martes, septiembre 30, 2025
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Tanta corrupción puede producir un “empacho” en la sociedad hasta el punto de volverse insensible

Lo que está ocurriendo es demasiado. Nunca desde que tengo uso de razón y ando en los pagos de la política, la sinrazón había sido tan manifiesta. Nunca la esposa de un presidente se había significado tanto como Begoña Gómez, imputada por cinco delitos: corrupción privada, apropiación indebida, malversación, intrusismo y tráfico de influencias. Su ambición es comparable a la de su marido. Son tal para cual. No en vano, ambos se enriquecieron con el dinero de la prostitución y otras malas artes. No les importa el mérito, la capacidad ni el historial académico. La caradura y la falta de escrúpulos y de vergüenza son suficientes. Han llegado a la Moncloa para forrarse y relacionarse internacionalmente con vista a futuros negocios. Si Zapatero ha conseguido millones y una mina de oro, administrada por una empresa china, ellos no van a ser menos. A la vista está que son insaciables, aparte de sentirse todopoderosos, más allá del bien y el mal. No acudir ante el juez Peinado demuestra su culpabilidad. Si a una persona normal le imputan un delito, estaría deseando declarar y demostrar su inocencia. Pero así es la dinámica de esta gente bajuna y despreciable que España tiene la desgracia de padecer. ¿Realmente lo merecemos? La irresponsabilidad, la ignorancia o el interés de la izquierda malvada nos tiene a todos viviendo en este infierno que convierte en cenizas todo valor que debiera estar preservado del fuego de los “satanases” de turno.

Aunque el dicho que rueda por ahí entre los desencantados “todos los políticos son iguales”, hay que repetir aquello de “pero algunos son más iguales que otros”. Damos por sentado que al llegar al poder y ser contagiados por ese bichejo para el cual no hay medicina, se vuelven orgullosos, prepotentes y empiezan a levitar y a ver el mundo desde las alturas mientras favorecen a su familia, amigos y demás gente cercana. Es la condición humana y casi nadie se salva. Pero hay escalas. Y aun contando con todos estos defectos de personas imperfectas, no todos son psicópatas y mala gente. Los hay que llegan para forrarse, literalmente, pero me consta que existen idealistas que trabajan por construir, avanzar y hacer la vida de los ciudadanos más llevadera, cosa que simplificamos en la lucha por el bien y lo justo.

En los últimos tiempos, las redes sociales han extendido consignas como “abajo la estafa del 78”, “yo no voto”, “yo me abstengo” o “es un tema global y no podemos hacer nada”, y otras ocurrencias más. No saben que estas corrientes forman parte del proyecto de manipulación a través de la inacción, y están siendo conducidos al silenciamiento inducido, con apariencia de voluntario. El sistema lo consiguió en los años sesenta con las drogas, el rock y el movimiento jipi. En la actualidad, las redes sociales y otros aditivos cumplen ese mismo fin.

Estar en desacuerdo con ciertas propuestas de las formaciones políticas o pensar que en 1978 las cosas se podían haber arreglado de otra manera no es motivo suficiente para arrojar la toalla. La corrupción política actual –con parte del Ejecutivo camino del banquillo–, que provoca vergüenza ajena, debe estimular más el deseo de poner fin a esta debacle que está sufriendo España en todos los ámbitos. No participar es dejar de remar, rendirse, tumbarse a la bartola, ceder el poder que por ley natural tenemos. En cuanto a la queja repetida “es un tema global” de algunos comodones desesperanzados, les pregunto: “Y si hubiera una gran mayoría a favor de los valores, en contra de la Agenda 2030, ¿qué ocurriría?”. La respuesta es clara: no lo tendrían nada fácil, al menos los objetivos más disruptivos. Pero nos hemos acostumbrado a la vagancia y hemos aceptado la impotencia.

Reconozco que los despropósitos de la política actual, aunque semi ocultados y blanqueados en los medios de comunicación afines –prácticamente todos–, están creando una sensación de fracaso y falta de esperanza. Robos, malversación, despilfarro, golpismo, filoetarras en el poder, inmigración descontrolada, paro, títulos falsos, puticlubs, proxenetismo, corrupción de menores, relación con el narcotráfico, presión a los jueces, a las fuerzas del orden y al CNI, es decir, prevaricaciones, cohecho y traición a la patria forman parte de esta lista de desmanes. 

La sociedad, aun no estando informada de todo, empieza a sufrir el efecto saturación. El ser humano no está emocionalmente preparado para tanto desajuste; y al no poder procesarlo, como mecanismo de protección, se insensibiliza. ¡Ya, ya, ya, basta, no quiero saber más! ¿Verdad que hemos escuchado esto acompañado de un gesto de no soportar más noticias? 

Esto me ha traído a la memoria un estudio sobre el efecto acumulativo de la violencia, que figura en uno de mis libros, para establecer el porqué de la insensibilización de la sociedad ante cuestiones graves que hubieran sido impensables hace solo unas décadas. 

El efecto de la violencia es acumulativo y produce desensibilización. Un equipo de neurocientíficos, mediante la técnica de resonancia magnética funcional, observó la reacción de los cerebros de 22 voluntarios varones de entre 14 y 17 años, mientras visionaban escenas violentas. La experiencia consistía en hacerles ver un número de veces, fragmentos de películas y videojuegos de contenido agresivo, y constatar las reacciones cerebrales ante los estímulos de esta naturaleza. El resultado de las resonancias magnéticas fue que a medida que se repetían las imágenes, la respuesta a los estímulos se atenuaba, es decir, los sujetos se volvían casi insensibles. Este efecto era mayor en los que estaban acostumbrados a las escenas cruentas y a pasar varias horas diarias ante el televisor.

Se utilizó otro indicador que consistía en colocar unos electrodos en los dedos para medir la conductividad eléctrica, que cambia con el sudor y mide el estado emocional. Este experimento también demostró una relajación tras visionar varias veces las imágenes violentas. La exposición a estos contenidos desactiva las respuestas emocionales, con la particularidad de que este efecto es acumulativo.

Dado que estamos hablando de seres humanos y sus reacciones cerebrales, las conclusiones de estos experimentos podemos aplicarlas también al mundo político y social. Ante los primeros casos de corrupción, la sociedad se indignaba y, de una manera u otra, plantaba cara al asunto. Hoy la sociedad dormilona se ha vuelto tan laxa y relativista que hasta ha perdido la capacidad de indignarse por lo que realmente merece la pena, aunque sí es capaz de salir a la calle en masa si le quitan sus diversiones favoritas o si alguien los moviliza y manipula, como está ocurriendo estos días con las flotillas de Gaza y los amantes del “turismo de guerra” envueltos en pañuelos palestinos. 

Decía el filósofo Gustavo Bueno que el mayor mal que padece nuestra sociedad es la estupidez. No podemos estar más de acuerdo, aunque a la estupidez crónica habría que añadirle unos cuantos síndromes más, que hacen que la estupidez sea aún más estúpida. Uno de los grandes males, de fatales consecuencias, es haberse acostumbrado a la corrupción de políticos malvados que buscan nuestra destrucción. Como el citado Sánchez y su tropa. Y esto, como la violencia, es acumulativo.

Magdalena del Amo
Periodista, psicóloga, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.
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