de 2025 del Pew Research Center destacó que en toda Europa, el ateísmo a menudo se vende como una visión del mundo sofisticada, con frases como «Aquí somos ateos» convirtiéndose en un atajo para rechazar tradiciones religiosas consideradas obsoletas.
La ironía radica en que, mientras el ateísmo se presenta como una elección liberadora, también puede funcionar como una nueva forma de conformidad. Desviarse de esta postura—al practicar abiertamente o valorar tradiciones religiosas—puede etiquetarte como anticuado o regresivo, un dinamismo que refleja cambios históricos donde nuevas ideologías reemplazan a las antiguas sin necesariamente ofrecer más libertad. Esta moda ridícula sugiere que la modernidad se define no por la diversidad de creencias, sino por la adhesión a un secularismo rígido, en este caso al supuestamente liberador ateísmo.

