Es una fase esencial para la manipulación de pensamiento. Toda guerra es siempre psicológica y se puede ubicar bajo el concepto del cuento de la incertidumbre. Antes de pasar a analizar los elementos del mismo, hay que señalar que la incertidumbre equivale a ausencia de seguridad y ésta es importante ya que cada acción humana se hace con la intención de un propósito concreto y, dependiendo del grado en el que cada paso es estudiado y está sistematizado, puede conducir a un resultado más concreto y tangible, en la medida en que la sensación de que se realizó el acto preparatorio toma forma en cierta resolución o entendimiento de la situación problema. Por lo tanto, una buena decisión, a pesar de no resolver el problema, puede ser un puente para sentir que nos hemos librado de una gran dificultad. Todo ello es fruto, como vemos, de la planificación previa, sin intermediación de emociones tóxicas como el miedo, lo cual nos somete al mundo del caos.
Aplicando este principio a aspectos como la economía, las relaciones con los demás, con nosotros mismos, con nuestras creencias y los seres más queridos, la estabilidad equivale al apego, incluido el apego social. ¿Qué implicaría que éste dejase de existir, dejar al individuo en un estado de orfandad permanente y de inseguridad? Por todo ello, nos encontramos con un cuento de incertidumbre que requiere de una estructura aparente lógica para el sujeto dado que, de otro modo, nunca sería ni aceptado ni creído.
El primer paso es la creación del contexto correcto donde sembrar el miedo. Es esencial para ello que la política sea un agente desestabilizador. El entorno problema es esencial para generar el contexto ligado al miedo. Los rasgos del mismo son varios:
- Incertidumbre o desconocimiento de cualquier evento futuro, de modo que toda acción tiene una probabilidad de éxito o de fracaso que no dependerá del esfuerzo del sujeto que la realiza.
- Existencia de una amenaza real de la propia estabilidad del rol del sujeto, de modo que el valor de su colaboración se ve reducida a un valor relativo.
- Un caos de tal dimensión que cada miembro social carece de medios por sí mismo, de modo que la iniciativa individual no sirve para nada y lo que queda es ver la manera de sobrevivir de forma básica.
Analicemos unas cuantas crisis creadas aposta. Si ponemos como ejemplo el cambio climático, creado por la ingeniería, aplicando los tres aspectos anteriores, se destaca la definición del clima como un hecho incierto que no sigue patrones concretos, ya que los clásicos han sido rotos, por lo tanto, los medios para evitarlo tienen un valor relativo; por otra parte, existencia una amenaza en el sentido de que está en peligro la comunidad humana en cuestión bien porque un teórico aumento en la temperatura puede generar sequias y ausencia de cosechas, bien al incrementarse las inclemencias en forma de lluvias o inundaciones, de modo que bien poco podemos hacer al respeto y lo único posible es colaborar para evitar que el mal evento se haga una realidad, es decir la huella de carbono. Todos los componentes del problema son causados de manera separada: la lluvia y la sequía con yoduro de plata sobre las nubes, el fin de la agricultura con órdenes para ir desalentando a los campesinos con multas y cárcel en el caso de que superen cierto nivel de producción, así como de la ganadería, con el fin de crear la sensación de que todo se debe a la sequía y, sobre todo, mucho alarmismo a través de los medios de comunicación de masas, sacando noticias de eventos muy impresionantes y concretos.
Una vez que la mente de los ciudadanos se inunda de problemas, dificultades, crisis y dolor, con una dosis emocional que atormenta desde todos los ángulos, y, dada la necesidad de escapismo por parte de sujetos que no afrontan sus dificultades (un patrón bastante extendido, de por sí), se establece una curiosa asociación entre dos palabras para crear un heurístico, según el cual el problema equivale a caos y a la inversa. Es decir, que el primer impulso ante una dificultad no es ver cómo se resuelve, sino asumir que conlleva desorden, conflicto, como si fuese una cruenta batalla. Ello extiende la falsa metáfora del problema hasta un término aún más pesimista: el desastre. ¿Quién se acercaría al fuego? Obviamente ningún ser con dos dedos de frente lo haría; aunque parezca absurdo todo problema o dificultad que el sistema establezca como urgente adquiere ese tinte, sobre todo si existe una responsabilidad individual que pasa a ser colectiva por extensión de quienes se benefician del modelo social, generándose una especie de sentido de culpa líquida, por derivación de una ansiedad del mismo tipo caracterizada por la inexistencia de razones concretas y definidas que hagan que el sujeto entienda su estado de ánimo; aplicado a la culpa, implica pensar que cualquiera es responsable, lo cual provoca una sensación de incomodidad ante cualquier persona que nos rodee, en cuanto a su utilidad o su inutilidad.
