Por Alfonso de la Vega
Don Juan Carlos bien pudiera hacer un gran servicio patriótico histórico a España que es terminar de cargarse la Monarquía desestabilizada y puesta en riesgo por su hijo, librándonos definitivamente de una institución tan nociva y lamentable, apología del nepotismo, que ha venido provocando nuestra progresiva decadencia, ruina y humillación históricas.
Más allá de la pospuesta publicación de su libro de memorias considerado especialmente inoportuno por el degradado régimen filipino actual que pretende celebrar los fastos nefastos del cincuentenario de la entronización de la Monarquía, hecho que se debe a la voluntad de don Francisco Franco. Pese a ello constituido en paradójica bestia negra de los desagradecidos beneficiados. La propia figura del emérito como indeseable y peligroso verso suelto para la Corona viene a ser el ejemplo del desastre actual de los Borbones como familia y dinastía contra modelo de moralidad y bien hacer pero también de la propia nación que padece sus consecuencias.

No dejar de tener su aquel en la traición y veto del hijo, la nuera y el valido que acusen al anciano destronado de lo mismo que ellos pudieran advertir en sí mismos de mirarse al espejo. Una familia llena de escándalos, de excesos, desestructurada y poco ejemplar. El partido y sus dirigentes más rodeados de corrupción y traicioneros de España, gentes que han hecho su terrible carrera política gracias a la explotación de la prostitución por enriquecidos proxenetas familiares, tienen la hipócrita osadía de vetar y calificar a don Juan Carlos de «libertino» y «corrupto».
Observando con serena ecuanimidad la situación del reino de España la verdad es que no habría mucho que celebrar para un patriota español tras medio siglo de la reintroducción de los Borbones, en principio con naturaleza de “Monarquía del 18 de julio”, luego transformada en la coartada de la actual oligarquía coronada de partidos, disfrazada de falsa democracia y ahora ahogada por una escandalosa corrupción generalizada.
De modo harto paradójico además de ridículo don Juan Carlos ha sido vetado para asistir a las ceremonias conmemorativas de la entronización borbónica. Sólo faltaba para completar el cuadro de esperpentos la actualización pública o visible de la clásica pelea entre padres e hijos característica intrínseca de la dinastía al menos desde los tiempos de los golpes motines de El Escorial y Aranjuez entre Carlos IV y su hijo legal, el felón Fernando El Deseado. Guerras carlistas aparte, podemos centrarnos en recordar las peleas entre Juan Carlos y su padre, el heroico marino de guerra británico.
Si hoy las cosas fuesen medianamente bien se celebraría la conmemoración de estos fastos monárquicos después de medio siglo de sus desconocidos grandes logros y realizaciones, pero el régimen en realidad lo que celebra es el fallecimiento del general Franco al que probablemente se deba la mayor etapa de paz, progreso moral, económico, y político de la era contemporánea, es decir cuando en nuestra patria no mandaba ni rey ni república roja. Pero por desgracia, vanos ocupando poco a poco los peores baremos en la jerarquía de calamidades, se ha perdido la soberanía relativa que disfrutábamos, abandonado la neutralidad vendido todo lo vendible y entrando en una dependencia ruinosa de instituciones internacionales ajenas cuando no opuestas a nuestros legítimos intereses. Como también el desprecio o ninguneo de la propia Cultura española, la unidad nacional o el empleo del español, una de las lenguas más importantes del mundo relegada o saboteada en el reino.
España está en descomposición con la Monarquía. Durante estos cincuenta años borbónicos aunque no todo haya sido sombras y calamidades bastaría de modo sencillo con comprobar el resultado del retroceso comparando por ejemplo la composición de un gobierno de del general con el actual.
Hoy disfrutamos de un Estado absurdamente engordado, rapaz, inepto, puesto al servicio de las oligarquías que no del bien común. Con una presión fiscal para satisfacer su insaciable voracidad que contrasta con el reducido nivel tributario durante el régimen anterior, que sin embargo carecía de deuda odiosa como el presente. La mayor conquista del régimen anterior de la que el propio estadista se sentía legítimamente satisfecho, la creación y consolidación de una mayoritaria clase media próspera y reconciliada lejos de los viejos demonios tradicionales se encuentra ahora gravemente amenazada por la Monarquía.
Tampoco puede prosperar una democracia sin demócratas. Ni los monárquicos recalcitrantes ni por supuesto los socialistas pueden considerarse demócratas en sentido estricto.
Los primeros porque no son partidarios de la igualdad de todos ante la ley, la rendición de cuentas por la responsabilidad en el desempeño, ni de la supremacía del mérito en vez del nepotismo. Los segundos lo confiesan decididamente. “No creemos en la democracia como valor absoluto, tampoco creemos en la libertad”
Renegando de su procedencia la Corona y los socialistas hicieron una especie de UTE o Unión Temporal de Empresas que hoy está casi en liquidación. No por parte de don Felipe que atiende de modo sumiso y obediente lo que le ordena su valido socialista sino por este último y su banda cada vez más radicalizada en el sentido del siniestro precedente de Largo Caballero.
“Si los socialistas son derrotados en las urnas irán a la violencia”, “Si triunfan las derechas tendremos que ir a la guerra civil declarada”, “Tenemos que luchar como sea hasta que en las torres y edificios oficiales ondee no la bandera tricolor de una República burguesa, sino la bandera roja de la Revolución Socialista”.
Quizás lo más lamentable de todo, y concausa de las demás corrupciones sea el proceso de vaciado espiritual y patriótico, de aberrante descomposición moral inducidos en el pueblo español. De modo que hay poco que celebrar. Este medio siglo presenta más sombras que luces. Aunque sólo fuese por su propia dignidad e instinto de supervivencia la Corona entre festejo y festejo haría bien en ver las orejas al lobo y tratar de revertir lo que ya parece su imparable desprestigio y decadencia. Su actual dependencia y subordinación al socialismo la puede llevar nuevamente al exilio.
Reconciliación, un bonito título y un mensaje de paz y esperanza, desde luego pero mejor si se basa tanto en la verdad como en la firme y sincera voluntad de rectificación.

