domingo, septiembre 21, 2025
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Las drogas como pretexto

Por Alfonso de la Vega

Salvo en la cuestión de atacar la locura woke que trastorna la estabilidad mental de las repugnantes zurdas globalistas y está haciendo terribles estragos en las sociedades occidentales para mayor granjería y negocio de cierta plutocracia degenerada, más bien parece que Trump improvisa y no mantiene la decisión. Una de las últimas ocurrencias trumpianas, so pretexto de combatir las drogas, es la amenaza de ataque militar a Venezuela, ahora detenido en alta mar y que para continuar, si no hay el buscado golpe interno contra Maduro, parecería estar a la espera del mejor momento para salir vistoso en el telediario de más audiencia para esconder cuestiones muy poco satisfactorias para él, o acaso de cierto visto bueno chino.

Se ha querido justificar invasiones militares para luchar contra la droga como tapadera de otros intereses, que en el caso de Venezuela sería colocar algún títere para lograr el control absoluto de sus ingentes riquezas naturales, sobre todo de petróleo. La cancelación definitiva en perjuicio de los venezolanos y de las ilusiones recurrentes de la famosa propuesta siempre incumplida a la que se refería Uslar Pietri quien acuñara en 1936 la famosa frase «sembremos el petróleo»: “Cuando dije sembrar el petróleo, quise expresar rápidamente la necesidad angustiosa de invertir en fomento de nuestra capacidad económica el dinero que el petróleo le producía a esta Venezuela, por tan largo tiempo desvalida”. Es decir, de fomentar y proteger una clase media y la generación de valor añadido y no solo la simple exportación de materias primas abundantes apandadas por oligarquías corruptas.

En Irak no había armas de destrucción masiva como nos vendieron para invadirla y destrozarla y probablemente en Venezuela pese a lo siniestro de su actual dictadura bolivariana no haya o trasieguen sino una pequeña fracción de las drogas demandadas por EEUU. La droga más peligrosa ahora en EEUU es el fentanilo. Trump ha hablado repetidamente del fentanilo como una importante amenaza para la salud pública de los estadounidenses y responsabiliza a México y Canadá de permitir la entrada de la droga en Estados Unidos. El número de grupos de delincuencia organizada que fabrican fentanilo en Canadá sigue creciendo. Empresas en China producen los precursores ilícitos de fentanilo y el contrabando se realizaría a través de Méjico. De momento no parece que vaya a invadir ni Canadá ni China para combatir su producción y tráfico. El fentanilo ha inundado el suministro de drogas de Norteamérica durante la última década, matando a decenas de miles de personas en Canadá y Estados Unidos, y generando enormes ganancias para las organizaciones delictivas que utilizan conocimientos básicos de química, equipos improvisados y laboratorios caseros para producir millones de dosis.

Para algunos observadores lo de Venezuela pudiera ser consecuencia de un hipotético reparto del mundo realizado en Alaska. Ucrania para Putin, Hispanoamérica para Trump. El Ártico a compartir. En la pasada reunión de Alaska entre Trump y Putin, neutralizada Europa, se habrían tratado diversos proyectos basados en la energía convencional y eficaz de petróleo y gas natural, relacionados con el Ártico y probablemente también con la actual crisis en Venezuela, con un Maduro en la cuerda floja que pudiera ser entregado para salvar el tinglado. Con la que cabe pensar que tenga que ver el control total de la gigantesca suma de dinero que genera el narcotráfico. La reciente visita del Secretario de Estado USA a Méjico así parecería indicarlo. Son cientos de miles de millones de dólares y Trump busca liquidez desesperadamente.

Aprovechando la visita presidencial a GB, The Telegraph le saluda con la papeleta de la guerra contra Venezuela. Lo de tratar de combatir el negocio de las drogas a cañonazos amén de parecerse a la tristemente célebre política decimonónica de la cañonera de la pérfida Albión, pese a su espectacularidad ya se ha revelado poco eficaz en el pasado.

Cabe recordar algunos precedentes recientes. Así, en 1986 fue en Bolivia la Operación Alto Horno cuando el presidente Paz Estensoro hizo la vista gorda para omitir el pedir autorización a su congreso para que militares extranjeros operasen en el país andino. O la llamada Operación Causa Justa de 1989 para la invasión de Panamá y capturar a un propio agente norteamericano de la CIA, el general Noriega, que había tenido la imprudente ocurrencia de cerrar la famosa escuela norteamericana de insurgentes anticomunistas. La Iglesia Católica panameña ha estimado que en la invasión se produjeron 655 muertos por el lado panameño, de las cuales 341 eran civiles. Panamá fue bombardeada y el barrio de El Chorrillo, incendiado.

Cualquiera que conozca mínimamente la historia ha de reconocer que la guerra contra los drogas no ha sido un fin en sí misma para la administración norteamericana, sino más bien una falsa bandera, un pretexto, para intervenir en otros países desde su supremacía. En varias ocasiones EEUU ha relegado su declarado objetivo de reducir el trasiego de drogas cuando le convenía. El asunto, aunque trágico recuerda las palabras del cínico capitán Renault en Casablanca, «cierren este garito he descubierto que aquí se juega», mientras recogía la mordida que muy solícito le entregaba el croupier de Rick.  Pero la realidad es que el de las drogas es junto al de armas, medicamentos, personas, órganos o ciertos recursos naturales, uno de los grandes negocios de la plutocracia globalista en el que participan gobiernos, grandes corporaciones, bancos blanqueadores que disfrutan del actual estado de cosas. Sin embargo, la idea dominante en la política norteamericana, supone que los responsables a reprimir son solo los países productores o trasegadores y las víctimas los consumidores. O dicho de otra forma, los malísimos hispanos contra los buenísimos WASP. De modo que a falta de poner orden en las calles de Norteamérica, se impone el sufrimiento, la represión o las limitaciones a los derechos humanos solo en territorio ajeno, probablemente una muestra más del racismo anglosajón. Quizá la administración Obama haya sido una excepción al entender la corresponsabilidad de la demanda y no solo de la oferta.

Además de la invasión o la intervención militar directa se han probado otras actuaciones, por ejemplo, la Certificación, el Plan Colombia o la Iniciativa Mérida, sin olvidar operaciones con diferentes nombres. Otras veces se ofrecen ayudas económicas condicionadas que en la práctica  resultan motivos de chantaje contra los gobiernos respectivos. En ocasiones se trataba de imponer la erradicación de cultivos incluso tradicionales enmarcados en las culturas locales como complemento de la dieta o contra el soroche o mal de altura. Sin embargo, cuando la ocupación americana de Afganistán la producción del cultivo del opio se acrecentó.

En todo caso las políticas para reducir la demanda han sido muy pequeñas comparadas con las dirigidas a controlar la oferta. Una oferta protegida en gran parte con las armas fabricadas en los EEUU que proporcionan a los cárteles. Tal como están las cosas constituyen un enorme negocio y forma de control político social  pero no estaría de más plantearse el intentar distinguir qué parte de los problemas de las drogas se deben a ellas mismas y qué otra parte a su prohibición.

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