Algo muy parecido fue lo que ocurrió con la plandemia covidiana. La declaración de la OMS declarando la emergencia mundial, junto a la instalación de antenas 5G, los protocolos sanitarios, las medidas preventivas en forma de cuarentenas, teorías sobre contagios víricos inexistentes pues la enfermedad es claramente introinmunológica, y todo el ingrediente de miedo, donde enfermedad, en este caso estornudo, se convierte en problema y en lo peor, es decir que ya todo se va al traste, tal como ocurrió con la economía de muchas personas y de muchas empresas que tuvieron que cerrar sus actividades, son excelentes ejemplos de lo ocurrido hace cuatro años, porque los medios, comprados por los gobiernos y sometidos a decretos de urgencia, se dedicaron a expandir el miedo. Es obvio que existe un plan oculto al conocerse que las emociones tóxicas hacen que nuestro sistema inmunológico sea menos efectivo, sobre todo si estamos aislados y carentes de estímulos afectivos adecuados; si a ello les añadimos ciertas ondas de baja frecuencia que deterioran el funcionamiento de nuestras células, ya tenemos el famoso covid 19. El uso de la mascarilla, como estímulo incondicionado de seguridad, siguiendo el modelo pavloviano, son signos de seguridad y de continuidad del modelo de convivencia anterior a la crisis del 2020, o de pura huida.
Estos escenarios, todos creados por agentes externos, que se interiorizan como reales a través del miedo, el cual hace que todos sus componentes se mezclen en un estado de confusión total (no podemos olvidar que cuando los niveles de ansiedad líquida se elevan la atención se vuelve más intensa, sobre todo conveniente si son agentes del estado o de otras instituciones u organizaciones que introducen la agenda 2030, aunque sea por financiación), provoca que los elementos más absurdos se conviertan en los más importantes y peligrosos para los sujetos, de modo que el suma y sigue se vuelve fácil y así hasta el infinito.
Una vez introducida la idea de que el caos es el principio rector de la dinámica de lo social y de la obtención de los medios de supervivencia, como problema es igual a fin del mundo en el inconsciente colectivo (he aquí el nuevo arquetipo resultante), la fatalidad se vuelve incomprensible. El sujeto cree que no hay escape posible y, según el grado de desesperación o de inseguridad a medio y largo plazo, se genera un clima de incomprensión sobre los eventos sociales, los cuales comienzan a verse como muy amenazantes. En este contexto de miedos extremos y fuera de todo control, surge la obsesión por el escapismo, fenómeno que se manifiesta de diversos modos.
Cuando el yo psicótico que es capaz de activar todo tipo de ideología delirante con tal de escapar del dolor insoportable que significa vivir en una sociedad que no sólo no te resuelve los problemas, sino que te los crea y hace que te sometas, incluso en los propios mecanismos de auto censura, evitando los episodios traumatizantes, se generan las fuentes complementarias de placer. Es decir, frente a una fuente de experiencias asociadas al sufrimiento extremo y de intensidad caprichosamente variable, han de existir otras que provean de un bienestar tan intenso que compense todo su opuesto. Me imagino que mi estimado lector ya se estará imaginando a qué estoy apuntando.
Imaginemos una forma de placer interno, una fuente de cada uno de nosotros, a la que podamos acudir cuando lo necesitemos, como un gran maná inagotable, como un refugio. Es obvio que el componente adictivo ha de ser esencial para convencer al sujeto de que acuda a dicho rincón dado que, del mismo modo que el estado se dedica a crear el escenario de terror espeluznante; para que éste se mantenga, el sujeto ha de tener su propio escondite para que el miedo no sea un remedio temporal, como suele ser cuando se emplea en solitario a modo de instrumento de castigo, por ejemplo. El fin es que el contexto terrorífico no desaparezca, al tiempo que se hace creer que hay un rincón donde tu cruel enemigo se convierte en un dulce angelito con alas que, gracias al ingrediente delirante, hace creer que no es la misma persona. Cuando alguien se encuentra en ese estado de escapismo, se crea un mecanismo de huida de la fatalidad, la cual se considera inevitable, muy intensa. Si el placer se vuelve adicción, los resultados vendrían a ser las acciones desesperadas para tener el control ante la urgencia de la fatalidad. Es obvio que en este mecanismo de descontrol mental se busca lo más nimio, lo cual se convierte en lo más significativo y teóricamente más importante en un plano ideológico.