viernes, septiembre 26, 2025
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Las «sostenibles» Iberdrola y Endesa se retiran de las renovables porque ya no dan las cuentas

Parece que las grandes eléctricas españolas, Iberdrola y Endesa, han tirado la toalla con sus ambiciosas apuestas renovables. No, no es un retiro digno por haber salvado el planeta. Es una confesión brutal: «No salen las cuentas». Así lo admiten sin rubor sus ejecutivos, en un sector que durante años se vendió como la panacea ecológica, el bálsamo para el ‘cl¡ma cambiático’.

Pero mientras los balances rojos sangran tinta por la caída de la rentabilidad, el verdadero precio lo pagan los campos arrasados, la flora pisoteada y la fauna exiliada. Y detrás de esta farsa, un coro de políticos complacientes, de uno y otro signo, que abrieron las compuertas al saqueo disfrazado de sostenibilidad. Menudo circo de hipocresía verde.

Recordemos el evangelio que nos predicaron: parques eólicos como molinos gigantes de Don Quijote modernizados, girando con la brisa para un futuro limpio; placas solares cubriendo colinas como mantas de progreso infinito. Empresas como «Ibertrola» y «Endesastre», con sus campañas publicitarias relucientes, juraban que no era por lucro, sino por amor al planeta. «Sostenibilidad», repetían como un mantra corporativo, mientras sus lobistas inundaban despachos ministeriales. Y los políticos, esos guardianes del bien común, les dieron vía libre. Permisos exprés, subvenciones millonarias, exenciones fiscales. ¿El resultado? Un festín para accionistas que ha dejado cicatrices irreversibles en el paisaje español.

Tomemos los hechos crudos, esos que ahora las eléctricas escupen con cara de póker. Endesa, en su plan estratégico 2025-2027, prometía 4.000 millones de euros para «energías limpias». Pero esta misma semana, su CEO, José Bogas, confesaba el engaño: «Estamos ralentizando la apuesta solar. La entrada masiva de esta tecnología al sistema ha desequilibrado el mercado». ¿Y por qué? Porque la «canibalización» —qué eufemismo tan aséptico— ha hundido los precios: de captar el 100% del mercado mayorista en 2019, las renovables ahora arañan un mísero 65%. Precios negativos, excedentes que nadie quiere, y proyectos que, sorpresa, ya no rentabilizan.

Iberdrola no se queda atrás: su presidente, Ignacio Galán, predica realismo con un cinismo que roza la comedia: «Hay que ser realistas», dice, mientras reorienta 37.000 millones a redes eléctricas en lugar de a más turbinas o paneles. «La nueva era de la electrificación no solo tiene que ver con las renovables, tiene que ver con las redes», remata Galán, como si no hubieran sido ellos los que nos vendieron el sueño solar y eólico como el único camino.

Pero vayamos al meollo, al destrozo que estas «heroínas ecológicas» han perpetrado en nombre de la pasta. ¿Dónde quedan los campos de Castilla-La Mancha, esas llanuras que eran un tapiz vivo de cereal y pastoreo? Hoy, son cementerios de paneles solares: miles de hectáreas pavimentadas con silicio chino, que absorbe el sol pero ahoga la tierra. La flora nativa —oréganos silvestres, tomillos, encinas centenarias— es arrasada por maquinaria pesada para dar paso a infraestructuras que duran lo que un subsidio: 25-30 años, y luego, ¿qué? Basura tóxica enterrada o exportada a países pobres.

Y la fauna… Dios, la fauna. Aves rapaces como águilas imperiales y buitres leonados, emblemas de nuestra biodiversidad, son despedazadas por las aspas eólicas invisibles para el ojo humano pero letales como guillotinas aéreas. Estudios de la Sociedad Española de Ornitología y de la BirdLife International estiman miles de colisiones anuales en España; en parques como el de Villares de Jadraque (Guadalajara), las aves migratorias caen como moscas. Murciélagos desorientados por las ondas de presión, insectos pulverizados que rompen la cadena alimentaria. ¿Sostenibilidad? Más bien un genocidio selectivo disfrazado de transición energética.

No hablemos de los mamíferos: zorros, liebres y conejos desplazados por vallas perimetrales que fragmentan hábitats, convirtiendo los ecosistemas en prisiones abiertas. En Andalucía, los parques solares en la Sierra de María-Los Vélez han diezmado poblaciones de linces ibéricos, ya de por sí en extinción. Y el agua: miles de metros cúbicos devorados para limpiar paneles en regiones semiáridas, agravando la sequía que tanto culpamos al timo cambiático. Es un saqueo ecológico: el suelo compactado pierde fertilidad por décadas, la erosión se acelera, y la polinización colapsa sin abejas nativas. ¿Por qué nadie lo vio venir? Porque las renovables no eran un movimiento verde; eran un filón dorado. Subvenciones europeas del Next Generation EU, bonos verdes que engordan balances, y un retorno de inversión que, mientras duraron los precios altos, pintaba de oro el lobby corporativo.

Y aquí entra la guinda de la hipocresía: los políticos que pavimentaron este camino al infierno con buenas intenciones falsas. Gobiernos autonómicos de todos los colores —PP, PSOE, incluso independentistas en Cataluña— han acelerado los trámites, ignorando evaluaciones de impacto ambiental que gritaban «¡alto!». En Castilla y León, el boom eólico ha cubierto 10.000 hectáreas en cinco años, con permisos concedidos en meses, burlando directivas europeas de protección de aves. El Ministerio para la Transición Ecológica, bajo ministros como Teresa Ribera, ha presumido de «liderazgo renovable» mientras firmaba decretos que eximen a los promotores de restaurar el paisaje post-proyecto.

¿Recuerdan las manifestaciones contra los aerogeneradores en la Sierra de las Nieves? Silenciadas por «el bien mayor». Es corrupción blanda: favores a donantes electorales, promesas de empleo verde que se evaporan en cuanto los números no cuadran (un parque eólico genera puestos temporales, pero destruye agricultura perpetua). Políticos verdes y sostenibles que viajan en jet privado a cumbres climáticas. Hipócritas todos.

Ahora, con el «pinchazo» confesado —Bogas lo resume con humor negro: «Hay mucha gente que sigue impulsando las renovables… pero a mí no me salen las cuentas»—, ¿qué queda? Proyectos abandonados a medio hacer, deudas públicas por subvenciones fallidas, y un campo herido que tardará generaciones en sanar. Ibertrola y Endesastre pivotan a hidráulica y almacenamiento, tecnologías «gestionables» que, irónicamente, no destrozan tanto el paisaje. ¿Lección aprendida? Ni de coña. Seguirán mamando de las redes, ahora priorizadas, mientras el contribuyente paga la factura.

La verdadera sostenibilidad no es pavimentar el paraíso por un dividendo. Es escuchar a la tierra, no a los balances. Si las renovables eran por ecologismo, ¿por qué el repliegue ante la primera ráfaga de realidad financiera? Ah, claro: lo hacían por la pasta. Siempre por la pasta. Y mientras, el águila imperial sigue cayendo, y el campo español llora en silencio. ¿Quién va a arreglar todo el destrozo ocasionado? Hora de que los políticos y las eléctricas paguen la cuenta ecológica que nos han endosado a todos.

Recuerden este Vídeo demoledor sobre el daño que están provocando los molinos a las aves

Y recuerden también esto:

La amenaza de los parques eólicos y fotovoltaicos para la agricultura de nuestro país

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